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Landa controla a los favoritos la víspera de la gran etapa dolomítica

Victoria del colombiano Chaves antes de la jornada decisiva, que Carapaz afronta con 1m 54s sobre Nibali

Carlos Arribas
Landa, delante de Carapaz y Nibali, tapado, controla a los favoritos.
Landa, delante de Carapaz y Nibali, tapado, controla a los favoritos.LUK BENIES (AFP)

Carapaz y sus colegas comparten hotel en Treviso con un equipo de rugby inglés, lo que les da pie para reflexionar sobre dos asuntos. Uno ya les sonaba: se puede ser gran deportista, grandísimo, midiendo dos metros y pesando 120 kilos y también midiendo 1,69m y pesando 50 kilos; cuando van a por los huevos revueltos y comprueban que los rugbistas se han adelantado y las bandejas están secas, aceptan una segunda reflexión: no se puede dar nada por descontado, ni siquiera que en el Giro pueda haber huevos para todos.

Pedaleando luego hacia San Martino di Castrozza —el penúltimo final en alto del Giro premia a Chaves, el colombiano que recupera la moral y la fuerza un año después de fundirse en el Etna— todos quedan hipnotizados, como todos, por la vista de los Dolomitas, las montañas pálidas de San Martino, la Madonna, la Pala, el Sass Maor sobre todas, blancas, en alta definición recortados contra el cielo azul celeste, y el sol, brillantes intentando alcanzar la belleza perfecta con la que salen retratados en las tarjetas postales. Serían Plateros de la piedra que tanto sorprendió al geólogo francés marqués de Dolomieu que la bautizó con su título nobiliario, tan suaves que parecen de algodón. Casi las pueden tocar con los dedos en el prolongado sprint con chispas a 28 por hora entre los favoritos, que Landa, fidelísimo, apaga rápido por encargo de Carapaz, y solo unos segundos de ventaja para Superman, con el que se sube, tan rápido. Y Carapaz ensalza a Landa: “Más que un coequipero, Landa es mí líder que tan bien me guía”.

No os fiéis de su belleza engañosa y tan cursi, les pueden advertir los paisanos, los Dolomitas son montañas terribles cuando el viento sopla como un huracán como hizo la última noche de Halloween en la cima del Manghen que os espera el sábado y derriba cruel bosques enteros de abetos de resonancia, esa madera tan buena que tanto gusta a los lutieres para hacer violines. Y Carapaz y sus amigos de corazón ligero y piernas aladas les podrían responder, tranquilo, amigo, en el Manghen, el puerto más largo y duro del Giro, primero, y en el Rolle, y al final en el Monte de Avena, tan duro y tan corto, no pensamos en un concierto de violín, jeje, sino de truenos y relámpagos, de tambores y metales, una cabalgata muy wagneriana. Nos jugamos el Giro, amigo.

Quizás hablarían así, tan exagerado, impresionados por lo que se leía en la prensa italiana de la mañana. En el Corriere, Ivan Basso dice que para ganar a Carapaz, uno que pudo con el Mortirolo, a Nibali solo le valdría un milagro, y los amigos de La Gazzetta le responden los milagros de San Vincenzo, el Tiburón del Estrecho de Messina. Recuerdan que hace tres Giros, estaba Nibali a casi cinco minutos del líder Kruijswijk a cuatro días para el final, y cómo con un solo ataque suyo tras moto en un descenso, el holandés se dio de bruces contra un bloque de nieve y Chavito y Valverde, que estaban por delante en la general, se quedaron descolgados. La victoria en aquel Giro, su segundo Giro, acabó con un rival por los suelos; su ataque en el pavés empapado de Arenberg en el Tour del 14 coincidió con la caída de Froome. Y, añaden, no hay que olvidar que el Giro es la carrera de los terremotos: ¿quién iba a pensar que se iban a hundir como se hundieron Yates y Pinot en solo dos días y que Froome acabaría ganado el Giro del 18?

Un último estudio científico dice que hasta los más ateos creen en alguna fuerza sobrenatural porque el ser humano no es tan racional como se cree, pero cuando lee estas cosas, Dracarys Txente y Max Sciandri, la pareja que guía a Carapaz y al Movistar, se echan a reír y anticipan: Nibali nos hará otro Mortirolo, será otra vez el buldócer que allane nuestro camino hasta la cima. Y cuando Nibali anima a Landa a atacar el sábado, para él aprovecharse, el jefe de todo esto, Carapaz, responde: “Nos quieren probar, deshacer el equipo, pero que sepan que el equipo está muy bien, y que Mikel está al total servicio mío, y lo digo con las propias palabras con las que me lo dijo él. Y lo demostró”.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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