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En Cieza, en el reino del gurú Carrillo

El entrenador de López pelea diariamente para construir su centro de tecnificación de marcha

Carlos Arribas
Miguel Ángel López, campeón del mundo de 20km marcha en Pekín 2015, posa con su medalla de oro junto al templo del Cielo de la capital china.
Miguel Ángel López, campeón del mundo de 20km marcha en Pekín 2015, posa con su medalla de oro junto al templo del Cielo de la capital china. EFE

Miguel Ángel López se sube al tapiz y automáticamente su cuerpo es un perfil clásico, helénico, de ángulos claros y movimientos suaves, sin estridencias, que emboba cuando anda. Sus codos doblan los brazos que balancean rítmicos a 95 grados exactos, porque a José Antonio Carrillo no le gusta el ángulo recto exacto, como si no fuera natural, de la misma manera que no le gusta que los hombros estén rígidos ni la cadera no baile. Como si la marcha atlética, los hombros relajados, los giros precisos del pie en el tobillo para que la planta pise con eficacia, sin desperdiciar energía, fuera hija de la naturaleza y no un arte al que la naturaleza trata de imitar. López marcha un rato ante el espejo de cuerpo entero que cierra su horizonte en el gimnasio y el fotógrafo le filma y le retrata y le pregunta si no va muy despacio. Carrillo le responde que, en efecto, va despacio, a ocho kilómetros por hora, una velocidad que para él es un paseo.

¿Ocho por hora un paseo? Para un paseante del Retiro, ocho por hora es la velocidad con la que le adelantan sibilantes los que vestidos de chándal practican el jogging a la carrera; para un atleta como López, que cuando compite en los 20 kilómetros marcha a 15 por hora, ir a la mitad es ir parado. “Y no puede ir más despacio porque muscularmente le es dañino”, recalca Carrillo, a quien se le podría llamar el gurú de la marcha con su sombrero de paja apostado junto a la pista de caucho desgastado de Cieza y sus Rayban imprescindibles para no tener que mirar la vida con los ojos entrecerrados por el duro sol de Murcia en abril.

Antes de subirse al tapiz, donde Carrillo le graba con tres cámaras, una de espaldas y dos para cada perfil, y luego se lleva las grabaciones a su casa y por las noches las analiza y al día siguiente corrige los defectos, López ha hecho unas series en la pista de atletismo, dando medias vueltas al estadio, pues cambia de sentido a menudo para que no se le cargue siempre la misma cadera. Faltan 100 días para los Juegos de Río. “Este año precisamente vamos retrasados. Ha sufrido virus y pequeñas lesiones y diarreas y actos de homenaje, y no se ha entrenado lo que querríamos”, dice el entrenador del campeón de Europa y del mundo. “Calculo que hará unos 200 kilómetros menos que el año pasado. Se quedará en unos 5.200 kilómetros en el ciclo de 40 semanas de entrenamiento, unos 130 a la semana. Por eso creo que subiremos antes de lo previsto al santuario para estarnos dos meses aislados”. El santuario es la altura en la que se enclaustra lejos del ruido todos los años, un mes en Sierra Nevada y otro mes en Font Romeu, donde siempre.

Hasta entonces, hasta llegar a los 5.200 kilómetros, como ir andando hasta Copenhague y volver dando 5.777.777 pasos de 90 centímetros exactos, López se entrena unos días en su pueblo, en Llano de Brujas, en la huerta murciana, y otros va a Cieza, a media hora de su casa en coche, donde hace marchas largas bajo los álamos frescos por las veredas del Segura fecundo y donde está el gimnasio.

A Carrillo y a sus marchadores olímpicos, pues antes que López estuvieron Fernando Vázquez y Juanma Molina, les costó 10 años que junto al estadio de Cieza se construyera el gimnasio, que no es el embrión del centro de tecnificación con el que sueña Carrillo para preparar a las decenas de marchadores que guía. “Lo triste es que tenga que haber un campeón, y una persona tan cabezota como Carrillo, para que después se construya la instalación”, dice López, recordando cómo se empezó a mover el proyecto en 2002, cuando Molina logró una medalla en el Europeo de Múnich, y cómo hasta 2010 no se inauguró el edificio en el que hay una sala de aparatos de musculación, otra para el tapiz, dormitorios, vestuarios con jacuzzi, máquinas de crioterapia, salas de reuniones… “Pero cada paso, cada cosa que se consigue es un dolor, una pelea con el CSD, con el ayuntamiento, con la Comunidad…”, dice Carrillo. “Las duchas han estado sin agua caliente hasta hace nada, los jacuzzis no funcionan, no se pueden usar los dormitorios para hacer concentraciones porque no nos dan permiso, y los de la limpieza vienen solo dos días a la semana, y eso es ahora, porque antes tenía yo que pasar la fregona y hasta echar lejía en los váteres…”.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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