Una pértiga sin Isinbayeva
La prohibición a todos los atletas rusos priva a la doble campeona olímpica del derecho a despedirse del deporte en sus cuartos Juegos
El domingo pasado llegó a Río para hacer campaña en las elecciones de deportistas para el Comité Olímpico Internacional. El jueves fue elegida. El viernes, por la mañana, anunció su retirada; por la noche, en el habitual estadio pletórico de los días Bolt, solo pudo ser espectadora de la final de pértiga, una especialidad que le debe su esplendor y su expansión. Así fueron los días como deportista en activo de Yelena Isinbayeva, la mejor atleta de la última década.
Por primera vez desde Sidney 2000, Isinbayeva, campeona olímpica en Atenas y en Pekín, medallista de bronce en Londres, no participó en la competición. Su condición de rusa, afectada por la prohibición total de participar a los atletas de su país por las pruebas de dopaje de Estado, se lo impidió.
Río debería haber sido la competición de la despedida de Isinbayeva
“Yelena Isinbayeva ha colgado sus pértigas”, declaró unas horas antes, hablando de sí misma en tercera persona, como Julio César, para reflejar su grandeza. Isinbayeva, de 34 años, es plusmarquista mundial desde 2003, cuando tenía 21. Ha batido sus récords en 25 ocasiones. Sus 5,06m permanecen insuperados desde 2009; de 2008 datan, sus 5,05m, récord olímpico conseguido en un Estadio del Nido iluminado solo para ella (las demás competiciones ya habían terminado) ante una multitud transpuesta. Antes de Bolt fue Isinbayeva, la zarina de la pértiga, la primera estrella global del atletismo del siglo XXI.
Con Isinbayeva en liza, se habrían desafiado en el rincón más ruidoso del Engenhao las cuatro mejores saltadoras de la historia: la rusa, las norteamericanas Jenn Suhr, campeona olímpica en Londres, la otra atleta que ha saltado alguna vez por encima de los cinco metros (5,03m, plusmarca mundial en pista cubierta) y Sandi Morris (4,95 en 2016, mejor marca mundial del año), y la cubana Yarisley Silva (4,91m), medallista de plata en Londres. Sin ella, la competición de Río quedó huérfana y devaluada, pues, tras pasar dos años retirada había vuelto a competir y a demostrar que había recuperado la forma. En junio, cuando ya parecía claro que la federación de atletismo (IAAF) la prohibiría participar en Río, saltó 4,90m, entonces la mejor marca mundial del año. La primera ausencia de Isinbayeva coincidió finalmente con un podio de primerizas a esas alturas. Fue la pértiga de la renovación. El oro, para la griega Ekateriní Stefanídi, de 26 años, y la plata para la norteamericana Sandi Morris, de 24, con 4,85m ambas; el bronce para la neozelandesa Eliza McCartney, de solo 19 años, con 4,80m.
Río debería haber sido la competición de la despedida de Isinbayeva, que habría gozado el derecho de todos los grandes campeones a dejar el deporte desde el escenario de sus mayores éxitos. No lo disfrutó de él la pertiguista rusa como sí lo hicieron Michael Phelps y Usain Bolt, sus dos coetáneos generacionales, que dejaron los Juegos entre aplausos, portadas, reconocimientos y lamentos.
El pasado mal resuelto reaparece siempre como una venganza es una verdad que temen quienes ostentan cargos en ejecutivos o consejos de administración. También los dirigentes del Comité Olímpico Internacional (COI), que acaban de admitirla en su seno, elegida por sus compañeros deportistas y enviada desde Moscú por Vladimir Putin, un presidente muy cercano a la pertiguista, como su voz y sus oídos en uno de los círculos privados con más poder.
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