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O noso derbi

En Vilalba, Lugo, se cava una trinchera el día del derbi. A un lado de la zanja se sitúan los vecinos blanquiazules y al otro, los celestes.

Bruno Gama y Jonny, en el último derbi gallego en Riazor, en marzo pasado.
Bruno Gama y Jonny, en el último derbi gallego en Riazor, en marzo pasado.Suso Carleos ( / Cordon Press)

En Vilalba (Lugo), el pueblo donde nació Manuel Fraga, se cava una trinchera el día del derbi. A un lado de la metafórica zanja se sitúan los vecinos blanquiazules y al otro, los celestes. Ese día se polariza el pueblo que contiene dos de las peñas más antiguas del deportivismo y el celtismo. Galicia queda contenida en la localidad como el Estado en la cabeza de Fraga.

Es Vilalba la representación de Galicia si es día de derbi. Incluso de aquellos gallegos que dicen ser del Barça o del Madrid: ese día se posiciona todo el mundo, como cuando hay elecciones municipales, se hunde un barco o se quema un monte.

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Al norte, los turcos, apodo de los hinchas coruñeses cuyo origen deviene en unos de los grandes misterios gallegos, a la altura de por qué Galicia tiene la misma hora que Budapest y una hora de diferencia con Oporto. Al sur, los portugueses, sobrenombre algo más obvio para la afición celeste. En medio, una rivalidad tan irreconciliable como necesaria.

Se nutre el Celta del Depor y viceversa. Se vigilan. Cuando el Depor se hizo súper de la mano de Arsenio, Bebeto y Mauro, el Celta decidió crecer con Mazinho, Karpin y Mostovoi. Cuando el Celta descendió a Segunda, acordó el Depor seguirlo poco después. Es vital para ambos estar hombro con hombro, medirse. Tamaño desafío se ha venido denominando o noso derbi.

Tal es la importancia de o noso derbi que cuando coincide con el Madrid-Barça —como este año— al clásico se le llama en Galicia “los teloneros”. Ese partidillo que va antes del derbi galaico. Y es que este fratricida enfrentamiento trasciende el fútbol y supone un choque entre dos ciudades, entre dos Galicias.

Arriba, la coqueta A Coruña, con su estadio frente al mar. Abajo, la popular Vigo, con su campo en pleno barrio industrial. Dos estilos, dos filosofías, hasta dos acentos bien diferenciados. La pugna tiene que ver con ser más gallego que el rival: unos cantan la Rianxeira y los otros Miudiño; unos son O equipo da Galiza y los otros O primeiro equipo do país. Y antes del partido suenan siempre Os Pinos de Eduardo Pondal, el himno de Galicia, que es la que acaba ganando siempre.

Saca pecho siempre el Depor de su hinchada. Se enorgullece el Celta de su cantera. Presume el Depor de títulos, con seis en sus vitrinas por ninguno del rival. Contraataca el Celta con su filosofía y gusto por el buen juego, el ya famoso fútbol de salón.

El de este fin de semana será el encuentro que deportivistas y celtistas llevan esperando meses. Es, en realidad, una pieza de las que conforman la historia moderna de Galicia. Incluso en sus capítulos más oscuros: el Celta de los años 50 era conocido como el Celta del Marlboro porque su directiva estaba compuesta por algunos de los contrabandistas de tabaco más importantes de Europa, como Celso Lorenzo (el presidente del club) o Vicente Otero Terito, que acabó siendo uno de los señores do fume más importantes de Europa. Sobre el Depor de principios de los 90, el SuperDepor, planea aún hoy la cruel sombra del narco-escándalo que salpicó A Coruña cuando este mismo diario descubrió que el cartel de Medellín lavaba su dinero en la ciudad. Que el Depor explotase aquellos años despertó la bestia de la sospecha que el celtismo se encargó de alimentar.

O noso derbi es parte esencial de Galicia, pieza de su identidad. En lo bueno y en lo malo. Lo que pasa es que hay un balón por medio. Por eso pudiera parecer, para el foráneo, que se trata solo de un partido de fútbol.

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