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Landa ataca y da vida y pasión al Giro

El líder del Movistar recorta casi dos minutos a Roglic y Nibali con una audaz acción a 15 kilómetros de la meta en una etapa ganada por Zakarin

Carlos Arribas
Zakarin celebra la victoria de etapa.
Zakarin celebra la victoria de etapa.Alessandro Di Meo (AP)

En los tiempos muertos de la interminable entrevista a Berlusconi por un periodista clavado al Varys de Juego de Tronos que llena su pantalla a todas horas, la RAI emite el Giro, que llega al Grand Paradiso. El nombre, que designa una montaña blanca, blanca, de más de 4.000 metros, no es un sarcasmo lanzado a la cara de la Italia fea de hoy, ni una ironía, sino un imán que atrae a Landa, ágil, y tira de él como con un hilo invisible. Faltan 15 kilómetros para la cima del primer gran puerto del Giro. A la remontada moral, esbozada el jueves en el Montoso, le sigue la remontada real que hace que el Giro siga vivo.

Landa es el hombre de las montañas, del Stelvio, del Mortirolo, de Le Finestre. Landa ataca. Landa disfruta del placer de la soledad deseada, de la libertad plena para hacerlo más que de la obligación. Está en su territorio. Enfrente tiene la montaña que separa el Piamonte del Valle de Aosta. Sus laderas norte están cubiertas de glaciares y de hielos, de los que aún se puede decir que son perpetuos, y los pintores que la ven se desesperan, quién que no sea esquimal puede pintar tanto blanco. Solo Landa es una mancha azul que se mueve veloz a la caza de los primeros fugados, inalcanzables, el tártaro de Chipre Ilnur Zakarin, tan descuajeringado sobre la bici, todo brazos, piernas, codos, rodillas; tan eficiente que gana la etapa contra el viento final, y la altura, que hace del último kilómetro, el más plano según los mapas, el más duro; tampoco alcanza al navarro de hierro Mikel Nieve, que no puede compensar con su victoria habitual la crisis de su jefe, Yates.

Landa vuela con su estilo tranquilo, con las manos abajo, sin deshacer la figura en ningún momento. Landa huye de los favoritos. Una fuga dura. Si tuviera retrovisor los vería alejarse, alejarse, convertirse en pequeños puntos, desaparecer detrás de la última curva. El Giro late al ritmo de sus pedaladas y su deseo. “Les he visto más débiles, más accesibles a los dos favoritos”, dice Landa. “Creo. Atacaré hasta que las piernas aguanten”.

Los favoritos se miran. Roglic, a la rueda trasera de Nibali, su portafortuna, la rueda que, piensa, le llevará a la victoria; Nibali y sus gafas oscurísimas, como su mirada negra, solo ve la rabia que se enciende en su pecho. Pasada la meta, a la sombra ya gris del Grand Paradiso, el rey de los Alpes de Grava, a los 2.247 metros en los que brilla el Lago Serrù, Roglic consiente en ser educado y le tiende desde la bici la mano a Nibali, que la rechaza.

Su partida de póker, o boxeo mental como dicen los comentaristas que preferirían exaltarse con un ataque del escualo como se extasían con el hermoso vuelo de Landa, les ha dejado empatados en teoría, pero con ventaja siempre para Roglic (el 1m 44s de San Marino y San Luca aún están intocados). Salen ambos reforzados por el hundimiento de Yates (a 5m 49s de Roglic en la general, ya) y por la perenne mala suerte de Superman (a 5m 23s del esloveno que no es aún líder de nuevo: su compatriota Polanc, provisional, resiste), que pincha de nuevo en el peor momento de la etapa justo el día en el que su equipo despliega la táctica más impaciente y más agresiva con la pedalada de seda de Pello Bilbao despedazando al grupo en el Pian del Lupo, el puerto emboscada.

Salen ambos debilitados por el acercamiento que han permitido a rivales peligrosos a los que habían casi matado en las contrarreloj: Zakarin ya está a 31s de Roglic; Landa, que salió de la triada San Luca, corte de Frascati, San Marino con mala cara y 4m 52s perdidos, ya está a 2m 43s de Roglic, a 59s solo de Nibali, que siente también en la nuca, bajo el casco, el aliento de Carapaz (a 13s solo del siciliano, a 1m 57s del esloveno), el favorito invisible, que ataca detrás de Landa con una pedalada facilísima y machaca a Majka, a quien había salido a cubrir, y cuyo éxito es un canto a la manera inteligentísima con la que su equipo, y el equipo de Landa, el Movistar, está gestionando la carrera, la forma brillante en la que controló la etapa con Amador, Carretero y Rojas en la fuga a la que los comisarios condenaron a morir de sed y de hambre. Los tres fueron clave para su equipo, los gregarios más orgullosos del mundo. Los tres llegaron muertos a meta. Felices como héroes.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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