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El Celta iguala en el descuento en San Mamés

El equipo gallego empata en la prolongación al Athletic en un partido sin freno en el que destacaron los jóvenes Williams y Córdoba

Brais celebra el gol del empate.
Brais celebra el gol del empate.Miguel Toña (EFE)

Cuando Brais Méndez marcó, en el minuto primero de la ampliación del partido, en Vigo debió ocurrir algo parecido a la irrupción del sol. No es que fuera un gol soberbio, un resumen estético. Sencillamente fue el trofeo a una carga ligera del Celta, desordenada a veces, directa siempre, transmitiendo una confianza absoluta en salir airosos por poco tiempo que quedase en busca de resarcir el gol de Unai Núñez en un córner, que aprovechó el perfecto cabezazo de Raúl García al larguero para empujar a la red.

El Athletic, a pesar del empate, inesperado (la justicia es siempre interpretable) y, sobre todo, tan tardío que al equipo rojiblanco se le clavó con un hielo en el costado, ofreció algunas buenas noticias. Fuera por la indicación del entrenador, fuera por la iniciativa del jugador, dos muchachos de 21 y 23 años, Córdoba y Williams decidieron definir el partido, gobernarlo, meterle la velocidad que ambos pueden dar (supersónica la de Williams, constante la de Córdoba) y la inteligencia en el juego (por poder, del delantero centro, por saber, del exterior rojiblanco). Y Córdoba decidió jugar de fuera a dentro, como un media punta vigoroso y atrevido, mientras Williams comenzó su enfrentamiento con los centrales.

Antes sin embargo, Williams tuvo una pelea, sin revancha, con el colegiado del Cerro Grande, que para pitar penalti exigía un movimiento de tierras, o la falta se convertía en simulación y tarjeta. Williams vivió tres decisiones en su contra a las que aún está dándole vueltas: primero un derribo de Jonny, luego un puntapié que lo mando al césped, y hasta un agarrón de la camiseta de esos que lo mismo son ofensa que amistad (juzga un árbitro).

Con esas dos armas, el Athletic hilvanó el mejor primer tiempo de la temporada y quizás el mejor partido, aunque la nota exigida era pequeña. Basta señalar que en media hora disparó seis veces a portería, una cifra que hasta ahora necesitaba tres partidos para conseguirla. Al Celta no le funcionaban algunas piezas. Los medios centros eran superados con facilidad, especialmente Radoja, pero también Lobotka. Su ilusión de jugar a partir de un control máximo de la pelota fue eso, una ilusión. No tardó mucho Aspas en bajar al medio campo a recoger el balón y distribuirlo a su gusto.

Pero el Athletic había roto los canales de agua del Celta a base de reducirle el espacio y picotearlo como avispas enfurecidas, sin parar. Tenía que reaccionar el Celta -ya le habían robado un tiempo- y en cierto modo se había visto sorprendido con la movilidad de Córdoba (la velocidad de Williams es conocida). Y cambió. Puso otra velocidad, se agrupó más y tras superar el susto del penalti no señalado por falta a Williams, encadenó tres acciones de las que silencian un estadio: Kepa realizó un paradón, a contrapié, a un disparo de Íñigo Martínez al intentar despejar; un cabezazo de Maxi Gómez que roza el poste, y un remate de Hugo Mallo que no lo roza, sino que lo golpea.

La carga de la caballería ligera funcionaba pero le faltaba el gol. Y lo enganchó, libre de marca, en tiempo de prórroga, en el segundo palo, el Athletic fundido, Méndez, un revulsivo que lanzó el cohete a la primera. Entonces salió el sol por Vigo y se escondió en las nubes de la Ría de Bilbao.

El Athletic anotó el partidazo de sus jóvenes talentos, el primer gol de Unai Núñez, otro joven, el talento de Kepa, otro joven que parece un portero emérito en cuanto a experiencia. Y Celta, se quedará con la autoafirmación de su fe, que le permitió dar un giro radical a su monotonía hasta conseguir el empate que le mantiene al principio de la cola que conduce a Europa.

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