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Froome y Dumoulin descubren que también Yates tiene debilidades

Un ataque del corredor del Sky en Pratonevoso hace perder la mitad de su ventaja sobre el holandés, 28s, al líder del Giro

Carlos Arribas
Yates, de rosa, tras la etapa en la que más ha sufrido.
Yates, de rosa, tras la etapa en la que más ha sufrido. LUK BENIES (AFP)

Hay Giro, grita Dumoulin que mira hacia atrás y ve a Yates de rosa pedalear sin avanzar, resoplar, desenfocarse en la distancia, pálido como su maglia. Como si el gigante holandés se viera a sí mismo hace unos días camino de Sappada o trepando a Osimo. Como en todas las etapas duras del Giro hasta los últimos kilómetros de ascensión a Pratonevoso soleado, al final de la etapa teóricamente más inane de las tres de Alpes que deben decidir el ganador. Aquella en la que sus papeles se invirtieron. En la que en unos pocos metros de nulidad, Yates perdió 28s, la mitad de la ventaja de que disfrutaba sobre Dumoulin, el segundo clasificado.

Así es el Giro, gritan con gozo los viejos, la carrera en la que un minuto de debilidad gris destruye así sin más más que lo que puedan construir horas y horas de solidez y brillo.

Así es, amén, puede asentir, derrotado, Rubén Plaza, el alicantino de 38 años que, tras una larguísima carrera en la que ha sufrido en carne propia todas las turbulencias que ha atravesado el ciclismo en la última década, ha alcanzado el momento temido en el que la cabeza, su cabeza, tan brillante, no puede suplir la falta de esplendor de las piernas, que envejecen. Miembro de la fuga de desheredados que, por una vez en el Giro 101, triunfó y llegó a meta con más de 10m sobre los grandes, Plaza sufrió estoico en la ascensión los ataques jóvenes del alemán Max Schachmann, un portento que anuncia grandes hazañas. Pese a todo, Plaza llegó a los últimos metros pegado al alemán todo piernas y también buena cabeza, y sucumbió en el sprint final en las curvas más duras de la estación alpina. Schachmann, de 24 años, otro de los jóvenes del Quick Step que todos admiran, se dio a conocer en España en marzo, ganando en fuga una etapa de la Volta a Catalunya, semanas antes de brillar espléndido en la Flecha Valona de su compañero Alaphilippe, que terminó octavo tras atacar y ser alcanzado al pie del Muro.

Plaza, su capacidad para llegar hasta el final en su intento, cumplió el doble papel de dar una lección de ciclismo y, al mismo tiempo, recibir una de vida; Froome, en un Giro que ha terminado siendo para él un asunto de voluntad y orgullo, se conformó con impartir ambas lecciones al joven Yates, al que llevó a la perdición con un ataque planeado junto con su pareja, Poels.

Al grupo de los mejores, ya incendiado por las chispas del enfrentamiento por la maglia blanca entre Carapaz y Supermán López, lo sacudió duro Dumoulin. Un ataque de potencia en la zona menos empinada. La primera ofensiva del holandés en 18 días. Sus compañeros de podio virtual, Yates y Pozzovivo, le siguieron, aparentemente sin dificultades. Se pararon para meditar. Se les unió Froome, quien, rápido, súbito, duro, sin tiempo para respirar, aceleró. El incendio se reavivó hasta hacerse incontrolable para Yates. Al golpe de pedales del inglés de Nairobi, 33 años, cuatro Tours y una Vuelta, respondieron rápidos Pozzovivo y Dumoulin. No Yates, que bajó la cabeza y el desarrollo. Esperó a corredores desperdigados que le ofrecieran una rueda amiga y rezó para no perder mucho tiempo. No podía hacer otra cosa. “Al menos conservo la maglia rosa”, se consoló el inglés joven, 25 años, un futuro que se anuncia pleno de victorias. De rosa por los pelos liderará al pelotón el viernes en la etapa reina --Finestre, Jafferau terrible-- de un Giro que, quizás, se le acabe haciendo demasiado largo. Aún hay Giro, sí, suspira, fatigado.

 

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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