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SIN BAJAR DEL AUTOBÚS
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

En ausencia de fútbol

Dos semanas no son nada pero, cuando estás esperando el Mundial desde la noche que Alemania ganó el de Brasil, dos semanas son una eternidad

Juan Tallón
Neuer, el sábado en el amistoso Austria-Alemania.
Neuer, el sábado en el amistoso Austria-Alemania.Alexander Hassenstein (Getty)

Las competiciones de clubes finalizaron, y ni siquiera se distinguen por el retrovisor. No quiero ofender, pero parece que la final de Champions fue hace diez días. La velocidad del mundo actual le proporcionó a los días aspecto de meses. En cambio, para el comienzo del Mundial restan dos semanas. ¿Es poco o mucho? Dos semanas, comparadas con cuatro años, no son nada, pero cuando estás esperando desde la noche misma que Alemania ganó el Mundial de Brasil, dos semanas son una eternidad. No transcurren así como así. Equivalen al insomnio, a cualquier insomnio, incluso a aquel que sufría el pato Donald, primero porque el colchón era incómodo y después porque había en casa un grifo que no dejaba de gotear.

Habrá aficionados que se pregunten qué se puede esperar de todos estos días que hay por el medio hasta el Rusia-Arabia Saudí inaugural. ¿Dónde posar la vista para matar el tiempo? Las noticias sobre fútbol, insulsas sin partidos, salvo los amistosos que saben a chicle masticado, se te van apareciendo como si estuvieses ante una máquina tragaperras. Si el mundial, producto de la ansiedad, nos parece un presente lejano, todo lo que se nos cuente del adiós de Zidane, el destino de Cristiano Ronaldo o los planes del Barça para darle por fin otra Champions a Messi, se nos antoja un futuro en el que muchos quizá estemos muertos, como cuando nos hablan del año 2666.

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En un movimiento desesperado, podemos hacer como que durante unos días el fútbol es un deporte que se juega en tierra batida, con raqueta, o en último caso, encestando el balón, en lo que se llama fútbol de manos. Un enfermero con el que coincidí en el centro de salud me contó que hace unas semanas empezó a comprar cromos para rellenar el álbum del Mundial, a razón de 90 céntimos el sobre. Idea genial, pensé. Al principio todo fue de maravilla, dijo. El álbum fluía. En el cuarto sobre incluso le salió el cromo de Messi, y al poco los de Neymar y Cristiano.

Ahora la heroicidad estaba resultando cubrir los huecos de Renato Augusto, Randall Azofeifa o casi toda la selección de Uruguay. Por alguna razón, había cubierto la plantilla de Senegal. En la última semana, me confesó, vivió una racha malísima, simbolizada en el miércoles, cuando compró once sobres, y de los cincuenta y cinco cromos, cuarenta y tres eran repetidos. Supongo que empezaba a salirle carísimo el plan para olvidarse de que ya no había Champions, ni Liga, y que del Mundial de Rusia todavía no se distinguía el skyline. Entonces dedujo que la vía para salir del atolladero quizás pasase por acercarse a la puerta de un colegio y entrar en el mercado de cambio de cromos con chavales que podían ser sus hijos. A punto de salir hacia Salesianos, calculó que los padres de esos chavales podrían confundirlo con un camello, y se dio por vencido. Hay semanas que son desiertos.

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