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Italia despierta antes que Suecia

La selección de Antonio Conte consigue la clasificación a octavos con un gol de Eder en los últimos minutos del partido

Diego Torres
Eder celebra el gol de Italia ante Suecia.
Eder celebra el gol de Italia ante Suecia.ARMANDO BABANI (EFE)

Viernes de primavera en Toulouse. El sol calienta los muros de ladrillo rojo, las terrazas se llenan de burgueses, una brisa dulce mece la alameda y de los brazos del Garona se levanta una bruma embriagadora que aplaca el ánimo con aroma hortofrutícola. Las pastas, el vino, la luz filtrada por las nubecillas, Bonucci que toca para Chiellini, Chiellini que se la devuelve a Bonucci, Bonucci que pasa para Barzagli, Barzagli que… Se enfrentan Italia y Suecia y los 22 contendientes parecen coincidir en que lo mejor es ir enroscando el juego poco a poco hasta bajar las pulsaciones de la multitud y dilatar los acontecimientos de modo que los ojos se entrecierren y la conciencia pierda el contacto con las cosas tangibles, que son una vulgaridad. Porque, primero, todo el universo conspiró en favor de la siesta en Toulouse. Y después ganó Italia.

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Italia se propuso no manejar la pelota y Suecia la secundó. Con esta idea saltaron al campo ambos equipos, aunque para ejecutarla siguieron procedimientos ligeramente distintos. Los italianos giraron el balón entre sus centrales mientras los tres volantes subían a presionar sobre la línea de mediocampo y los puntas fijaban a los centrales rivales. Solo los laterales, Candreva y Florenzi, se desmarcaron esperando el cambio de orientación para correr y meter el centro. Así, si progresaban, lo hacían sin desmontar el baluarte defensivo. Los suecos también evitaron circular la pelota por el medio pero emplearon a los extremos, Forsber y Larsson, para incursionar por los pasillos interiores buscando el hueco que se abría entre los carrileros y los centrales italianos. Ahí dio un paso atrás Ibrahimovic, que intervino como mediapunta para filtrar pases a sus compañeros llegadores.

Las jugadas se repitieron en sucesión monótona. Carreras, centros, duelos aéreos y despejes a discreción, con un par (no hubo más) de virguerías testimoniales de Ibrahimovic. Los mismos protagonistas reprodujeron las mismas escenas una y otra vez con idéntico resultado ante un público absorto. Llegó el descanso, se cumplió la hora de partido, y la sensación de automatismo estéril, de intención predecible, no abandonó la cancha. Suele suceder con los equipos cuando renuncian al balón para procurarse un orden. Italia intentó no manejar la pelota con De Rossi, Giaccherini y Parolo salvo en la segunda jugada. Suecia trató de no emplear a Ekdal y Kallström en la construcción. Cuando este tipo de renuncia creativa es recíproca, los adversarios se contrarrestan, el orden defensivo se aproxima al absoluto y el resultado, a salvo de accidentes, es un cero a cero.

El accidente se produjo en el minuto 87. A un cuarto para las cinco de la tarde en Toulouse. La hora del té en esta ciudad de población tan aparentemente poco apasionada por el fútbol. Giorgio Chiellini sacó de banda a la altura de la raya del mediocampo y su pelota fue oportunamente descolgada por Zaza, embarcado en una trifulca con Johansson. Eder la cogió al vuelo y trazó una conducción paralela a la frontal del área sueca sin que Lewicki, Granqvist ni Källström pudieran hacer otra cosa que tropezarse a su paso. El pequeño delantero del Inter tocó el balón con el interior para darle el efecto de parábola directo al segundo palo. El portero Isaksson, que prácticamente no se había movido más que para descolgar centros, se estiró en vano. Fue el gol definitivo y aseguró la clasificación de Italia para los octavos de final.

Gianluigi Buffon había dicho la víspera que este equipo italiano tiene una gran voglia di soffrire. Puede que la dialéctica del calcio explique esta aparente inclinación al masoquismo en la necesidad del acoso como incentivo, y del dolor como estímulo del instinto de supervivencia, fuerza constitutiva del carácter del futbolista de Italia. La verdad, debajo de la farfolla, es que Italia y Suecia se echaron una siesta en Toulouse como quien echa una moneda al aire. Ese puntito de voglia di soffrire, esa magia, esa superioridad técnica objetiva, inclinó el destino contra los escandinavos.

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Sobre la firma

Diego Torres
Es licenciado en Derecho, máster en Periodismo por la UAM, especializado en información de Deportes desde que comenzó a trabajar para El País en el verano de 1997. Ha cubierto cinco Juegos Olímpicos, cinco Mundiales de Fútbol y seis Eurocopas.

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