Del republicanismo deportivo
En Francia, “multiculturalismo” no es un halago sino un reproche
En el 2010 y 2014, las portadas celebraban las victorias de las selecciones española y alemana apuntando sus aptitudes para combinar de forma armoniosa los origines biológicos de sus componentes. El estilo español era el resultado de una supuesta unión entre el rigor catalán, la alegría andaluza y el trabajo asturiano. El juego alemán del 2014 era también hijo de la sangre turca de Özil, de la fortaleza tunecina de Khedira, del rigor germano de Kroos y del oportunismo polaco de Klose. En el 2018, los mismos prejuicios recaen sobre los mismos indicios con la facilidad con que advertimos el color de la piel: la selección francesa de Pogba, Mbappé y Matuidi. En las tribunas mediáticas, la causa del éxito en la Copa del Mundo está resuelta: Francia ha ganado por su multiculturalismo.
Barack Obama comentó, durante un discurso de homenaje a Mandela, que los franceses victoriosos en Moscú “no le parecían en nada galos”. Se hacía eco de varias opiniones semi-admirativas, semi-condescendientes, dirigidas hacia el color de piel de los jugadores. Francia recibió las palabras con vergüenza ajena.
Recordamos que el triunfo black-blanc-beur (negro-blanco-árabe) del Mundial de 1998, y las esperanzas que levantó, hicieron bien poco para suavizar las revueltas de los barrios más pobres (y multiculturales) del país en el 2005. También recordamos enseguida que la victoria del 1998 fue tan impactante como la huelga de nuestros jugadores después del segundo partido perdido en Sudáfrica en 2010 por culpa de la expulsión de Nicolas Anelka acusado (injustamente) de haber insultado a su seleccionador. Tratamos de recordar que los éxitos deportivos no tienen otras raíces que deportivas. Si hay que mencionar una sola enseñanza del 1998, no podemos olvidar que quienes convocan a la “nación multiétnica” para explicar lo éxitos deportivos son los mismos que culparán, en el crepúsculo, a los “cabecitas inmaduras” (palabra de la ministra de Deportes de entonces) de haber dejado la suerte del país en manos de un puñado de impresentables perdedores.
En Francia, “multiculturalismo” no es un halago sino un reproche. Es la forma más insidiosa de sospechar del ideal republicano. A quienes pretenden que la nación francesa se construyó a partir del ADN, anteponemos al viejo Ernest Renan, filosofo oficial de la República. Cuando entre dos guerras franco-alemanas las tribunas se armaban de pistolas y razas, un día de 1882 el sabio subió a su cátedra de la Sorbonne para pronunciar una famosa conferencia estudiada desde entonces en todos los colegios. Allí dijo que una nación supone una herencia, un “haber sufrido juntos”. Que para eso, las derrotas valen mas que las victorias. Y que una nación es un “plebiscito de cada día”, “el deseo claramente exprimido de seguir la vida común”.
Los orígenes de los ciudadanos valen solamente por los horizontes que nos permitan perseguir libremente.
Thibaud Leplat es ensayista, profesor de filosofía y autor de Football à la Française.
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