“Aquel equipo tenía magia”
Gervasio Deferr, que en Barcelona era un niño, recuerda al bielorruso Scherbo, que arrasó en gimnasia con seis oros
Magic Johnson, Michael Douglas y Jack Nicholson se pasaron esos días por un Palau Sant Jordi a reventar para asombrarse con la diminuta Shannon Miller y el resto de prodigiosas acróbatas. Pero si hubo un nombre efervescente en la competición olímpica de gimnasia de Barcelona 92 es el de Vitaly Scherbo. No es un nombre cualquiera porque, aunque menos mediático que el de la Comaneci catapultada a la historia por aquel 10,00 de Montreal 76 o el de esa Biles de dominio incontestable en la última edición, en Río 2016, la gesta protagonizada por el bielorruso hace 25 años le iguala a la de los grandes héroes olímpicos: seis oros (de ocho posibles) en solo cinco días. A un solo triunfo en una misma cita olímpica que el mítico Mark Spitz en Múnich 72 porque, claro, Michael Phelps era todavía un niño de siete años.
Scherbo, que tenía 20 años, arrasó con todo. Se llevó el título individual, el que corona al gimnasta más completo, el de equipos con aquella CEI [Comunidad de Estados Independientes, que agrupó a los deportistas de la URSS, con la excepción de las repúblicas bálticas en Barcelona 92] que aún mostraba el poderío de la extinta Unión Soviética, y cuatro oros de los seis que se reparten los hombres por aparatos: caballo con arcos, anillas, salto y paralelas. Solo se le escaparon el suelo y la barra fija. El gimnasta, con fama de competidor gélido, imperturbable, recibió todos esos triunfos con esa tímida sonrisa que le caracterizaba y con grandes abrazos de sus compañeros. “Cuando te estás jugando un título olímpico no estás para risas”, le defiende Deferr.
Gervasio Deferr, el mejor gimnasta español, el único con tres medallas olímpicas en tres Juegos Olímpicos —oro en salto en Sídney 2000 y Atenas 2004 y plata en el suelo de Pekín 2008— recuerda bien a aquel Vitaly Scherbo. En Barcelona 92, Gervi tenía 11 años. “Entrenábamos en La Fuxarda y el equipo de la CEI vino a entrenarse allí unos días antes de los Juegos”, cuenta. “Los veíamos y flipábamos. No tenían nada que ver con nosotros. Eran buenísimos, lo hacían todo fácil y tenían una seguridad asombrosa. Yo les miraba con los ojos como platos. Scherbo era especial”, recuerda.
El equipo del que habla Deferr es uno de los mejores de la historia de la gimnasia olímpica. “No era solo Scherbo, eran también Misutin, Belenki... Ese equipo tenía magia”. Tanta que coparon el podio individual, precisamente en el orden en que los cita de carrerilla el gimnasta español. Un bielorruso, un ucranio y un azerbaiyano (que luego adoptaría la nacionalidad alemana). El equipo lo completaban dos ucranios y un ruso en un resumen perfecto de lo que era el magnífico sistema de producción gimnástica de la antigua Unión Soviética.
“Scherbo iba a ganar sí o sí”, dice rotundo Deferr; “pero no sabíamos cuántos oros lograría”. Y ganó como nadie lo había hecho. Ni siquiera el japonés Sato o el soviético Andrianov, que atesoraron colecciones impresionantes de medallas olímpicas, igualaban ese número de oros en unos mismos Juegos. “Es algo mental”, dijo el gimnasta de Minsk años después en una entrevista en The New York Times; “puedo ser malísimo en el calentamiento, pero una vez que empieza la competición, soy correoso. Puedo aislarme de todo”.
Hay dos imágenes que resumen bien la competencia que había entonces entre los herederos de la gimnasia soviética. Las recuerda Deferr: “En la primera se ve a su compañero Misutin en lo alto del podio del Mundial de 1991 y a Scherbo, que fue segundo, dándole la mano. En Barcelona se repitió, pero con Scherbo arriba”.
Scherbo y sus compañeros son uno de los últimos ejemplos de la edad de oro de la gimnasia. La que no premiaba a los especialistas, pues todos los gimnastas debían competir en los seis aparatos. La que aún rendía tributo a la perfección de la técnica con los ejercicios obligatorios. La que se plegaba, con permiso de algún japonés, checas y rumanas, al dominio soviético. El Equipo Unificado, aquel nombre horrible para un país roto sin remedio, se entrenó como si la Unión Soviética no hubiera desaparecido, a las órdenes de Leonid Arkaev y en las míticas instalaciones de Round Lake, a las afueras de Moscú, con Barcelona 92 como objetivo. Sus resultados —además de los seis oros de Scherbo, cuatro platas de Misutin, y el bronce de Belenki, tres oros, una plata y dos bronces de las chicas— son el adiós perfecto de una época que no volverá en la gimnasia artística.
La historia de Scherbo no acabó en Barcelona 92. Se casó poco después y se instaló en Estados Unidos. Siguió compitiendo, siempre por Bielorrusia. Sufrió un accidente de coche en Pensilvania en el que su mujer casi pierde la vida en 1996, poco antes de sus segundos Juegos. Tonteó con el alcohol. Dejó de entrenarse. Volvió poco antes de Atlanta 96, donde sus oros se transformaron en bronces (hasta cuatro, incluido el del concurso individual). Se retiró tras romperse la mano en otro accidente. Ganó peso hasta desterrar de su imagen un pasado de gimnasta. Hoy vive en Las Vegas (Estados Unidos) donde es dueño de un gimnasio. Pero esa es otra historia.
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