“¡Zizou, quieres envejecer de una vez!”
El técnico del Madrid, que se curtió en la Juve, sigue teniendo amigos en Turín, que le recuerdan como una persona humilde y generosa y un seguro con el balón
“¡Zizou, quieres envejecer de una vez! ¡Nos estás matando a todos!”. 1 de junio de 2016. Eso le grita Mark Iuliano, excompañero en la Juve al ahora entrenador del Real Madrid. Zidane acababa de ganar la Undécima en San Siro. Un par de días después voló a Turín para inaugurar uno de los cuatro centros deportivos de fútbol-cinco [Z5] que tiene (los otros tres están en Francia). En el de Turín, a tres kilómetros del centro, cada campo lleva el nombre de un estadio mítico: Bernabéu, Allianz, Wembley y Maracaná.
Hay una pizzería, se hacen actividades extraescolares, torneos para niños y adultos... Lo gestiona Cristiano Bellini, el que fuera taxista de Zizou en su época de jugador de la Juve (1996-2001). “Nos presentó Didier Deschamps y nos hicimos inseparables. Le llevaba de un sitio a otro cuando no llevaba su coche. Es la misma persona humilde que hace 20 años”, le describe Bellini, que el sábado estará en Cardiff para animar al Madrid de Zidane.
Ese día de junio aprovechó para organizar un partidillo entre antiguos amigos y compañeros. “Nosotros muertos de cansancio y sin aliento y él sin sudar y haciendo ruletas como si nada; con esa sonrisa que desanima a cualquier rival. La misma que llevaba cuando era jugador. ¡Tenías que haber visto cómo se entrenaba… siempre era el que encabezaba las carreras, no se cansaba nunca y eso que nos metían mucha tralla!”, relata al otro lado del teléfono Iuliano, defensa de la Juve entre 1996 y 2005, con el que Zizou hizo piña ya que llegaron los dos el mismo año.
Cada vez que puede, Zidane vuelve a la que fue su casa durante cinco años, la escuela en la que dijo que se hizo futbolista. Y eso que cuesta creer que no naciera estrella. “No quiero ver a la Juve ni en pintura”, contestó el técnico francés, cuando en diciembre le preguntaron por el rival que no quería en los octavos de la Champions. La evitó hasta la final.
En Cardiff el sábado se enfrentará a su pasado. “Ahora ya sí que tengo que jugar contra ellos sí o sí”, bromeaba ayer en la sala de prensa de Valdebebas. Las colas para llegar a la ciudad deportiva eran lo más parecido a las que hay en el mes de agosto para embarcar hacia un crucero. Hasta 200 periodistas esperaban al técnico francés en la sala de prensa. “Para mí será especial jugar contra la Juve porque pasé allí cinco años y tengo recuerdos bonitos”, explicó ayer Zidane.
En Turín sigue teniendo a sus amigos de siempre, con los que se junta a tomar un aperitivo. Además de Cristiano Bellini, a excompañeros como Iuliano y Torricelli, también a Mauro, el hijo del dueño de Da Angelino, el restaurante donde el futbolista francés iba a comer a diario en su época de jugador. “Tenía una salita para él y la familia. Siempre pedía rigatoni freschi [una pasta corta] con tomatitos, aceite, albahaca y parmesano. Su plato favorito”, cuenta Mauro. “Y cuando no venía al restaurante, en la época en que tenía a Enzo [el primogénito] muy pequeño, le subíamos la comida a casa”, añade. Zidane vivía cerca del Colle della Maddalena, la zona de colinas de la ciudad. “Si viene a Turín, siempre pasa por aquí a saludar”, añade Mauro. Desde que dirige al primer equipo del Madrid, son cada vez menos los ratos libres que tiene para escaparse.
Zidane llegó a la ciudad piamontesa en 1996, con 24 años. Era su primera experiencia en el extranjero. Hizo buenas migas con Paolo Montero —que un día le dijo a Ancelotti que sin Zizou, que no apareció a la hora fijada por el técnico, el autobús no se iba a ningún lado—, con Iuliano, Amoruso, Vialli… “Nosotros éramos los solteros. Zidane hacía una vida muy familiar, pero cuando estaba solo se venía a cenar con nosotros. Le hacíamos partirse de risa”, cuenta Iuliano, que suelta una carcajada cuando se le pregunta si en su época de jugador Zidane ya se había enganchado al bikram yoga. “No, no... Con la edad se empeora…”, bromea.
Mucha responsabilidad
Todos hablan de su timidez, humildad y generosidad. Y del poco miedo que tenía a asumir responsabilidades. “Es incluso mejor como persona que como futbolista… así que imagínese. Siempre que le hemos necesitado, ha estado. En el campo, siempre que teníamos dificultades en un partido, le dábamos la pelota a él aunque estuviera rodeado de cuatro rivales. Nunca se quejó, regateaba y palante. Le dabas el balón a él porque sabías que era como meterlo en un banco. Sabías que estaba bajo llave. Yo creo que le dimos hasta demasiadas responsabilidades”, dice Iuliano.
“Era un chico extremadamente humilde y muy introvertido, pero eso no significa que no le gustara reír y bromear. Tenía mucha personalidad. Se llevaba bien con todo el mundo y en los entrenamientos hacía cosas estratosféricas [fare i numeri, se dice en italiano]”, apunta Torricelli.
En los entrenamientos, rememora Iuliano, nadie se atrevía a quitarle la pelota. “Primero porque sabíamos que habríamos hecho el ridículo, segundo porque teníamos miedo a lesionarlo… era nuestra joya. Entrenarse a su lado te hacía sentir un fenómeno”. Con él, la Juve ganó dos scudetti y llegó a disputar dos finales de Champions. Incluida la de 1998 en Ámsterdam, la que ganó el Madrid con el gol de Mijatovic. “Jodido, es jodido recordarlo... Fue un disgusto”, recordaba ayer el técnico francés. Perdió esa final con la Juve y la ganó cuando llegó al club blanco. Con su volea en Glasgow.
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