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El ascenso irresistible de Enric Mas en la Vuelta

El joven acaba tercero tras una terrible subida al monte Oiz, donde Valverde recupera 8s a Yates. Michael Woods gana la etapa

Carlos Arribas
El canadiense Michael Woods gana en el Monte Oiz.
El canadiense Michael Woods gana en el Monte Oiz.Manuel Bruque (EFE)

Los ciclistas son niños pequeños que se creen héroes. Dejan toda su vida en una cuesta de cemento entre la niebla, recorren a cinco por hora los 500 metros más largos de su vida y lo hacen, pedalean sin aliento y maldiciendo por haber elegido ser ciclistas, y encima correr la Vuelta, una carrera matahombres, pensando que en la cima les espera la gloria eterna. Y cuando cruzan la meta, más muertos que vivos, lo primero que oyen es a un aficionado rapaz pidiéndoles el bidón de la bici. Peor será el olvido.

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“¡Dame el bidón, el bidón!”, le exige una señora a gritos al pobre Geniez, que no se sostiene en la bici, sudoroso y tan pálido como la niebla que convierte la llegada al Monte Oiz, Balcón de Bizkaia, en el final de una película medio de misterio, medio de terror, un thriller o así. Y Geniez, en su perfecto francés, le responde con una frase demasiado larga para sus pulmones. Y la señora grita más: “No entiendo francés, háblame en español, maleducado”. Y a su acompañante le pregunta, “¿qué ha dicho?”. “Que si quiere un bidón que en las tiendas los venden, que se lo compre”. Y la señora maldice: “Será grosero...”.

Si hubiera visto la tele y oído al pobre Fabio Aru, caído sobre la nalga derecha, desgarrada en la piedra, maldecir, “¡puta bici!”, la señora quizás habría entendido la miseria de los ciclistas, y su anhelo de grandeza, la trascendencia que emociona y que ofrece a veces Valverde, 38 años y siempre niño, como todos, que se lanza a lo desconocido vestido de verde. Quedan cuatro kilómetros. No sabe lo que le espera. Como todos los días, como todos los años, Nairo, el niño que parece un hombre demasiado mayor cuando sufre, el optimista que sigue creyendo que en algún momento tendrá su habitual kilómetro mágico, le ha dicho que acelere. El primero que se queda es Nairo, que libera definitivamente a Valverde. El segundo es Kruijswijk, el holandés que paga con piernas de cemento su ligereza la víspera en la crono.

Con el murciano, que solo disfruta y triunfa cuando puede seguir sin obligaciones los dictados de su voluntad, resisten solo tres de los grandes, Yates de rojo, López de blanco, el que más ha buscado la fractura, y Mas, de azul sereno y fortísimo, que soporta los dolores de espalda y pedalea como nunca en su vida. En la niebla oscura de los últimos 500 metros se convierten los cuatro en objetos de la imaginación y del deseo de los aficionados, que no los ven, pero sabe que están allí. Son los cuatro primeros de la general, y los dos más fuertes son los dos españoles, el viejo niño, de 38 años, y el joven de 23 que llega, el que dice por las mañanas que siempre tiene los pies en la tierra y se contradice por las tardes, porque cuando sube en su ascenso irresistible en la montaña vertical y en la clasificación general es como si sus pies se despegaran del suelo. Sacan 8s a Yates los dos, Mas por delante, Valverde por detrás, una señal de lo que viene, de que ahí no se acaba su Vuelta.

En la general, el murciano está a 25s; el mallorquín, a 1m 22s, y Yates habla de Nairo, que sube solo y no se rinde. Le tiene a 2m 11s, tras Supermán y Kruijswijk, y sabe que los días que quedan, los de Andorra, la fuerza de Valverde será la fuerza de Nairo, quien ya no le pedirá que acelere ni que pare, que podrá acelerar él mismo, en busca de su minuto alado.

En la niebla, llora Michael Woods, un canadiense de Ottawa, figura juvenil del 1.500 en atletismo que tras una fractura de estrés se pasó a la bici, y no la insulta, la ama, y para quien la victoria de etapa mítica no es gloria, ni grandeza, ni trascendencia. Es algo más, una catarsis que le libera. El corredor del Education First ha atacado en el grupo de fugados en el que iba con De la Cruz y Teuns sin saber dónde estaba, sin ver la pancarta de meta. Cruza vencedor, recupera lo justo y se derrumba. “Hace tres meses perdimos a nuestro hijo, que estaba en la 37ª semana de gestación”, balbucea. “Iba a llamarse Hunter. Solo he pensado en él mientras ascendía”.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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