La victoria de Thomas y el ‘método Sky’
El galés, el tercer británico que gana el Tour en siete años liderando el equipo que sabe como nadie interpretar la ‘grande boucle’, no consigue que Froome gane la contrarreloj
El Sky sabe ganar el Tour, domina el método, que se dice, pero no cómo ganar etapas. En las contradicciones reside la belleza, y también la alegría de Tom Dumoulin, el de la pedalada más hermosa, ganador de la contrarreloj intensamente popular de Espelette, la etapa vasca, por un error de cálculo de los rivales, tan algebraicos.
Así nació la ironía y el deseo de homenajear a Chris Froome, la víctima favorita del Tour que gana su número dos, un galés simpático y fuerte, y un año más joven, llamado Geraint Thomas. Es el tercer británico, tras Brad Wiggins (2012) y Froome (2014 y 2015 a 2017), que gana liderando al Sky el Tour de Francia. En los más de 100 años de historia anterior, ninguno lo había logrado.
El paisaje tan quebrado y verde, y el sirimiri de la mañana, incansable, y tan dulce como odiable, y las carreteritas estrechas, sube y baja entre bosques e robles, y la bruma, y los espíritus, y hasta el repecho de un kilómetro vertical, llamado con cierta soberbia col, el col de Pinodieta, suponían un verdadero desafío hasta para las calculadoras tan potentes de los equipos, capaces de analizar billones de inputs en milésimas de segundo, y trasladar las órdenes correspondientes a los sistemas nerviosos de los corredores, tan amantes de medir tanto sus esfuerzos en las contrarreloj.
Eran 31 kilómetros laberínticos, hechos para perderse y para que los pinganillos, los trackers y los GPS, las armas del ciclismo moderno, se declararan incapaces. Pero, tal es el poder de la ficción que crean, parecía que sobrevivían orgullosas, y la realidad que relataban los cronómetros de Tissot, los verdaderos tejedores de la existencia en el Tour, era imposiblemente regular, de metrónomo.
En el primer punto cronometrado, el kilómetro 13, Thomas, impetuoso y feliz, controlador de una bici que en alguna curva se le encabritó, aventajaba en 14s a su compañero Froome, y en dos más al rival Dumoulin. El podio de Froome estaba ya asegurado. Primosz Roglic, el más inexperto de los cuatro, perdía ya medio minuto con Froome (más de 2s por kilómetro). Ahora se trataba de que el viejo Froome, en su despedida de la gloria, ganara la última contrarreloj. Un homenaje. Los tres primeros se marcaron con tanta precisión, y Thomas calculó tan bien sus pedaladas, que en el segundo punto de cronometraje, kilómetro 22, las diferencias entre los tres se habían estabilizado: 13s de Thomas a Froome y, dos segundos más atrás, siempre, Dumoulin, dos segundos, como una línea que no podía franquear. Y, cuando cruzaron la línea de meta, primero Froome, y luego Dumoulin, oficialmente se comunicó que que el holandés había llegado un segundo más tarde que Froome.
Inmediatamente Nicolas Portal, director del Sky, informó a Thomas, a quien le faltaban aún tres kilómetros, y el galés, feliz por darle la victoria de una etapa al líder al que había ayudado a ganar cuatro Tour silenciosamente, frenó su marcha, redujo su velocidad y en nada ya estaba más de 20 segundos por detrás de Froome. Cuando los cronometradores rectificaron –la realidad es más dura de pelar de lo que creen los cronómetros, que a veces patinan—y anunciaron que, sorry, pero que un pequeño bug informático había hecho saltar al cronómetro de Froome antes de terminar, y que, en realidad, había necesitado para los 31 kilómetros 1s más que Dumoulin, no 1s menos, ya era tarde para arreglarlo. Thomas sprintó con su potencia de campeón olímpico de persecución en pista, pero solo logró tardar 14s más de lo necesario.
Froome no ganó la contrarreloj, pero, al menos, consiguió recuperar un puesto en el podio, del que desaloja al increíble saltador Roglic. Se rompe así la perfección de un podio en los Campos Elíseos con tres novatos en la cuestión Tour, pero se consigue algo mejor: algo nuevo, Dumoulin (segundo), algo viejo (Froome) y algo prestado (Geraint Thomas, el ganador al que se considera un hombre de transición, hijo de las circunstancias y del método). A los del Movistar, más tradicionales, como las novias de las películas americanas, les habría gustado que hubiera habido algo azul, pero no le dieron lo bastante duro a la carrera con su sombrero de tres picos para conseguirlo. El bicornio, Mikel Landa (séptimo) y Nairo Quintana (décimo), acabará entre los 10 primeros, un premio modesto para su ambición. La tercera punta, Alejandro Valverde, agobiado por el calor y la humedad –“será que me estoy haciendo viejo”, bromea el murciano, de 38 años—acabó más lejos de lo que esperaba del primero: el 14º, a casi 28m. Ninguno de los tres se lució en la contrarreloj, el plato de más en una comida muy pesada.
Es teorema del Tour que las caídas tontas y las averías de los pretendientes a la victoria no son tanto mala suerte como señal de incapacidad. Es la llamada ley Indurain, que solo pinchó el año que no ganó el Tour. Geraint Thomas ni se cayó ni se averió, y no se puede decir que ganara el Tour porque varios de sus rivales –Nairo, Dumoulin, Landa, Bardet y el mismo Froome—perdieran tiempo por averías o caídas. Ninguno de los cuatro fue luego capaz de llevar al galés hasta sus límites. Ganó el mejor rodador sobre el segundo más regular.
Dumoulin, de 27 años, el hombre Tour del futuro, el modelo Indurain perfecto, perdió 1m 10s en la subida al Mûr de Bretaña, y terminó a 1m 51s en la general, en la que Thomas sacó 33s de bonificaciones, pero nunca fue capaz de destacarse ni 1s del galés, tan relax entre insultos y el estrés de ser líder del mejor equipo, el que posee el método Tour, y ganador con su sprint largo inimitable de las dos etapas de los Alpes que acabaron con el Tour. Y Dumoulin fue segundo en ambas, La Rosière y Alpe d’Huez, y segundo al final, como en el Giro.
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