El acento gallego
El Celta se presentó en el Bernabéu con alma docente
Además de que nos pregunten si llevamos encima algo de cocaína, lo que más suele molestar a los gallegos que visitamos la capital es la machacona referencia a nuestro acento, como si por alguna extraña razón resultase sorprendente que un paisano de Galicia se expresase con una entonación propia de su tierra y no la de Escocia, Noruega o Japón. Por no polemizar, solemos responder levantando un poco los hombros en señal de aparente conformidad pero, en silencio, acostumbramos a preguntarnos a qué acento se refiere esa buena gente.
Con alma docente se presentó ayer el Celta en el Bernabéu, alineando a tres chavales de la cantera que simbolizan nuestra amplia oferta de entonaciones, tres ejemplos prácticos de las diferentes variantes musicales con que acostumbramos a decorar otros idiomas. Aceptó la propuesta el Madrid que alineó a otros dos: Lucas Vázquez, ese bendito irmandiño al servicio de la nobleza castellana, y Marcelo. El brasileño es tan gallego como el que más pero él no lo sabe, muy digna su muiñeira en el primer gol aunque le faltase punta y le sobrara tacón.
Iago Aspas es natural de Moaña, un pequeño municipio bañado por la Ría de Vigo cuyos habitantes conjugan en su deje el carnaval y la revuelta, la calma y la tormenta. Juega igual que se expresa, con esa bondad asesina que suele atragantarse a las defensas y espantar a los porteros. Ayer parecía desconectado mientras Casilla y los centrales se preguntaban si iba o venía, si subía o bajaba. Fue entonces cuando el portero sintió la piedra zumbando sobre su cabeza y descubrió la pelota alojada en la red, que es así como se las gastan en la península de O Morrazo, lo mismo para asaltar catedrales del fútbol que para desalojar a un alcalde.
La portería celtiña la defendió un vikingo, un moderno Ragnar Lodbruck con acento de la Ría de Arousa y nombre de señorito andaluz. Como todos en Catoira, Sergio Álvarez habla con aire reposado, de coloso recién levantado, y son gente acostumbrada a los desembarcos, de ahí que no se dejen impresionar fácilmente por la artillería rival y mucho menos por la comprada en Portugal, al peso. Además, como buen vikingo, tiene Sergio de su parte a los verdaderos dioses y ayer le tocó a Thor truncar un gol cantado de Benzema, enviando la pelota al segundo anfiteatro del Valhalla con un ligero soplido de su martillo.
Desde Agustín, en los ochenta, ningún otro futbolista nacido en Marín había celebrado victorias en la casa blanca. Hugo Mallo, como todos los criados en esa coqueta villa de la Ría de Pontevedra, tiene acento de gaita bien afinada, con su chillón, su punteiro y su ronqueta. La suya es una música compleja que terminó por desesperar a cuantos rivales se acercaron por su banda, incapaces todos ellos de comprender por qué, en su cabeza, no dejaba de repetirse una voz de ultratumba que decía “xente de Marín, tropa do carallo”.
Lo cierto es que quizás no sucediese así, al menos no exactamente. Confieso que no pude ver el partido pero me gusta imaginar a tan distintas voces de mi tierra resonando, otra vez, en las paredes del Bernabéu: algo que no sucedía desde que el acento gallego en el Celta lo ponían Karpin y Mostovoi, aunque a ustedes les pareciera ruso.
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