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Gallopin gana en Pozo Alcón una etapa dura, como las de antes

Caída de Kwiatkowski, que cede medio minuto a todos los favoritos y al francés Molard, que sigue líder

Carlos Arribas
Gallopin resiste la llegada del grupo de favoritos en los últimos metros de la etapa.
Gallopin resiste la llegada del grupo de favoritos en los últimos metros de la etapa.Manuel Bruque (EFE)

“Para mi mujer, leche de soja”.

“De soja, no, Manolo, davena”.

“Eso, para mi mujer, leche davena; para mi hija, leche sin lactosa y para mí, desnatada”.

La comanda para el desayuno de la familia en el Parador de Lorca hace eco a la que minutos antes organizaron los ciclistas del Emirates que corren la Vuelta, allí alojados. Cada ciclista es un mundo y una dieta, y vuelven locos a los masajistas y a los cocineros que les montan el desayuno, y lo ven los viejos del ciclismo y se sofocan, y les dicen que cada día son más blandos, que acabarán como los futbolistas, que se quejan de todo y si llueve lloran… Los jóvenes, los que no entienden que el ciclismo deba ser un deporte antiguo y de machos que no se quejan, sino que se sienten más que nada deportistas de elite, no pobres que se lanzan a la bici para no pasar hambre como hacían los de antes, no entienden el sentido de la pulla. Ojalá acabaran como los futbolistas.

Ay, qué desastre, insisten los viejos que defienden que el ciclismo es ciclismo porque es de duros, y miran los dientes a los jóvenes y les dicen que tengan cuidado, que los geles con que se alimentan tanto destruyen el esmalte, y siguen recitando su monserga a los chavales que se quejan del calor y de que pasan sed, y les dicen que cuando ellos rabiaban de sed, secos, deshidratados, acalambrados, llegaban los sabios, los que manejaban el coche, y les decían que no, que no era bueno beber entonces, porque el agua les lavaba el estómago. Y cuando pedían cocacolas, se reían mientras abrían una y se la bebían, y les decían que iban malísimo.

“Y qué queréis, ¿correr con paraguas cuando llueve y ponemos sombrillas para el sol?”, terminan su discurso los machos. “¿No queríais ser ciclistas? Pues sufrid”. Y dirigen a los chavales por carreteras de sus tiempos viejos al matadero de Pozo Alcón, no muy lejos de donde nace el Guadalquivir y donde muchos se caen, todos sufren a cámara lenta y Tony Gallopin sobrevive, hijo, sobrino y pareja de ciclistas, un look de ciclista moderno y sangre vieja en sus venas, alimentada desde crío con historias de gran ciclismo, y más monsergas. Historias que se corrieron por las Cévennes calurosas y secas en el Tour, en paisajes similares a los de las sierras del Pozo y de Castril, áridos y polvorientos, en los que un embalse con club náutico y agua, y azul, es un espejismo más que un oasis, y las carreteras que llevan a Hinojares, empinadas y estrechas, son de hace 50 años, de gravilla y grandes boquetes tapados hace nada con pegotes de brea negra,

Y allí, los ciclistas de ahora se transcienden como los de antes. Se caen sobre los matorrales de las cunetas, víctimas del paisaje, como Kwiatkowski, y se quitan el polvo de encima y se levantan y siguen, y persiguen. Gracias a un esfuerzo feroz, el polaco solo pierde 25s con el grupo de los favoritos, en el que se mantiene el líder prestado, Molard.

Herrada ataca. Y también Nairo con un grupo de grandes que quieren endurecer el final. Gallopin espera su momento, un contrapié imparable a dos kilómetros. Nairo piensa en Valverde, que termina tercero, tras Sagan, pero está feliz con la bonificación porque piensa en la general.Ya es segundo, el primero de los que dicen que van a ganar la Vuelta.

Y ninguno se queja. Son duros de verdad aunque desayunen cereales sin gluten y barritas de gel, y leche sin leche.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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