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SIN BAJAR DEL AUTOBÚS
Columna
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Nuevo orden mundial

Eliminadas las selecciones dominadoras, la presencia de ciertos semifinalistas, en los que nunca se acababa de creer, provoca una inusual placidez

Juan Tallón
Jugadores de Bélgica celebran el triunfo sobre la selección de Brasil.
Jugadores de Bélgica celebran el triunfo sobre la selección de Brasil.WALLACE WOON (EFE)

En el fútbol mundial casi nunca se cambia de jefes. Mandan los cuatro o cinco peces gordos de siempre: Brasil, Italia, Alemania, Argentina, Uruguay. De vez en cuando parece que el orden se tambalea, y conquistan un Mundial selecciones como Inglaterra, España o Francia. Pero enseguida se restaura la vieja hegemonía. Al final, para llegar lejos, hacen falta un sueño y un plan. Quizás hay que estar también un poco locos para enarbolar el plan y el sueño hasta el final, sin que importen las consecuencias. Muy a menudo, demasiadas selecciones prometedoras ven como la parte de la locura se convierte en miedo, o simplemente en fatalidad, y dejan pasar la ocasión de hacer Historia. La vida en el fondo es eso, llegar hasta un borde y nada, aseguraba Cortázar.

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En el fútbol se están produciendo revoluciones continuamente, que muchas veces ni siquiera salen a la luz ni producen ruidos. No lo hacen, casi siempre, porque en realidad no eran revoluciones. Eran el juego de la revolución, en el sentido que el Monopoly es el juego del dinero, pero no es el dinero. Todavía recuerdo cuando una de mis tías apareció en casa con una yogurtera. Nos iba a cambiar la vida, según ella. No quiero hacer leña del árbol caído, así que diré simplemente que hoy las yogurteras ya no existen. Cuando la revolución funciona se nota en que te das la vuelta y no están los que mandaban. Acaba de pasar en Rusia. Se desmoronó el Antiguo Régimen. Ningún viejo dominador, capaz de ganar partidos con el miedo que produce su nombre, superó los cuartos de final. No veía un cambio en el orden imperante tan simbólico desde que en The Wire el negocio de la droga en las calles de Baltimore pasó de estar en manos de Stringer Bell y Avon Barksdale a quedar bajo el control de un desconocido Marlo Stanfield, que no se sabe de dónde salió.

El ganador saldrá de la criba de un inusual grupo de países que, salvo Francia e Inglaterra, en su día campeones por una vez, demasiado efímera, vivieron mucho tiempo alejados de la posibilidad real de gloria. Nadie debería entristecerse por ello. Ni siquiera cuando tu selección favorita no se encuentra entre los mejores. Si me apuran, hay cierta belleza en ver cómo se derrumban las grandes torres. Es un derrumbe temporal, pero un derrumbe, tras el cual solo quedan cascotes. Suena a guitarra de Agnus Young en AC/DC. La caída desencadena un estruendo fastuoso, dramático y emocionante, semejante a fuegos artificiales. Parece que se va acabar el mundo, pero lo único que se acaba es el Mundial. Eliminadas las selecciones dominadoras, la presencia de ciertos semifinalistas, en los que nunca se acababa de creer, provoca una inusual placidez. Es como cuando Forbes da a conocer la lista de gente más rica, y nunca aparece un pobre en las primeras posiciones. Acabas desconfiando. Pero si de pronto, alguien sin dinero, pero loco, con un plan y un sueño, escala hasta la cabeza, vuelves a creer en el sistema.

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