El derbi vasco de la ikurriña
El 5 de diciembre de 1976 la Real y el Athletic se enfrentaron en Atocha. En principio, solo un partido más. Pero pasó a la historia por la aparición en el campo de la ikurriña, portada por Kortabarria e Iribar, encabezando sus equipos. Cuarenta días después, fue legalizada. Ahora se hace raro recordarlo, pero entonces la ikurriña estaba proscrita. Incluso suscitaba para muchos, fuera del País Vasco, serio rechazo. Se asociaba con ETA. Prohibida como estaba, alguna vez había sido utilizada como trampa bomba. Años convulsos, de una España que se pretendía reorganizar tras la muerte de Franco. Para unos las cosas iban muy despacio; para otros, demasiado deprisa.
El País Vasco, como Cataluña, reclamaba su hecho diferencial, cada cual con su bandera. Pero la senyera circulaba ya desde algún tiempo atrás, cuando sus cuatro barras empezaron a alternar con el azulgrana de la bandera del Barça, bien en el Camp Nou, bien en celebraciones de su afición fuera del estadio. La ikurriña era vista de otra forma. En palabras de Fraga, ministro de la Gobernación, no era “una bandera regional, sino separatista”. Y se le atribuyó la afirmación tajante de que solo se autorizaría por encima de su cadáver.
En la semana de aquel derbi vasco, José Antonio de la Hoz Uranga, para el fútbol Uranga, jugador de la Real, decidió hacer algo. Se le ocurrió que el partido era una buena ocasión. Lo habló discretamente con Kortabarria.
—No era el capitán, el capitán era Murillo. Pero hablé con él porque sabía cómo pensaba al respecto. Nos pusimos de acuerdo y luego se lo contamos a los demás.
Entonces una ikurriña, claro, no se podía comprar en cualquier lado, como ahora. Uranga se la encargó a su hermana, Ane Miren, buena costurera: un paño rojo, bandas verdes y blancas, aguja e hilo. Ella no sabía el uso que le pensaba dar su hermano, que entretanto había concitado la voluntad de toda la plantilla. Todos lo vieron bien. El problema era el cómo. Uranga no entró en la convocatoria del partido. El domingo por la mañana salió de Getaria con la ikurriña escondida en su coche, un Fiat 128 azul: “La metí en el hueco de la rueda de repuesto, que iba encajada atrás, bajo el portamaletas”.
Precaución que no sobró: eran muy frecuentes los controles. Uranga, joven, de pelo largo y barbudo, daba el perfil de revisable. Ahora lo reconoce con humor: “Me pararon en un control. Miraron el coche y no vieron nada. Ni siquiera les dije que era jugador de la Real”.
Iribar y Kortabarria, con sus equipos detrás en dos filas, llevaban una enseña artesanal cosida por la hermana de Uranga
—¿Y si hubieran visto la ikurriña...?
—Pues cualquiera sabe... Me la hubieran quitado, me hubieran interrogado… Supongo que les habría dicho que la iba a poner en la pared de mi casa, cualquier cosa… Pero, claro, todo se hubiera ido al traste...
Pasó el control, y luego la metió al vestuario, en una bolsa. La coló, como había concertado previamente, por uno de los ventanucos del vestuario que daban al exterior, al paseo Duque de Manda. Luego entró por la puerta, ya sin bolsa. Faltaba complotar al Athletic, al que no le habían adelantado nada, porque todo se había llevado con sigilo extremo. Hora y media antes del partido, Kortabarria y él pasaron al otro vestuario a contarle la idea a Iribar, que les dijo que personalmente estaba de acuerdo, pero que no debía hacerse si no había unanimidad en las dos plantillas. Le dijeron que la había en la de la Real. Él les pidió que salieran mientras consultaba con los suyos. Tras un pequeño conciliábulo, les llevó la respuesta con el sí. Todos de acuerdo.
Ahora había que meterla en el campo: “No era fácil, porque en el túnel de salida siempre había guardias y nos la hubieran quitado, claro. La metimos en una bolsa de plástico, debajo de toallas y esponjas, y la sacaron al banco de suplentes. Yo me fui al palco. Cuando Kortabarria e Iribar salieron del túnel, salté y me uní a ellos. Iribar y Kortabarria la tomaron y se encaminaron hacia el centro del campo, sosteniéndola”.
La imagen fue impactante. Iribar y Kortabarria, encabezando sendas filas, con sus compañeros detrás. Entre ellos, semitapado por la ikurriña, Uranga, del que en las fotos frontales solo se ven unas piernas en pantalón vaquero. En Atocha, lleno a reventar, la sorpresa da paso a una ovación unánime. Había un prolegómeno previsto, un homenaje a Gaztelu, que cumplía 11 años con la Real y al que los dos presidentes iban a dar obsequios conmemorativos en el círculo central. Eso le dio aún más brillo al suceso, pues el desfile con la ikurriña se produjo entre majorettes y banda de música preparadas para el acto de Gaztelu. Los presidentes no sabían nada. Ni los entrenadores.
La ikurriña se quedó en el banquillo. Uranga regresó al palco. Los guardias le miraron mal, pero no le importunaron: “Luego supe que habían llamado al gobernador civil y este les dijo que lo dejaran correr. ¡Qué podían hacer!”. La Real ganó 5-0. Era una Real joven, con Murillo y Gaztelu como veteranos entre los que asomaba ya la gran generación de los Arconada, Zamora, Satrústegui y López Ufarte. En el Athletic jugaba, entre otros, Villar, hoy presidente de la Federación. Un buen Athletic, que aquel año alcanzaría las finales de la Copa de la UEFA y del Rey, ante la Juve y el Betis. Ese día sufrió una gran tarde de la Real. Aún se dice por allí que cada vez que antes del derbi hay festejo, seguro que gana la Real.
La Real ganó 5-0. Era un equipo joven en el que asomaban Arconada, Zamora o Satrústegui. En el Athletic jugaba Villar
Aquella noche hubo alborotos y detenidos en la Parte Vieja de San Sebastián. Y los días siguientes. Pero el 15 de enero, la ikurriña fue legalizada.
Kortabarria llevaba cuatro partidos en la selección. Tenía 26 años, entraba en su mejor edad, pero no volvió a ella. Renunció. Iribar, 49 veces internacional, había dejado de ser convocado desde unos meses antes, en circunstancias nunca aclaradas. Nunca cumplió los 50.
Uranga siguió un año más en la Real, que abandonó con 29. Terminó su carrera en el Lagun Onak. Estudió Derecho en sus últimos años como jugador. Desde hace muchos años regenta un bufete en San Sebastián.
Aquella ikurriña artesanal se puede ver hoy en el museo de la Real Sociedad, en el campo de Anoeta.
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