Erviti y Amador, los ciclistas más orgullosos en todo Roubaix
Los dos gregarios lograron remontar a su líder Landa hasta el pelotón de los mejores en los últimos 30 kilómetros
La batalla que devolvió a los profesionales a sus raíces y a la libertad, y a los gregarios, duros trabajadores, el orgullo por su tarea, se comenzó a disputar en el país de la endivia, el cultivo que salvó los campos de achicoria una vez se dejó de consumir, y se desarrolló principalmente entre campos de maíz y rastrojeras de cereales. En el camino de Auberchicourt a Écaillon, una recta de 900 metros de empedrado de granito, medio pelotón se fue al suelo. Imanol Erviti se quedó cortado, pero, por supuesto no iba a resignarse a quedarse atrás y terminar la etapa lejos de los suyos. Al llegar a amasijo que le cerraba el paso, se bajó de la bici, la cogió y con ella de la mano se fue saltando por la cuneta buscando el camino limpio. El gregario más fuerte del Movistar, el más experto en el pavés, corrió como si fuera el último esfuerzo que tuviera que hacer en su vida. Tan fuerte, tan impetuoso. Quedaban casi 90 kilómetros de etapa. Enlazó con el grupo, por supuesto.
“¡Cómo no iba a hacerlo”, exclamó después, extrañado por la duda, terminada la etapa, y aún sucio de polvo hecho barro y sudor. Que llegó con todos se vio poco después, cuando, componiendo una imagen que hizo frotarse a más de uno los ojos para estar seguros de que veían bien, seis de los Movistar se manejaban tan bien y tan pichis entre el reducido pelotón de los mejores, no más de 40. Faltaban 30 kilómetros y solo tres tramos más de pavés.
Fue entonces, en un tramo de asfalto, una pausa entre escaramuzas de pavés, cuando Mikel Landa cogió un bidón del cuadro y antes de echar un trago dijo: “Jopé, esto va de maravilla. No me lo puedo creer que hayamos salvado tan bien”. Empezó a beber y en ese momento su rueda delantera pilló un bache, la dirección se torció y Landa se fue al suelo, estrepitoso. Instantáneamente, Amador, Bennati y Erviti, los tres trabajadores, se quedaron con él para intentar remontarlo hasta un pelotón lanzado. Era el momento en el que comenzaban los ataques de los que buscaban ganar la etapa. Delante se quedaron solos, librando sus propias primarias, cada uno con sus fuerzas y sus rezos, Valverde y Nairo. Y Eusebio Unzue, el jefe del equipo, cruzando los dedos. “Fue un grave riesgo, sí, una avería o un pinchazo les habría hundido a cualquiera de los dos”, dice. “Pero no podía hacer otra cosa. No podíamos perder a Landa. Y, además, estoy orgulloso: creo que somos el único equipo que no ha pinchado ni una vez”.
Erviti había llegado allí para eso. Y tras el trabajo de Bennati, entre Amador y él, lograron casi el imposible. Después de perder más de un minuto llegaron a meta a solo 7s de los mejores de la general. El costarricense Amador, una fuerza y una capacidad increíbles para tirar del carro, acomodado con los codos sobre el manillar, resumió como cualquier trabajador. “Estamos contentos. Ese es nuestro trabajo y nuestra obligación. Fue un buen día”, dice Amador, que kilómetros antes debió tirar de Nairo, que había sufrido una avería y necesitó de su remolque. Y la mirada alegre de Amador se cruza con la de Erviti, que no puede sino gritar: “Soy un hombre feliz”.
Su nivel de felicidad dentro del equipo, compartido por todo el staff, no lo alcanzaron ni Landa, con todo el costado derecho muy magullado, pero con nada roto, ni Valverde, que siempre que se siente libre en cabeza disfruta, pero sí Nairo, que llega al autobús al grito de “soy como los purasangres, remontando desde atrás”, en referencia al más de minuto que perdió por avería el primer día. Después comienza a desacelerarse pedaleando unos minutos en la bici estática. Cuando desciende, echa mano al bolsillo del maillot y saca una estampa. Es la Virgen de los Milagros. A la que reza. “Nunca la dejaré”.
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