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Copa América
Columna
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Las leyendas de Bacca

El delantero de Colombia hubo un tiempo en que fue un talento a punto de desquiciarse

Bacca, tras marcar ante Paraguay.
Bacca, tras marcar ante Paraguay. FREDERIC J. BROWN (AFP)

-Carlos ¿Y tú qué haces aquí?

El pasajero ocupaba una de las sillas del bus afiliado a la empresa Transportes Costa Azul cuando reconoció al muchacho que le estaba cobrando el valor del pasaje. Era un excompañero suyo en tantos equipos aficionados en los que las caras de los que llegan a ser grandes no abundan. Cuando lo vio en esas, se dio cuenta de que era el mismo delantero que había visto jugar varias veces para el club de primera C Universidad Autónoma del Caribe.

Sorprendido por el extraño destino de un talentoso que estaba ocupando un lugar que no le correspondía, le dijo al muchacho que fuera al otro día a probarse con el Junior de Barranquilla. Que tenía cómo quedarse jugando en las grandes ligas. El jovencito hizo caso, porque a pesar de su rebeldía, siempre ha sido lo suficientemente inteligente para saber aprovechar los buenos consejos. Cumplió con la promesa y se presentó en la sede del Junior -el club más representativo de la costa atlántica colombiana- para ganarse un lugar. Allí lo vio el DT Fernel Díaz y le dijo que volviera de nuevo al otro día. Nunca más regresó a la terminal de buses. Ese día Carlos Bacca encarriló una parte de su destino. Macondo en estado puro.

La historia con grandes visos de leyenda la cuenta Wilhelm Garavito, periodista barranquillero que lo vio jugar muchas veces cuando no era el temible killer goleador que le dio una Europa League al Sevilla o el que, al lado de Rakitic, sometió durante 90 minutos al poderoso Real Madrid. Lo vio cuando era un muchacho escuálido, con una vocación más cercana a la de delantero por fuera que a la de un 9 de área y que era suplente -sí, suplente- de Uniautónoma. Un día, se ganó la titularidad porque su club perdía 2-0 ante la división C de Junior. El DT le confió la labor de hacer algo digno en la cancha y Carlos entendió que era su momento: marcó tres goles y dio la vuelta al resultado.

Pero no importó mucho que se empezara a destacar: el club, que dependía de una universidad privada, se quedó sin recursos y dejó de funcionar. Y Bacca se quedó con una mano adelante, y con la otra aferrado a sus derechos deportivos. Fue ahí cuando llegó a trabajar como cobrador de buses y se da ese viraje de timón.

Jugando o montado en un bus, Bacca no olvidaba su Puerto Colombia y allá volvía a verse con los amigos de barrio. Apareció en el Barranquilla FC, descolló y al poco tiempo recibió la noticia de que ya no jugaría en la segunda división de Colombia, sino en la de Venezuela: se iría a préstamo al Minervén. ¿El objetivo? Encontrar rodaje y alejarse de las tentaciones barriales. La apuesta era arriesgada y la ganó: marcó 14 goles y consiguió el ascenso.

El regreso lo condujo a su amado Junior, a su debut con dos goles frente al Deportivo Pasto, a las voces de los comentaristas alabando sus genialidades, a los flashes de las cámaras apuntando a la cara de los arqueros vencidos por su contundencia goleadora, pero también ese volver lo llevó a estar caminando un par de veces al borde de la cornisa. Con Hayder Palacios y el panameño Román Torres, Bacca fue a festejar a una verbena: hubo licor, baile y jarana divulgada por youtube. Poco después un automóvil en el que él estaba haciendo las veces de copiloto fue detenido por la policía en un retén: el conductor, su compañero de equipo John Viáfara, daba positivo en el examen de alcoholemia. Los dos escándalos, cuenta la leyenda, frustraron dos transferencias seguras al Chievo Verona y al Lokomotiv de Moscú.

Parecía otro caso de talento que estaba a punto de desperdiciarse, pero en el panorama apareció Bélgica y el Brujas. Allí viajó con su esposa. Y él, que es lo suficientemente inteligente para saber entender consejos, escuchó atentamente las palabras de Shayira Santiago, la mujer que lo ha amado y admirado desde que era apenas un humilde pescador. Eso cuenta la leyenda. Apretó los dientes y le apostó a él y a su futuro. En ese instante ya no hubo más billetes ennegrecidos en la terminal de buses: solamente pasaportes sellados hacia Sevilla y Milán. Y, desde luego, titular asegurada por su rendimiento en la Colombia que dirige José Pékerman teniéndolo como dueño del puesto por mérito propio en esta Copa América que como la oportunidad de tomar revancha propia ante su opaca actuación hace un año en Chile.

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