Aduriz desata la locura en San Mamés ante el Genk
El delantero del Athletic marca los cinco goles, tres de penalti, de la victoria rojiblanca ante los belgas
El que siempre está, está vez tampoco se había ido. Acostumbra a llegar a tiempo. A veces se arrebuja, como los pinos, entre los defensores, los olfatea, les mira a los ojos, para saber cuándo miran para otro lado y encontrarles el rincón de las agujas. El que siempre está, o sea Aritz Aduriz, acostumbra a abrir la puerta cuando su equipo toca el timbre. Y la abrió a los ocho minutos por el pasillo que le indicó Raúl García con una asistencia de cabeza: la adivinó, la convirtió en gol, chocó con el portero y con el poste, como en los viejos tiempos. Y luego la insolvencia defensiva del Genk y la solvencia (llámese atrevimiento) de un árbitro inglés le ofertaron tres penaltis que el que siempre está, y lejos de irse permanecía eléctrico en la fiesta, los convirtió cambiando de llave: el primero a media altura a la derecha del portero; el segundo raso a la izquierda de Bizot; el tercero, con paradinhalegal y ajustado al poste.
Lo que nace eléctrico pone los pelos de punta. El Athletic había llegado cuatro veces en la primera mitad y había conseguido tres goles porque el que siempre está, estaba donde había que estar. Pero el Genk es un equipo mucho más largo que su escueto nombre. Es un equipo bien entrenado, bien organizado, físicamente poderoso, lo más parecido a un vino joven de autor. Lo gobierna Pozuelo, ex del Rayo y del Betis. Y la rendición no entra en sus planes por adverso que venga el temporal. O sea, tiene fútbol y redaños. Y los errores los cobra con intereses. El Athletic no andaba ni bien ni mal, pero con la fábrica de goles a pleno rendimiento. Y en esto, la tubería se atascó. Susaeta cometió un error infantil y Bayley lo aprovechó, porque está para eso, para correr y rebañar la mantequilla. Y mantequilla fue Susaeta, a la que el jamaicano le puso la mermelada. Tras el gol, al Athletic se le cerraron las puertas y los ojos, la colección de errores no forzados ocupaba una estantería de la biblioteca de Alejandría. Y sin embargo le llegó el penalti para que el que siempre está hiciera el tercero cuando San Mamés llenaba el césped de uñas mordidas.
Nada había terminado. El Athletic se jugaba Europa: quedarse en el aeropuerto o seguir destino, pero el Genk sabía que una victoria casi le dejaba en la terminal de la fase de grupos. O sea, que el partido se disputó en la segunda mitad como una final de Copa: lleno de nervios, ciclotímico, con la corriente alterna, como si el campo se inclinara hacia un lado y hacia el otro como en un balancé. Malos tiempos para las defensas de ambos equipos, desarboladas, inseguras (solo Yerai mantenía el tipo). El Athletic se inflamó como una hoguera de hojarasca, y convirtió el área del Genk en un semillero de ocasiones, de incendios provocados, donde saltaban las pavesas de Aduriz a Susaeta a Raúl García. Pero el Genk es ignífugo Y Ndidi, poderoso, cazó en un salto un centro blandito que llevó a la red con un juego de cuello descomunal.
Día de benditas locuras
Y San Mamés ya se comía los muñones, le ardía la sangre. Y fue Yerai el que se inventó un pase interior para que el que siempre está estuviera donde tenía que estar y marcase el cuarto. Seguía la fiesta. También la del Genk. En un día de benditas locuras, el jamaicano Bayley no podía irse con un gol ocasionado por un error del rival. Su jugada previa al tanto de Susic fue sencillamente un ejercicio de perfección abrumador.
Pero era la noche de Aduriz. Era solo del que siempre está, al que siempre se le espera. Con cuatro goles en el bolsillo, aún quedaba el quinto. Y fue otro penalti (de Ndidi a Williams) el que le propuso una noche histórica. Cinco goles, cinco, en un solo partido y ante un rival maravilloso. Se puede soñar con algo tan rotundo. El que siempre está se fue solo cuando el árbitro dijo que había que marcharse. Y se fue sin aspavientos, con el Athletic reencaminado a Europa, aunque con un nudo en la garganta: por la emoción de Aduriz y por el miedo padecido.
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