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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Van Gaal, amable con cara de malo

El autor homenajea con este artículo al entrenador holandés, que deja los banquillos a los 67 años

Jorge Valdano
Van Gaal, en su etapa de entrenador del Manchester United
Van Gaal, en su etapa de entrenador del Manchester Unitedreuters

Despidamos a Van Gaal como el maestro que fue. Le conocí en su primera etapa en Barcelona y comprobé que su dureza era solo aparente. Fue amable y escrupuloso. Le dibujé su alineación tipo y puse a Rivaldo a un centímetro de la raya de banda. No le gustó. Le pedí otro folio y dibujé a Rivaldo pegado a la raya. Sonrió satisfecho. Años más tarde, rememorando aquella escena, pensé: “Como para entenderse con Riquelme”. Una persona noble, con sentido de club en lo particular y con sentido ético en lo general. Su puesta en escena era dura porque en el diálogo no domina ni el tono de voz (demasiado alto) ni la distancia (demasiado corta). Más que hablarte parece querer morderte. Entrenador exigente, frontal, metódico, amigo del orden y defensor de un juego siempre propositivo. Dirigió equipos deslumbrantes como aquel Ajax del 95 que conquistó la Champions. Y que bailó a mi Madrid.

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Jugar de memoria. Fue hijo de la escuela futbolística holandesa, donde Johan Cruyff dejó huellas profundas. Pero Van Gaal y Cruyff estaban separados por un abismo en lo personal. Johan fue un jugador genial y un entrenador con una intuición que llegaba hasta la misma esencia del fútbol. Era más admirable que imitable. Van Gaal, que no tenía esa capacidad de síntesis, tuvo la capacidad de descomponer el juego y convertía sus ideas en hábitos con entrenamientos repetitivos. Respeto a las posiciones con extremos muy abiertos, juego a uno o dos toques, largas posesiones, espíritu siempre atacante… Rara vez se traicionaba, rara vez sorprendía, pero lo cierto es que su juego llegó a ser muy atractivo y, como todo lo que se sistematiza, copiable. Una excelente aventura intelectual, demasiado estricta para los jugadores muy creativos que se sentían asfixiados en esa horma, pero eficaz como escuela.

Exigente sin concesiones. Después de las comidas repasaba en voz alta y con sentido crítico el entrenamiento y tras los partidos, ayudado con imágenes de vídeos, hacía lo mismo. Un repaso exhaustivo de los errores cometidos que desesperaba a los jugadores más tímidos, que preferían que lo llevaran al patíbulo. Di María cuenta que un día se cansó de tantas correcciones y le dijo que no quería ver más defectos porque le desmoralizaban. Pero en personalidades como la de Van Gaal, la motivación solo está relacionada con la profesionalidad. Hay que hacer lo que está bien y corregir lo que está mal. Sorprende que no tuviera más sensibilidad en el manejo de las emociones porque se trataba de una persona con los sentimientos a flor de piel, capaz de conmoverse hasta las lágrimas cuando se sentía satisfecho con algún comportamiento. No hay un solo jugador que haya pasado por Van Gaal y que discuta esa calidad humana.

No se hable más. No solo en lo que respecta al trato con los jugadores, donde el respeto profesional, incluso en los peores casos, estaba asegurado de la única forma posible: siendo directo en los mensajes para evitar los malentendidos. Si algo no le gustaba, lo decía. Si alguien no le gustaba, también lo decía. Ese respeto lo prolongaba a los aficionados, pidiéndole a los jugadores que no se aislaran de ellos, que se pararan a firmarles autógrafos, que los consideraran parte de la familia futbolística. Ese sentido de club que lo abarcaba todo fue otra característica de su personalidad profesional y humana. Mirado en perspectiva le hizo muy bien al fútbol, dejando muchos discípulos que desde distintas partes del mundo admiraron sus métodos y los tomaron como referencia. Y cuando un entrenador llega a la categoría de maestro, se terminan las discusiones.

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