40 años del “sindicato de los millonarios”
En la Transición se fundó la Asociación de Futbolistas Españoles para combatir la inseguridad jurídica, el derecho de retención, los atrasos en los pagos...
Un viernes de noviembre de 1977, Manolo Esteo tuvo un encuentro feliz. Manolo Esteo había sido portero del Atlético Madrileño. No cuajó, y para la fecha trabajaba de ejecutivo en el grupo AIG. Terminada la jornada, cayó sobre las ocho de la tarde por la discoteca Cerebro, en Goya. Al rato apareció un ex compañero que sí había triunfado: Juan Gómez, Juanito, para entonces figura del Real Madrid. Esa noche tenía que tomar el tren para viajar a Gijón con el equipo, pero había decidido echar un rato en la discoteca mientras llegaba la hora.
Charlaron como viejos camaradas. Juanito le expresó su preocupación por la situación de los futbolistas, por el derecho de retención, la inseguridad jurídica, los atrasos en los pagos, la voracidad de Hacienda… A Esteo se le encendió la bombilla: “Pues mira, ahora que ya no está Franco podríais crear un sindicato de futbolistas”.
A Juanito le entusiasmó la idea y empezó a predicarla. Habló a sus compañeros de Selección en una concentración en el hotel Bajaras, y montó una reunión con ellos y con Esteo. Éste le pidió al Ratón Ayala los estatutos de Futbolistas Argentinos Agremiados, el sindicato de aquel país, que data de 1944, como base para el proyecto. Acudió con José Luis Carceller, su jefe en AIG, que tenía formación jurídica sólida. Cuajó la idea y decidieron convocar una reunión en Madrid de todos los futbolistas de España.
Fue en el hotel Meliá. La respuesta fue colosal porque, en efecto, la situación era desastrosa. Para empezar, existía el llamado derecho de retención, por el que nadie podía cambiar de club sin permiso del club anterior. Terminado el contrato, el club podía retener al jugador con sólo aumentarle el 15%. A eso se sumaba que se producían muchos impagos. No había Seguridad Social. La inseguridad jurídica era absoluta. Los presidentes disponían de los jugadores como señores de horca y cuchillo.
Se votó presidente. Empataron un vasco, Ángel Villar, y un andaluz, Quino, que en su día se había enfrentado al Betis hasta el punto de jugarse la carrera. Internacionales los dos. Quino sugirió que fuera Villar, abogado, pero el grupo andaluz insistió en él. Ganó, tras una segunda votación.
El 23 de enero de 1978, hace cuarenta años, se inscribió formalmente el sindicato.
Quino presidente, Carceller gerente, Esteo coordinador… El gabinete jurídico se le ofreció a Isacio Calleja, procurador, ex jugador del Atlético con larga carrera internacional, pero declinó. Sugirió el nombre de Cabrera Bazán, ex futbolista del Jaén y el Sevilla entre otros. Cabrera Bazán también tenía su medalla de resistente: había pasado una noche en la cárcel de Jaén por negarse a jugar porque el club no pagaba. Era igualmente abogado y reputado especialista en derecho laboral, que se doctoró con una tesis sobre los profesionales deportivos.
Aquello fue un estallido que dividió a la sociedad y a la prensa, en los apasionados tiempos de la Transición. Para la Federación, que dirigía Porta, y los directivos de club, aquello era inconcebible. “Es un sindicato de millonarios”, repetían. Les ponían de chicos consentidos, insaciables en sus caprichos. La prensa más conservadora compró esa idea. La actitud de El Alcázar y el Imparcial, dos diarios de ultraderecha, fue extremadamente agresiva. Por la otra parte, se distinguieron EL PAÍS, José María García y Diario 16, que argumentaban que los grandes jugadores estaban dando una muestra de solidaridad al exponerse a la inquina de sus directivos para mejorar las condiciones de los desfavorecidos.
