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Bilbao, rendidos al rugby por dos días

El futuro dirá sin la finales europeas de San Mamés fueron un acontecimiento deportivo o solo un negocio

Wenceslas Lauret, del Racing 92, después de perder la final de la Champions de rugby en Bilbao.
Wenceslas Lauret, del Racing 92, después de perder la final de la Champions de rugby en Bilbao.GABRIEL BOUYS (AFP)

Llovía en Bilbao, porque hace tiempo que en Bilbao llueve por obligación como un tributo al pasado que no cesa. El viernes, con motivo de la Challenge Cup, que abría las finales europeas de rugby en Bilbao, tuvo consideración con los aficionados, aunque proveniendo de Gran Bretaña e Irlanda, la lluvia no es un accidente meteorológico sino una costumbre mundana. No era primavera, porque no existe como estación (solo funcionan el invierno y la Renfe), pero simulaba una deferencia con autóctonos y viajeros para comenzar las finales europeas de rugby con buen pie.

Y empezaron bien (tan lejos aquellas broncas futbolísticas con los rusos del Spartak o los franceses del Marsella), con el ambiente relajado y aún el bolsillo lleno, antes de que algunos excesos en los precios fueran adelgazando el peso de las monedas, pinta va, pinta viene. Pero Bilbao comenzó suave, sin excesos de gentío, cubriendo la mitad de San Mamés (unos 30.000 espectadores), que aún así es la cuarta gran entrada en la segunda competición europea, siempre menos llamativa que la Champions, en la que este sábado se esperaba la eclosión final. Y llegó, llegó el gentío. Oficialmente asistieron 52.000 espectadores al encuentro entre el Leinster, que acabó siendo campeón, ante Racing 92 Paris, por 15-12. Y llegaron los disfraces, de payaso, de sanferminero (ingleses de blanco y pañuelico rojo), la muchedumbre de no poder andar para acercarse a las puertas del estadio. Dejaba de llover, y el entrenador del Leinster irlandés, el favorito, miraba al cielo porque quería que lloviese, que pudiese la tradición.

Antes fue lo lúdico y las urgencias. Un deporte nuevo se inventó en la Ría, otro referente de Bilbao, que consistía en lanzar el balón oval de una orilla a la otra de la mediana de la vieja capital. Quizás las expectativas eran mayores, ya se sabe que Bilbao no repara en ceros cuando hace cifras al por mayor. 100.000 aficionados se esperaban entre ambos días y quizás sea cierto, no tanto en San Mamés, donde en ambos días se unirán unos 80.000 espectadores, más los merodeadores disfrutando del ambiente del rugby y de la noche bilbaína, porque en el rugby la victoria o la derrota no influye demasiado en el diapasón de la alegría. “Ganemos o perdamos, beberemos lo mismo”, decía una familia inglesa antes de comenzar las finales, en pleno turisteo por Bilbao.

También hay quejas. La Diputación había rogado a los hosteleros que no se pasasen con las subidas de precio aprovechando el maremágnum social. Muchos aficionados franceses expresaron su malestar porque, según dijeron, nunca les habían castigado tanto con los precios. De los hoteles, mejor no hablamos. Un desfase económico que obligó al Ayuntamiento a habilitar cámpings (tiendas de campaña incluidas) para resolver asuntos urgentes. El impacto social de 33,7 millones de euros quizá eleve algún dígito en la primera experiencia foránea de organización de las finals de rugby.

En un año futbolísticamente depresivo, San Mamés se llenó por primera vez en la temporada, se oyeron rugidos en cada avance (más sonoros cuando provenían del Racing 92 Paris (la cercanía impone su ley). Pero el partido era tan intenso, aunque demasiado básico y conservador, que cualquier placaje o trasiego a empujones por el campo desataba el griterío en la grada, o un ¡ohhh! de decepción cuando Johnny Sexton, la figura del Leinster pifió un golpe de castigo lejano, por golpear horrible al balón. Las figuras también tienen pies de barro.

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