Una mujer entre 99 hombres
Si no hubiera competición femenina, en la Olimpiada de ajedrez sólo habría dos o tres jugadoras
Casi ninguna de las 700 mujeres que disputan la Olimpiada femenina en Bakú (Azerbaiyán) tiene categoría para entrar en la selección absoluta de sus 140 países. Entre los 100 mejores de mundo hay una mujer, la china Yifán Hou (95ª); y sólo hay una por cada 15 practicantes. Es el gran misterio de un deporte donde la fuerza bruta no cuenta (la resistencia, sí). Hay explicaciones relativas a la genética, las hormonas y la educación machista, pero sin respuestas rotundas.
Regalar una muñeca a un niño es casi tan raro como un juego de ajedrez a una niña en gran parte del mundo. Siglos de debate –en la Edad Media muchas mujeres de las clases altas jugaban al ajedrez, incluso entre las musulmanas- han llevado a una hipótesis: si todos los niños y niñas recibieran la misma educación, la mayoría de ellas no lo abandonarían en masa justo en la pubertad, como ahora (hasta esa edad, el interés de niños y niñas es similar). Fue la principal conclusión de los expertos en el I Congreso Internacional por la Igualdad de las Mujeres en el Ajedrez, que se celebró en Vitoria en julio.
El mejor argumento para sostener esa idea son las hermanas Polgar. La menor, Judit, de 40 años, es la única mujer que ha estado entre los diez mejores del mundo (8ª en 2005); retirada en 2014, está en Bakú como capitana de la selección absoluta de Hungría; antes era la más fuerte de las poquísimas mujeres que jugaban en selecciones absolutas (ese honor corresponde hoy a la catarí Chen Zhu). La mayor de las Polgar, Susan, de 47, fue la primera mujer que logró el título de gran maestro (equiparable al cinturón negro en yudo). La mediana, Sofía, de 41, superó a muchos grandes maestros a los 14 en el torneo de Roma, que ganó con 8,5 puntos en 9 partidas, pero luego no quiso ser jugadora profesional. Las tres fueron educadas en casa por sus padres (sólo iban al colegio para los exámenes), con el ajedrez como asignatura. Ambos progenitores son pedagogos.
La psiquiatra estadounidense Louann Brizendine, autora de los exitosos libros El cerebro masculino y El cerebro femenino, parte de que hay importantes diferencias genéticas entre los sexos, y lo ilustra con esta anécdota: «Una de mis pacientes regaló a su hija de tres años y medio muchos juguetes unisex, entre ellos un vistoso coche rojo de bomberos en vez de una muñeca. La madre irrumpió en la habitación de su hija una tarde y la encontró acunando al vehículo en una manta de niño, y diciendo: ‘No te preocupes camioncito, todo irá bien’”.
Brizendine explica también que, en la pubertad, el cerebro de los niños se llena de testosterona, que los incita a ser muy competitivos; para la mayoría de los adolescentes, ser el mejor en algo es muy importante; por el contrario, los estrógenos incitan a las niñas a ampliar sus amistades como prioridad en ese momento; es raro que a esa edad quieran ser las mejores en algo. Eso cambia años después, en la época universitaria, cuando muchas se vuelven muy competitivas. Pero en cuanto al ajedrez de alto nivel, ya es muy tarde: lo que no se progresa entre los 12 y los 18 años es casi irrecuperable.
Sin embargo, uno de los descubrimientos recientes más revolucionarios de la neurología está en la plasticidad cerebral: el entorno y la educación pueden modificar las neuronas durante toda la vida. Aunque Brizendine tuviera razón en las diferencias genéticas, las hermanas Polgar también pasaron la pubertad, y sin embargo han hecho historia. Si bien todas las mujeres pueden elegir entre torneos femeninos o mixtos, Judit sólo quería jugar con hombres.
Hace unos años, una señora mayor extremeña explicó así por qué se apuntó a un curso de ajedrez: “En mi niñez, era sólo para hombres. Ahora aprendo para ganarles, y que se fastidien”.
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