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Henry en el caos del Mónaco

El viejo ídolo, que soñó con emular a Guardiola en los banquillos, se estrella contra la crisis del club del Principado

Henry habla con Sidibé tras ser derrotado por el Brujas 4-0.
Henry habla con Sidibé tras ser derrotado por el Brujas 4-0.VALERY HACHE (AFP)

El martes 6 de noviembre la policía monegasca detuvo al ruso Dmitri Rybolovlev, presidente del AS Mónaco, con cargos de corrupción y tráfico de influencias. Ese día el equipo cayó goleado en Champions ante el Brujas (0-4), prólogo de otra goleada en casa, el domingo siguiente, ante el PSG (0-4), en una espiral de desintegración deportiva e institucional sin precedentes en las últimas décadas. Lejos de parecer abrumado, al acabar el partido Thierry Henry, el entrenador local, acudió al vestuario visitante a saludar a sus colegas, Kyliam Mbappé y Neymar Junior.

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Su proximidad espiritual con los ídolos se puso de manifiesto cuando inmediatamente después le preguntaron que cómo se las arreglaría para reorganizar un equipo con 17 bajas por lesión y una plantilla que adolece de un desequilibrio evidente, por ejemplo, en la presencia de cinco laterales derechos y dos zurdos. Henry respondió, con triste ironía, que no se le ocurría nada mejor que volver a calzarse las botas.

—Tendré que volver a pedir una licencia.

Él nunca tuvo el swing de Ronaldo, ni la gracia de Zidane o Pirlo. Tampoco pudo confiar en la ruleta, el regate corto o una buena zurda entre sus habilidades como delantero. Apenas tiraba las faltas. Si Titi fue uno de los delanteros más importantes de la historia del fútbol francés es por otra calidad menos visible pero aún mas decisiva. Henry tenía lo que más se valora a la hora de mantener una carrera recta a pesar de la entradas contrarias, de la fama y de sus aduladores. Lo suyo era la inteligencia. Cuando los demás veían obstáculos, el veía oportunidades. Henry fue tal vez el delantero mas racional de su generación. Tan racional que a la hora de celebrar sus goles ponía cara de filósofo escéptico.

A la hora de hacerse racionalmente entrenador, siguió los pasos de los mejores. Decidió no seguir el camino oficial de la federación francesa, por donde entraron Zidane, Deschamps o Blanc, y se fue a Gales. Siguió las recomendaciones de sus compañeros (como Patrick Vieira) hacia Osian Osh Roberts, actual ayudante de Giggs en la selección de Gales, instructor de la licencia UEFA pro y encargado de la reciente resurrección del futbol galés. Institucionalmente hablando, no era la mejor forma de hacer amigos en su federación natal pero desde un punto de vista racionalista era sin duda un buen cálculo. “Me fui a Gales”, dijo, “porque jugadores retirados que también habían seguido este curso me contaron lo impresionante que era; y lo bueno que era Osh, en particular, cuando se trata de hablarle al jugador”. Roberto Martinez, ex alumno de Roberts, lo fichó enseguida como ayudante en la selección de Bélgica. Hasta aquí, todo racional.

El paso siguiente para Henry fue volver al Mónaco. Allí, bajo los órdenes de Claude Puel y Jean Tigana, se había criado en una especie de incubadora de talentos junto a Trezeguet y Christanval. Pero suceder a Jardim en el 2018 no era tarea fácil. Durante cuatro temporadas, el portugués fue el mejor entrenador europeo en cuanto a progresión de jugadores se refiere: Mbappé, Bernardo Silva o Lemar fueron sus perlas. Después de haber estudiado metódicamente varias ofertas (rechazó la del Girondins por falta de proyección deportiva), Henry se decantó lógicamente por volver a casa. “Todo me parecía lógico, fue una corazonada”, dijo, el día de su presentación. El metódico Henry huyó así de la lógica racional para iniciar el camino de la nostalgia.

El Guardiola francés

En Mónaco, el nuevo entrenador descubrió que el fútbol deriva naturalmente hacia el caos y que allí el juego es únicamente controlable después de un ejercicio mental extenuante. Henry soñó conque Mónaco tenía que ser el trampolín hacia los grandes clubes europeos. Siguiendo esta lógica, muchos aficionados franceses esperaban, por cultura de juego, por dedicación, por currículum, que Henry fuera el Guardiola francés. En efecto, desde su primer partido, jugado el 20 de octubre en Estraburgo, apostó por un fútbol ofensivo, a pesar de la poca preparación de la plantilla, y de su falta de resultados (ningún partido ganado desde el mes de agosto).

Frente a tanto racionalismo, el fútbol ya inició su venganza recordándole a Henry de qué materia están hechos sus sueños: cuatro derrotas, una eliminación en Champions y dos empates. En un mes, el Monaco —el equipo de moda en Europa hace 18 meses— tuvo que enfrentarse a los peores augurios desde la temporada 1968-1969. Linda el descenso.

“¡Bienvenido al mundo de los entrenadores!", le dijo la semana pasada Didier Deschamps. El seleccionador francés es un maestro de la escuela contraria. Deschamps preside la vía federativa oficial, aquella que, frente al previsible caos, reacciona a la defensiva y espera el error ajeno.

Convencido de que su halo de gran figura le ayudaría, en Mónaco el atrevido Henry descubrió la verdad del oficio de entrenar.

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