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MEMORIAS EN BLANCO Y NEGRO
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La última vez que Italia no fue a un Mundial

El decisivo partido contra Irlanda del Norte se tuvo que disputar dos veces. La primera acabó casi en un linchamiento en Belfast

Buffon, tras la eliminación de Italia.
Buffon, tras la eliminación de Italia.DANIEL DAL ZENNARO (EFE)

El 4 de diciembre de 1957 Italia visitaba a Irlanda del Norte en Belfast, con la clasificación de ambas en juego. El grupo se completaba con Portugal. A esas alturas, sólo quedaban ese partido de Belfast y la visita de Portugal a Italia. Las perspectivas para los azzurri no eran malas. Contaban con ganar en casa a Portugal y siendo así les podría bastar con empatar en Belfast.

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Y efectivamente, empataron 2-2. Pero no valió…

Aquel partido tuvo unas vísperas tormentosas y un final escabroso. Las vísperas se emponzoñaron por una serie de razones. La primera, que por primera vez podrían acudir a la Copa del Mundo las cuatro selecciones británicas. Inglaterra y Escocia (esta a costa de España), ya estaban; Gales se vio, de rebote y por sorteo, abocada a una fácil repesca con Israel; sólo quedaba, pues, Irlanda del Norte.

Hasta entonces, se había venido utilizando el Campeonato Británico (que enfrentaba anualmente a los cuatro, una tradición que murió en 1983) como grupo clasificatorio. Iban al Mundial los dos primeros. Se empezó a discutir que por qué siempre dos británicos por fuerza, o sensu contrario, que por qué nunca podían ser más de dos, así que se resolvió meter a las cuatro en sorteos de grupo con el resto de europeos.

Esa posibilidad de ir las cuatro excitó el orgullo británico, que cuando sale a pasear… La prensa inglesa, más incluso que la norirlandesa, apretó fuerte en las vísperas. Se destapó la malicia de que el fútbol italiano tiraba mucho del doping, lo que es posible que a esas alturas ya fuera cierto. Se criticó el fichaje masivo de extranjeros. Se reprochó, sobre todo, que utilizara nacionalizados para su selección.

En esas condiciones, Italia llegó a Belfast con tres nacionalizados: los uruguayos Ghiggia y Schiaffino, protagonistas del Maracanazo del 50, y el argentino Montuori.

Resultó que el árbitro, Bela Zsolt, húngaro (un personaje, gerente del Teatro Nacional de Budapest) no pudo llegar. Le retuvo la niebla en el aeropuerto de Londres. ¿Qué hacer? El partido sólo se podía jugar con un árbitro local. Italia aceptó, pero reconvertido en amistoso.

Cincuenta mil personas llegaron al Windsor Park entre rumores, noticias y bulos. ¿Valdría o no valdría? Todo eran discusiones y enfados que predispusieron todavía más a la gente contra Italia. El partido fue de palos, gritos y lanzamientos. En el minuto 85 estaba 2-2 cuando se reclamó penalti en el área italiana, pero el árbitro local, T. J. Mitchell, lo dejó en libre indirecto. En la trifulca consiguiente, Chiapella saltó sobre la espalda de Mac Parland, caído en el suelo, por lo que fue expulsado.

Se sacó la falta y no hubo gol. Aquello acabó 2-2. El público no estaba seguro de si valía o no valía y hubo una invasión de campo atroz. Varios italianos fueron golpeados por la turba de casi dos mil personas. Ferrario quedó inconsciente. Por la noche tuvo que ser ingresado en un hospital, como el meta Bugatti y el delantero Bean. Los que mejor escaparon estaban llenos de coscorrones y magulladuras, y agradecidos a sus colegas irlandeses, que ayudaron a la policía a evitar un linchamiento colectivo.

Aquella fue la primera gran vergüenza del fútbol europeo. Hubo cien detenidos por la policía. El portavoz de la federación norirlandesa farfulló la explicación de que algunos alborotadores se habían colado entre pacíficos cazadores de autógrafos.

El resultado, por supuesto, no valió. El partido pasó a los libros en el apartado de amistosos, un sarcasmo. En Italia el asunto llegó al Parlamento, donde se exigió una protesta diplomática. Por supuesto, nadie pensaba que ese partido debiera repetirse en Belfast. Nadie salvo, curiosamente, el CONI, el poderosísimo Comité Olímpico Italiano, que en aquel país aúna las funciones que en otros, como España, se reparten el Comité Olímpico y el equivalente al Consejo Superior de Deportes.

Así que se fijó una nueva fecha, el 15 de enero del 58, para ir otra vez a Belfast. Entre tanto, Italia cumplió ganando a Portugal, 3-0. Tenía cuatro puntos, Irlanda del Norte, tres y Portugal otros tres, pero ya eliminada, porque no tenía más partidos.

Volvíamos a la casilla de salida: empatando, más aún ganando, en Belfast, Italia iría al Mundial de Suecia. Irlanda del Norte sólo se clasificaría si ganaba el partido.

Toda Europa miró hacia Belfast ese día. En Suecia, con un interés especial, no sólo porque el Mundial era allí, sino porque seis de sus internacionales, Gustafsson, Selmonson, Hamrin, Skoglund, Lindskog y Liedholm jugaban en clubes italianos, y estos habían anunciado que les prohibirían jugar contra Italia, si se diera el caso. Así eran las cosas entonces. Y lo mismo sucedía con Ocwrik, austriaco; Julinho, brasileño; Bonifaci, francés; Vukas, yugoslavo; y John Charles, galés.

En ese mes y medio, los norirlandeses habían reaccionado con contrición a su actitud el día de autos. Así que cuando Italia llegó al aeropuerto encontró a una multitud… ¡vitoreándoles! No lo podían creer. Fueron con recelo y todo fue obsequiosidad, y eso que el seleccionador, Alfredo Foni, no se había cortado con los nacionalizados. A los del partido anterior sumó el brasileño Da Costa. Cuatro de los cinco delanteros eran extranjeros. Por su parte, Bela Zsolt tomó precauciones y se plantó en Belfast cincuenta horas antes del partido.

Las alineaciones son muy parecidas, aunque para Irlanda del Norte hay una baja seria, el meta Gregg, del Manchester United, atrapado él esta vez por la niebla en Londres. Gregg, por cierto, sería en pocas semanas superviviente y héroe de la catástrofe aérea del United en Múnich, donde volvió varias veces al avión en llamas para sacar a seis viajeros, entre ellos Bobby Charlton y Matt Busby.

Ya en el minuto 31, Irlanda del Norte va ganando 2-0. El partido es un recital del gran Dany Blanchflower, un medio colosal que modificó por un tiempo los usos del fútbol británico: “No consiste en abrumar al contrario a pelotazos, sino en ganarles con estilo”, declaraba.

Italia descuenta en el 66, en un fallo clamoroso de Uprichard, el sustituto de Gregg. Los verdes reculan, Italia empieza a apretar pero en eso es expulsado Ghiggia, por reacción violenta a una entrada de Mac Michael. Finito. El partido acabará 2-1. El mismo día, Gales gana 0-2 en Israel, se la da por clasificada también.

Los cuatro británicos irían al Mundial, por primera y única vez en la historia.

Italia no va, cosa que no ha vuelto a ocurrir hasta ahora. Cuando regresan por el aeropuerto de Milán, Linate, no hay nadie para esperarles. La prensa no culpa a los jugadores, sino a Foni, por la descabellada idea de jugar con cinco delanteros un partido que bastaba con empatar a cero.

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