Quino dio una gran medida como imagen de la causa, todas sus intervenciones destilaban firmeza y verdad. Pero el propio sindicato tuvo sus problemas. El hecho de que Cabrera Bazán fuera militante del PSOE hizo que su nombramiento fuera mal visto por algunos (entre ellos Juanito) porque pensaban que se había metido en eso para hacer méritos. Y que podía predisponer en contra al Gobierno, que estaba en manos de UCD.
Esa afinidad de Cabrera Bazán fue una brecha por la que Porta, muchos presidentes y la prensa afín a ellos atacó aquella causa. También corrió una insidia: que lo que Carceller pretendía era enriquecerse con un supuesto plan de seguros a todos los futbolistas.
El debate fue apasionado. Lo elevó de tono Cabrera Bazán cuando dijo que los tres únicos colectivos que vivían en la inseguridad laboral eran los de las prostitutas, las empleadas del hogar y los futbolistas.
El sindicato, que se llamó Asociación de Futbolistas Españoles (AFE), arrancó con un crédito de un millón de pesetas avalado por algunos de sus fundadores y se financió en principio con las cuotas de los afiliados. Vivió penuria hasta que hizo su “equipo AFE”, una selección de jugadores que entrenó Di Stéfano, y que sacrificaron en el verano del 80 una semana de vacaciones para jugar en Buenos Aires y La Paz, de donde volvieron con 100.000 dólares. Más adelante jugarían en Vigo (con Maradona en sus filas) contra Rumanía, en Málaga, contra la Sampdoria de Boskov, y en Las Palmas, enfrentando selecciones de españoles de la Liga contra extranjeros de la Liga.
El gran petardazo fue la huelga de marzo de 1979. Contra todo lo previsible, la AFE consiguió parar completamente la jornada de Liga, empezando por los partidos Castilla-Sabadell y Tenerife-Bilbao Athletic, de Segunda, que se jugaron el sábado. Esteo se coló ese sábado en la Ciudad Deportiva del Madrid en el maletero de un coche, para estar con los jugadores del Castilla, cuya firmeza, con Manolo Castro a la cabeza, fue decisiva. Como la de los del partido de Tenerife, donde el bastión fue Gerardo Movilla.
Aquella huelga (de nuevo “huelga de millonarios”, predicaron los contrarios), impactó. Se comprobó su fuerza y los menos cerriles entendieron que era una lucha por la dignidad. Y que los verdaderamente afortunados, luchaban por solidaridad con los desfavorecidos. Aquel día hubo casos curiosos. La directiva del Langreo no pagó el viaje de regreso de sus jugadores. En Miranda, al no haber partido, los espectadores saltaron al campo y jugaron un partidillo, muchos contra muchos. En San Mamés, donde se esperaba al Madrid, la afición no acudió al campo, en solidaridad con la huelga, antes de saberse seguro que no había partido…
Empezaron a conseguir cosas, poco a poco. Aún habría tres huelgas más, una de ellas fallida, pero a mediados de los ochenta la situación de los futbolistas ya había cambiado radicalmente. Se abolió el derecho de retención, entraron en la Seguridad Social, se normalizó, se consiguieron garantías de cobro, se normalizó, en una palabra, la relación laboral de los jugadores con sus clubes. Incluso se alcanzó un acuerdo con la Federación, cuando esta la presidía ya Villar, uno de los fundadores, para que cada año la Selección “de verdad” juegue un partido cuyo beneficio es para el sindicato.
Lo único que no consiguieron, y siguen sin conseguir, fue que Hacienda reconociera sus ingresos como “renta irregular”, es decir, que les permitiera repartir sus ingresos de sus, digamos, diez años de actividad, en toda su vida laboral, hasta los 65, a fin de cotizar a un tipo más bajo.
Era la reivindicación que favorecía a los “millonarios”. Y fue la única que no se consiguió.
Hacienda es harina de otro costal.
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