El efecto dominó de Álvaro Morata
El único fichaje estival del Madrid desencadenó una serie de movimientos inauditos que alteraron la estrategia de la Juventus y transformaron el mercado del fútbol
La Juventus de Turín es un modelo de gestión ejemplar. Pocos clubes han dirigido una estrategia deportiva más calculada y sistemática para crecer a través de la Champions. No es casual que la empresa de la familia Agnelli haya alcanzado la final en 2015 ni que haya ganado las últimas seis ediciones de la Serie A. Pocas cosas se libran al azar en las oficinas del corso Gaetano Scirea número 50. El fichaje de Álvaro Morata en 2014 no solo no fue una prueba aislada. Cuando los dirigentes decidieron invertir 22 millones de euros en contratar al canterano madridista, de 20 años, lo hicieron con la certeza de que adquirían un diamante. Un jugador que encajaba en sus planes a la perfección. La piedra sobre la que construirían el equipo con el que se lanzarían a dominar Europa en la siguiente década. El instrumento de uno de esos grandes duelos institucionales que marcan la conformación de las plantillas y señalan el devenir de una competición que trasciende el campo de juego.
Porque en la visión de la Juventus solo había una sombra. El Real Madrid se reservó el derecho a ejercer la recompra en junio de 2016, a cambio de 30 millones de euros. Una de las partes implicadas en el caso asegura que los dirigentes de la Juventus desplegaron un plan para disuadir al Madrid a base de señales equívocas. Durante meses, varios responsables italianos, incluyendo el entrenador, Massimiliano Allegri, lanzaron mensajes sombríos cada vez que juzgaban al delantero. En público y en privado, difundieron la especie de que Morata era un tipo inmaduro, incluso acomodaticio. Un jugador no demasiado fiable.
Para corroborar la sospecha, Allegri le privó de la titularidad en 19 partidos de Liga en la última temporada. La apariencia era de castigo. La realidad fue que para liderar la Serie A no necesitaban a Morata. La Juventus le necesitaba para ganar la Champions. De otro modo, no se comprende su titularidad en Múnich, en los octavos de final, donde el atacante culminó un partidazo. Probablemente, el mejor partido del torneo. El 4-2 selló la eliminación de la Juve pero descubrió la evidencia. Morata nunca fue un hombre bajo escrutinio en Italia. Fue un jugador fundamental.
Allegri y los directivos de la Juventus coincidieron siempre en que Morata reunía las condiciones ideales para desarrollar el juego que creían que catapultaría al equipo. Rápido, potente, y más hábil que la media de los nueves de su perfil, el madrileño era el futbolista más prometedor de Europa para jugar al contragolpe. No solo sabía atacar los espacios y definir con pies y cabeza, sino que comprendía el juego cuando recibía de espaldas y si se escoraba a la banda también disponía de recursos.
Golpe a un rival directo
El Madrid no siguió pistas falsas. La pérdida de Morata fue un golpe para la Juventus. Tan duro que, tras su marcha, el club debió vender a Pogba, un potencial Balón de Oro, por un traspaso récord de 120 millones de euros, y acometer así el fichaje más caro de su historia para compensarlo. La contratación de Gonzalo Higuaín por 90 millones puso de manifiesto el vacío que dejó Morata.
Con su repesca, el Madrid cerró la única operación de su verano más austero en mucho tiempo. Pero, quizá sin pretenderlo, impulsó una reacción en cadena, alteró el panorama del fútbol europeo y configuró un mercado histórico.
Morata no duplica a Benzema, un nueve sin sustituto en Chamartín. Simplemente añade a la plantilla un futbolista competente para reemplazar a Cristiano, o a Bale. Un jugador que se amolda a las consignas de Zidane, cada vez menos convencido de elaborar las jugadas y más seguro de atacar los espacios. Y un hombre que fue clave en la estrategia de un adversario directo en la lucha por la Champions.
Más que un refuerzo imprescindible, con Morata el Madrid compró un gigantesco problema para la Juventus.
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