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MASTERS DE AUGUSTA
Columna
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Carta de amor a una chaqueta verde

Una vez más te sentimos cerca; de nuevo nos creen capaces. Acabamos de entrar por Magnolia Lane y ya nos parece estar soñando. El tiempo en este lugar adquiere su propia dimensión

Justin Rose es observado por el público durante el Masters de Augusta.
Justin Rose es observado por el público durante el Masters de Augusta.DAVID CANNON (AFP)

Otra vez aquí; otra vez tú. Siempre tú. Año tras año nos citas en este espectacular paraje donde la naturaleza es tan solo una excusa para que perdamos el sentido de la realidad, para que los nervios nos atenacen a todos pensando en ti a cada instante.

Una vez más te sentimos cerca; de nuevo nos creen capaces. Acabamos de entrar por Magnolia Lane y ya nos parece estar soñando. El tiempo en este lugar adquiere su propia dimensión. La imagen que proyectas ante nosotros, ambiciosos y solitarios buscadores de gloria, y el escenario tan emotivo que propones, es nuestra absoluta perdición. A la gran mayoría de contendientes solamente los devolverás impotencia durante toda una carrera, y en algunos casos la injusta secuela de perdedor. Y es que difícilmente nos permitirán transitar por la Gran Historia del Golf sin una chaqueta verde colgada en el armario. 

He hablado tanto de ti con Sergio, con Chema –este año celebra por cierto sus bodas de plata contigo; hace 25 años que le dio por celebrar su primera victoria con ese gesto de alivio tras su último putt-, que soy muy consciente de tu absoluta displicencia. Te sabes más importante que todos nosotros juntos; al menos así te hicieron sentir tus padres, Bobby Jones y su socio Cliff Roberts, cuando te parieron quince años después del inicio del torneo rodeada de tanta exclusividad y servidumbre. Después de 85 años, arrasada desde hace tiempo la civilización por la tecnología de vanguardia, todavía seguimos recibiendo esas personalizadas invitaciones a la gloria de tu puño y letra.

En apenas unas horas saldremos a buscarte y esta vez he tomado una determinación; juro que iniciaré la competición con la tranquilidad del que conoce el duro camino de vuelta sin recompensa. Sabes que mi estilo y carácter son muy parecidos al de tu primer ganador europeo.Pero en la balanza de Seve, sin duda uno de tus amantes favoritos de todos los tiempos, acabó pesando más su carismática presencia que sus travesuras y errores de genio indomable. Ese aire de conquistador le permitió andar por tus dominios de un modo distinto a los rivales. Donde no llegaba su golf, lo hacía su mirada intensa y esa naturalidad competitiva que lo llenaba de opciones frente a las adversidades. A Severiano el silencio del Amen Corner lo pillaba normalmente entretenido en la siguiente decisión, sin un solo minuto para rendir pleitesía. Tal vez sea el mejor modo de entrar al lugar sagrado; abriendo la puerta de la oficina con una nueva sonrisa.

Por nada en el mundo habrá de latir hoy mi corazón al ritmo que te convenga. Ese ritmo frenético, con el que tanto disfrutas, tendrás que encontrarlo en algún otro jugador que dice también pretenderte. Ninguno de ellos podrá dominar mis emociones. Ya no. He comprendido finalmente que en absoluto debo distraerme teniendo en cuenta los méritos del resto de posibles favoritos. He trabajado tanto en ello como en el riesgo-beneficio frente a cada golpe, algo crítico en caso de que lleguemos a la última jornada con opciones.

Hasta aquí llega mi desordenada reflexión, llena de pensamientos que la brisa irá acompañando. Se me hace tarde y he de salir a buscarte. Por delante nos esperan cuatro jornadas deportivas de una estética insuperable, pero también de una exigencia sin compasión.

Tuyo. Jon.

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