El Eibar, con menos, consigue más que el Sevilla
El conjunto armero jugo medio partido con 10 jugadores y acabó con nueve ante un frágil rival
Hay partidos que dejan huella y, sobre todo, resultados que dejan huella. El Eibar-Sevilla no pasará a la historia por su fútbol, ni por su abundancia de goles, ni por ser de esos que se llaman de ida y vuelta, tan atractivos para el público y tan detestados por los entrenadores, tan marciales como aparejadores del corazón desbocado. Pasará a la historia de la autoestima del Eibar, tan cultivada por razones obvias, al haber empatado un partido que jugó 41 minutos con diez futbolistas, siete minutos larguísimos con nueve y casi medio partido con el entrenador en la grada. Y pasará a la historia del Sevilla por no haber sido capaz de sacar provecho a su abundancia numérica, por no encontrar su sitio, por no alimentar su gula futbolística.
El Eibar sí fue el Eibar, el que arremete contra el contrario desde el minuto 1, le acorta aún más el campo, le echa el aliento en el cogote y le acurruca en el área. Y pica y pica como un azadón en la hierba cosechando ocasiones que en muchos casos malgasta porque no hay un killer, todavía, pero que le explica al rival que ganar puede ganar, pero que sufrir va a sufrir. Bebé, Kike García, Pedro León tuvieron el gol en sus botas pero sus disparos o tropezaban contra la abundante defensa sevillista o contra sus propios compañeros, allí incrustados como cristales rotos de la débil zaga. Cierto que al equipo de Sampaoli se le rompieron los cristales muy pronto con la lesión muscular de Rami (m. 14) y nada más comenzar la segunda mitad con la de su compañero de zaga Carriço, lo que obligó a alinear a Iborra como central.
Ni el Sevilla se parece al Sevilla ni Sampaoli a Sampaoli. Quizás eso explica que al equipo le falta nervio y al técnico argentino, sus orígenes. Sampaoli es ahora un hombre precavido. Por eso el Eibar le comió media primera mitad, aunque sin rédito. Pero el Sevilla no ha perdido la pegada. La primera ocasión fue gol, por un gran pase de Kiyotake, en una contra, y un error monumental de Lejeune, un central romo que habilitó a Vietto. Una llegada, un gol suele ser un balance de esos que gustan a los entrenadores precavidos. Entonces surgió el Sevilla, más por el tacto del japonés, un futbolista ordenado, práctico y sensato, y la velocidad de Correa, que por su capacidad colectiva, muy intermitente. Y todo pareció iluminarse para el Sevilla, cuando la noche se avecinaba para el Eibar al expulsar Álvarez Izquierdo al portero Yoel, que derribó fuera del área a Correa aunque el balón, larguísimo, se dirigía al banderín de córner a tal velocidad que ni Usain Bolt lo hubiera alcanzado. Yoel sustituía al expulsado Riesgo y ahora le tocaba al nieto del mítico Carmelo Cedrún, Markel Areitio, sustituir a Yoel.
Demasiadas contraindicaciones. Pero el Eibar es el Eibar, amigos. Ganó con diez al Granada, o sea que venía aleccionado. Las defensas de ambos equipos eran flojas, y al Eibar el dolor le excita. La azulgrana está en rodaje y la del Sevilla, improvisada por las lesiones. Y en una indecisión de toda la zaga sevillista, Pedro León empujó el balón desde el área pequeña. Pero quedaba media hora, como medio mes para un Eibar presuntamente cansado y para un Sevilla presuntamente ambicioso. Y la ambición se la dio Vitolo, que había salido tras el descanso, y se antojó tan omnipresente como indeciso en algunas jugadas. Y la ambición la malgastó Vietto en la jugada más clara del partido con la portería abriéndole la puerta y el argentino mandó el balón a la ventana, o sea fuera.
Y llegó la expulsión de Dani García por derribar por detrás a Vietto en eso que se llama falta táctica, pero el guipuzcoano apuntó al muslo del delantero y por la espalda. Álvarez Izquierdo, el justiciero, exigente con Yoel, acertó con el centrocampista del Eibar. Pudo marcar Mercado en un cabezazo de espaldas, pero tanto intríngulis tenía el partido, que lo mismo pudo haber marcado el Eibar cuando Escalante saltó con Pato. Su roce con el brazo al brasileño lo castigó el arbitro en una jugada que estaba en el límite del bien y del mal: dos jugadores del Eibar encaraban a un defensor sevillista. Y se acabó. El Eibar acrecentó su autoestima, el Sevilla sus dudas.
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