Míchel y tanto miserable como hay
La absurda polémica sobre el madridismo del técnico del Málaga ha sido el último acto de una Liga que se vanagloria de ser la mejor del mundo pero que a ratos es un asco
Hay ocasiones, demasiadas, en las que un periodista se ve tentado de no permitir que la verdad le robe un buen titular. Ejemplos hay muchos, así que vayamos con uno sencillo. Preguntado Míchel hace unas semanas en un programa de Onda Cero por la posibilidad (como así ha sido) de que en la última jornada de Liga se viera en la misma tesitura que Jorge Valdano a principios de los noventa, cuando en dos ocasiones al mando del Tenerife se enfrentó al Madrid en el partido definitivo y dejó al equipo blanco sin sendas Ligas, el entrenador del Málaga respondió: “Yo soy mucho más madridista que Valdano”. Ojo a la frase porque es redonda. Para la prensa escrita, en papel o digital, reúne todas las virtudes. Tiene la medida ideal para que vaya a dos, tres, cuatro e incluso cinco columnas. No menos atractiva es para la radio. Está bien construida y tiene una sonoridad magnífica, con ese “mucho más” tan firme, tan contundente. Fue decir aquello Míchel y, a medida que subía el pan, se iba levantando una ola de protestas, de indignación, multiplicándose las acusaciones de fraude, corrupción, estafa, como si de uno de los muchos casos que afectan al partido que nos gobierna se tratara. Hubo quien exigió, ahí es nada, la inmediata destitución de Míchel como entrenador del Málaga, poco castigo cuando lo que merecía era su inmediata salida de España, esa España que, de nuevo, se rompía, habráse visto descubrir ahora que Míchel es madridista.
Hasta aquí los hechos tal y como nos los han querido contar desde diversos foros. Vayamos ahora con la verdad.
Fue preguntado Míchel por la posibilidad de que se encontrara en la misma situación en la que en dos ocasiones se vio Valdano y el técnico contestó: “Hay una gran diferencia. Yo soy mucho más madridista que Valdano”. A lo que añadió: “Pero eso no quiere decir nada. A mí me enseñaron allí a ganar y me lo inculcaron de siempre”. Vaya por Dios. Así que resulta que la frase al completo no solo pierde atractivo sino que desactiva la polémica y tiene una medida excesiva en cuanto a caracteres, lo que impide que vaya a dos, tres, cuatro o cinco columnas. Mejor cortarla por la mitad, porque si no, no hay polémica que valga. Ninguna. Porque Míchel, como profesional, quería ganar al Madrid. Al Madrid, sí. A su Madrid. La otra alternativa era que reuniera a Kameni, el portero del Málaga, o a Camacho, el capitán, o a Sandro, el goleador, y les dijera: “Señores, se van a dejar ustedes ganar porque me hace mucha ilusión que el Madrid sea campeón”. Y estos le responderían que sí, por supuesto, don Míchel, póngame a los pies de su señora y viva el Madrid y viva España.
Esta absurda polémica se ha alimentado como último acto de una Liga que se vanagloria de ser la mejor del mundo pero que a ratos es un asco, emponzoñada como está porque un cretino lanza una calumnia en una red social y el eco crece y crece, repartiendo el estiércol aquí y allá gracias a que un medio de comunicación lo considera noticia. Una Liga en la que, según vomitan algunos, hay árbitros que se venden a cambio de unos llaveros y unos pins, ese es su precio. Una Liga en la que, en ocasiones, es más importante lo que diga cualquier criminal de la palabra que un gol de Messi. Una Liga que ha ganado el mejor, sin duda, pero que ha perdido el sentido común, herida de muerte como está mientras se siga dudando de señores que llevan 35 años siendo profesionales del fútbol y a los que se denigra a lomos de un corta-pega inexacto, procaz, obsceno y miserable.
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