El Athletic despierta a tiempo ante el Hertha
Sumido en el mal juego, la heróica le da la victoria imprescindible al conjunto rojiblanco ante los alemanes, y se jugará el pase ante el Zorya
Olía San Mamés a gol como huelen los camposantos a crisantemos. Un olor tenue, pero intenso, desde que el Hertha puso el balón en movimiento y lo manejó a su antojo durante diez minutos como quien acarrea ramos de flores. Se notaba la necesidad de resucitar del equipo alemán (colista del grupo) y no se advertía ningún signo de resurrección en el equipo bilbaíno, (vicecolista, toda una jerarquía, al parecer).
Lo que sí se advirtió desde el primer minuto es la sensación que predomina en San Mamés de que cualquier equipo, gane o pierda, tiene las ideas más claras, el orden mejor establecido que el Athletic y un manejo de la pelota. Para resolver las dudas, el Hertha dejó claro desde la primera gota de sudor de que quería y podía ganar. Y en apenas diez minutos exigió tres intervenciones grandiosas de Herrerín (dos en la misma jugada), antes de conseguir el primer gol por medio de Leckie en el habitual desajuste defensivo del Athletic. Olía a gol en San Mamés y la dirección del viento lo llevaba a la portería del Athletic, que más parecía un avaro custodiando un arcón vacío que un inversionista arriesgado.
Ziganda movió el tablero dando entrada a Aketxe, un zurdo presuntamente sutil, y a Mikel Rico, un todoterreno con alma de ladrón de balones. Se lo habían ganado el partido anterior saliendo desde el banquillo como bomberos de urgencia. Pero el Athletic no cambió, con esa tendencia a la molicie, con la que a menudo se despierta en los partidos, falto de cafeína, como legañoso. Nadie duda de que el Athletic es un equipo con fundamento, más dudoso resulta que sea un equipo con fundamentos.
De ahí su tendencia al desorden productivo. Cuando ha pasado por el excusado (léase los dos goles del Hertha que le pillaron allí) y se quita las legañas que no le dejan ver el hueco, el pase o el remate, entonces se convierte en un grupo hiperactivo capaz de encerrar al Hertha, tan aseado, tan perfumado hasta entonces con el mando tranquilo de su medio centro, Lustenberger, que se mueve como las ramas de una acacia. Cierto que necesitó de una mala noche de Langkamp para que su resurrección fuera algo más real que metafórica. El central del Hertha cometió penalti en la primera mitad por agarrar a Williams permitiendo el primer empate del Athletic cuando nada había hecho para merecerlo. Y el central del Hertha cometió penalti por mano malgastando una lección de contragolpe que su equipo había dado en el segundo gol conseguido por Selke, cuando aún sonaba algún aplauso por el empate de Aduriz. Aduriz marcó ambos penaltis porque no es un delantero dado a los indultos.
Faltaba, en aquella vorágine hiperactiva, el grito final. Y se lo fabricaron entre Susaeta, Balenziaga y Williams para que marcara el delantero el gol que le devuelve el pasaporte europeo. Los había perdido entre los crisantemos, pero apareció entre las plantas del camino. No huelen, pero son útiles.
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