Griezmann, la forja de un goleador
Simeone ha cincelado al delantero francés como un artillero consumado a base de trabajo y confianza
“El gol, se tiene o no se tiene”, dicen algunos clásicos. “Es lo único que no se puede enseñar”, relatan otros puristas. Griezmann no era un gran goleador cuando llegó al Atlético. En la Real era un jugador de banda desequilibrante, que no había pasado de 16 goles en Liga y de 21 en total en su última campaña allí. Las exigencias con las que se encontró en uno de sus primeros cara a cara con Simeone fueron la obligación de defender como uno más y aumentar su producción goleadora. En la proyección que el técnico dibujaba en su cabeza aunaba la velocidad y la técnica. Un estilete potencial, vamos. Hay en el Simeone entrenador una tendencia a cincelar jugadores que se amolden a su manera de entender el fútbol. Más allá de domesticarle en el esfuerzo, en el caso de Griezmann se trataba de la forja de un goleador.
En el proceso que ha llevado al menudo delantero francés a transformase en el goleador que es hoy, capaz de convertir dos goles sin intervenir apenas en el juego, ha habido al menos dos momentos decisivos. Uno fue en San Mamés la temporada pasada, cuando asaltó la titularidad de manera definitiva con dos goles a la contra. Hasta ese momento, Simeone le había cuarteleado hasta exprimirle y hacerle saber que la condición de indiscutible se la había ganado. Si en ese partido en Bilbao se consumó ya como el referente ofensivo del equipo, esta temporada, en otro partido con el Athletic disputado en el Calderón, Griezmann sintió de manera definitiva toda la confianza de Simeone como goleador. Ese día, su entrenador le había colocado en la derecha durante el primer tiempo. Firmó 45 minutos horrorosos. El propio técnico así se lo hizo saber, pero acompañó el análisis con una arenga. Simeone le dijo que no se preocupara si no tocaba el balón o si se equivocaba, que no lo iba a cambiar. Le espetó que lo único que no quería era que agachara la cabeza. El Cholo también le advirtió que estaba seguro de que iba a marcar. Así fue. Griezmann enganchó un disparo ajustado desde fuera del área. La reacción del jugador fue inmediata y se fue a abrazar a su entrenador ante la sorpresa de la grada y de sus compañeros.
Griezmann se presentaba a este partido con esas estadísticas que pesan sobre los jugadores determinantes. En siete partidos ante el Barça, desde que es jugador rojiblanco, no había logrado marcar. Se quitó ese lastre de encima con un cabezazo de nueve de toda la vida. Se elevó imperial para recoger un pase de alta escuela con el exterior de Saúl. Griezmann, que rebasa por poco el 1,70m, se sujetó en el aire para girar el cuello y mandar el cabezazo a la escuadra de Ter Stegen. Cuenta Martín Lasarte, el técnico uruguayo que tuvo en la Real, que Grizzie, como le apodan sus compañeros, mejoró su capacidad para marcar de cabeza porque él le hacía bajar a defender a los delanteros rivales en los córneres.
El espacio, a base de codos
Ahí aprendió a manejar su rapidez en la anticipación y a codear para ganarse el espacio. El tanto hizo reventar el Calderón. De nuevo, por cuarta vez en este curso, el Atlético se ponía por delante del Barça en el marcador. De nuevo, una prueba de resistencia que debía durar una hora.
En esa faceta aparecieron las dosis de peonadas que también le había inculcado Simeone en aquellas primeras charlas de hace dos veranos. Griezmann se alternó con Carrasco para estorbar a Busquets cuando el Atlético hacía el repliegue bajo. Le molestó varias veces al mediocentro azulgrana, al que también limpió alguna pelota. En esa faceta de trabajar y también ser la punta de lanza del contragolpe. Tuvo uno claro, pero llegó reventado para definir. Su consagración, su gol número 29 (seis en Champions) en lo que va de curso, llegó con el penalti. Lo ajustó y lo embocó pese a que Ter Stegen llegó a tocarlo. De nuevo, Griezmann corrió al banquillo, donde como un loco saltaba el entrenador que le forjó como goleador.
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