Con la historia del Liverpool no se juega
Klopp recupera la epopeya de Riverside y remonta tres goles ante su exequipo, el Dortmund, para clasificarse en las semifinales europeas
Fue una noche épica y dorada en Anfield como en los viejos tiempos, cuando Bill Shankly dominaba el cotarro ante los micros y ante los rivales, cuando el Boot Room –un cuartucho en la ciudad deportiva de los reds donde se reunía el cuerpo técnico envuelto en olor a linimento y alrededor de un buen whisky- dictaba las leyes del fútbol inglés. Fue también una noche que evocó al Spanish Liverpool, el equipo de Benítez que se laureó en Estambul después de una gesta memorable en la final de la Champions ante el Milan. Y fue, claro, la noche de Jürgen Klopp y la pesadilla de Thomas Tüchel, técnico del Dortmund que tocó con los dedos la semifinal de la Europa League pero que se le escurrió sobre la bocina, después de malgastar un 1-3. Ahora ya sabe que con la historia del Liverpool no se juega.
Jürgen Klopp marcó una época en el Borussia Dortmund, rey de Alemania hasta que Jupp Heynckes firmó el triplete con el Bayern y le entregó el relevo a un Pep Guardiola que no dio opción al debate en la Bundesliga. Pero se mantuvo en pie en las eliminatorias con copas que festejar, con laureles que agrandaban su figura, tan brillante, tan vehemente. Su fútbol no era casualidad, unas contras que admiraron al mundo entero y que, por ejemplo, descosieron al Real Madrid en las semifinales de la Champions 2013. Así, coger el testigo de Klopp era un riesgo gigantesco, por difícil de igualar o superar. Pero Tüchel, técnico que compartió innumerables veces mantel con Guardiola para enfrascarse en charlas futboleras que se alargaban en el tiempo (a buen seguro porque participaban de la misma idea del juego), ha demostrado ser un entrenador con sesera. Entre otras cosas porque le ha dotado al equipo de ataque posicional, sobre todo desde la raíz para sacar la pelota jugada, y también de una facilidad pasmosa para acumular la posesión. Ocurre, sin embargo, que ha incidido además en la transición defensa-ataque, en un ataque vertical tras el robo de balón espectacular. Y eso desmontó al Liverpool de inicio.
Primero fue Coutinho el que retrasó el esférico y no se entendió con Alberto Moreno, más predispuesto a doblar por la izquierda que otra cosa. Robó el balón el Dortmund y en tres pases conectó con Aubameyang, que soltó un remate acrobático que Mignolet repelió. Para su infortunio, a las botas de un Mkhitaryan que resolvió a gol. Y después se enredó Firmino, que perdió ante Reus, quien arrancó con una fiereza que recordó a su mejor versión –esa que exhibía antes de las lesiones de rodilla- para librarse de tres rivales y lanzar el pase a la espalda de Sakho y la carrera de la bala Aubameyang. Un par de zancadas y disparo a la escuadra. El Liverpool, en cualquier caso, tenía algo que decir.
Trató Tüchel de instaurar la pausa, con Ramos y Gündogan frescos desde el banquillo. Pero el duelo, el espectáculo, ya era de Klopp
Lo aclaró Origi, delantero discutido hace unas pocas semanas por la pelea deportiva con Sturridge pero ahora venerado, con cuatro goles en las tres últimas citas. Su velocidad y carrocería, además de unos movimientos revoltosos en las proximidades del área, fueron un quebradero de cabeza para los centrales del Dortmund. Lo probó con un remate que Papastathopoulos fue capaz de desviar a tiempo, persistió con un centro al segundo palo que dejó solo a un Moreno al que se le hizo demasiado pequeña la portería y demasiado grande la responsabilidad del gol, y se subrayó con un remate a centro de Milner que saludó al poste por fuera. Hasta que en el segundo acto, en una de esas contras klopperas, Coutinho se la puso al espacio y Origi definió a la red. Alimentaba Anfield con sus cánticos la ilusión… y ni siquiera enmudeció cuando Hummels condujo desde atrás y le puso un pase preciso y al espacio a la carrera de Reus, que levantó la cabeza para definir con el interior a gol.
Movió piezas Klopp dando cabida a Sturridge, situando a dos delanteros de la mano. Una táctica que acentuó la trascendencia de Coutinho, el jefe de entrelíneas. Así, tras una pared con Milner –se entregó como siempre por el bien colectivo-, engatilló desde fuera del área y redujo las distancias. Todo era posible y más para un club que hace del pundonor y de las epopeyas un modo de vivir. Por lo que en un córner, Sakho, libre de marcaje –¡menudo error de principiantes para un Dortmund que ya temblaba!- puso la cabeza y el empate. Trató Tüchel de instaurar la pausa, con Ramos y Gündogan frescos desde el banquillo. Quería imponer su idea, la del toque. Pero el duelo, el espectáculo, ya era de Klopp y del Liverpool, que mezclan tan bien porque se une la tradición con la ruptura, la heráldica con el populismo. Siempre bajo el paraguas de la pasión. Y de eso sobró en Riverside. Sobre todo cuando Milner se marcó una jugada por la derecha y sacó un centro al segundo palo. Lovren, un central de lo más ramplón, saltó por encima de todos y cabeceó a la red para llevar al Liverpool al cielo y al Dortmund, definitivamente, al infierno.
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