El pensador
En el segundo gol del Madrid, después de un penalti, Cristiano Ronaldo se dirigió a un fondo del Calderón para celebrarlo, y en un gesto vagamente erudito, casi espontáneo, se puso a pensar. Nunca es un mal momento, supongo. En la grada norte, en el lado opuesto, se escuchó a algunos aficionados preguntarse: “¿Pero qué hace?”. La gente se sumió en el desconcierto. En el fondo, no quería creerlo. Era una bofetada doble para el seguidor del Atlético. Su peor enemigo no sólo hacía gol, sino que también hacía meditación. Tal vez después de su pose queden desterradas para siempre las celebraciones ridículas, como la del perrito meando, el baile de la cucaracha o los disparos al aire con pistolas invisibles.
Cristiano tuvo que reflexionar rápido. En cuclillas, con una mano con el mentón, y en una noche fría, pegado al río, hizo lo que pudo. Debieron de pasar por su cabeza ideas profundas, aunque seguramente fugaces. Las rozó, pongamos. Por detrás llegaban ya sus compañeros desbocados, gritando gol y cosas peores. Enseguida se le echaron encima y lo instaron a dejarse de tonterías. No era hora de elucubrar. El gesto, sin embargo, quedó en el aire. Ya no nos extrañará que mañana otro jugador, o el propio Cristiano, en plena euforia tras marcar, corra hacia el delegado de campo y exija: “Rápido, El Pequeño Diccionario Larousse”.
En una trayectoria llena de escenificaciones, esta vez Cristiano Ronaldo hizo que estaba pensando. ¿Y si el fútbol ha empezado a cambiar? El delantero madridista acababa de marcar, estaba eufórico y, sin embargo, se paró dos segundos a filosofar. En los años ochenta Os Resentidos de Antón Reixa ya cantaban aquello de “estamos en guerra pero hai que reflexionar; estamos en guerra, que nos deixen en paz, rillamos no churrasco sen mirar para atrás”. Después de una carrera en la que ha vendido goles, calzoncillos, pantalones vaqueros, relojes, pan de molde o batidos, Cristiano Ronaldo dio el sábado un salto notable, y vendió pensamiento. Es algo que podía acabar pasando. En sus últimas renovaciones con el Madrid ya se presentó al acto con gafas de pasta sin graduar, que hacían recordar a un intelectual insobornable capaz de poner al poder contra las cuerdas.
No nos extrañe si también un día entra al remate de córner con anteojos. Aquí ya tuvimos el caso de José Luis Alvite. Antes de dedicarse al columnismo, a los 16 años se propuso ser boxeador y se apuntó a un gimnasio. Tenía un buen juego de piernas y brazos largos. Lo contó en Faro de Vigo: “El entrenador me miró de arriba abajo y sobrevino el primer disgusto: ‘Las gafas, chaval. No se puede ser boxeador con gafas, no sé si me entiendes”. Cuando la pugna por ser el mejor futbolista parece tan reñida, quién sabe si la hegemonía pase por, entre gol y gol, escribir un ensayo. Por lo pronto, estamos intrigados. ¿Qué pensó Cristiano en esos dos segundos, que en metafísica, por ejemplo, son eternos? Las respuestas posibles son muchas, incluida la respuesta tan temida: en nada.
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