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Cristiano es demasiado para el Wolfsburgo

El Real Madrid estará en su sexta semifinal consecutiva de Champions gracias a tres goles del portugués

Cristiano Ronaldo celebra uno de los goles en el partido del Real Madrid ante el Wolfsburgo.Vídeo: L. SEVILLANO
José Sámano

Se remangó Cristiano y sobre el Wolfsburgo cayó una tromba. Por tres veces, un do de pecho. No solo fueron tres goles del portugués, hubo mucho más de este genio, enchufado de principio a fin, como si fuera una cruzada personal. Ronaldo se olvidó de su imponente historial y esta vez el Jefe fue el Jefe, con lo que ello supone para el resto de la tropa, que en una noche de posibles desvelos encontró en el luso a un corneta de primera. Excesivo para el equipo alemán, que para lo que tiene compitió con dignidad. Se enfrentó a un CR en ebullición, a un Madrid con hueso. En general, bien en todas las líneas y con jugadores como Benzema y Carvajal una escala por encima. Para colmo, el Wolfsburgo perdió muy pronto a Draxler, lesionado. Un Everest para el conjunto alemán, retorcido por un Madrid que de vuelta sí fue un Madrid.

Nunca es fácil gestionar un 2-0 en contra, por mucho que los galones no sean los mismos. Con ello tenía que jugar el Madrid, con fútbol, cabeza y corazón. Tuvo un poco de todo. De entrada, desató la tormenta perfecta en el primer cuarto de hora. Enchironó al equipo alemán, que no le daba a un bote, y le tuvo cerca de su portero, con un canguelo de aúpa, con un pie en la lona hasta que Cristiano sacó el mazo por dos veces en apenas un minuto. Debió tomar nota Zidane, no del autor de los goles, el de costumbre, sino del protagonista del preámbulo en las dos acciones: Carvajal. La aportación del canterano, relevo del extraviado Danilo, resultó capital. De alguna forma, fue el catalizador en los momentos de combustión, en el inicio del encuentro. Primero, se anticipó a Draxler en los dos primeros intentos del alemán, tormento de Danilo en la ida. Un mensaje contundente para todos, colegas y público. La raya estaba marcada. No se contuvo con ello el lateral, que empinó al equipo en las dos jugadas del gol. Una, con un robo al temido Draxler que derivó en un pase terminal para el emboque de CR. A continuación, otra escalada del chico concluyó en un córner cabeceado por Cristiano.

Como broche a la puesta en escena de Carvajal, a la primera que le encaró Draxler, con un control orientado de bailarín, el madrileño metió la pierna, con mármol. Su rival se fue a la enfermería minutos después. Faena completa del exfutbolista del Bayer Leverkusen, donde se ganó gran reputación en la Bundesliga. Por su tierra, donde el rastrillo pesa más que la propia cuna, algunos han dudado sin motivo, como Zidane en el primer envite con el equipo germano. Danilo, que no era descamisado en el Oporto, quizá esté por llegar; Carvajal hace tiempo que llegó.

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A hombros de Carvajal, con la escopeta de Cristiano y el Wolfsburgo a un paso del siniestro total, desamparado, incapaz de darse un respiro, el Madrid tenía el partido soñado. En quince minutos, la eliminatoria igualada y el adversario consciente de la selva en la que estaba. El guion idóneo. Pero hasta el descanso, el conjunto español digirió mal la ventaja. La situación requería la banderilla final, sin locuras. Era cuestión de que el fútbol siguiera su curso. Era demasiado pronto para administrar el marcador, pero el Real Madrid reculó, con la zaga marcha atrás y los atacantes en su órbita. Un alivio para el grupo de Hecking, que pudo resoplar y dar palique al balón. Solo Luiz Gustavo inquietó a Keylor, con un zapatazo lejano, pero el Madrid jugaba con fuego. Un gol no siempre es caro, porque muchas veces no es hijo del juego. Es cuestión de conceder la posibilidad. El Real Madrid no es un equipo tejido para contemplar, ocurre que tampoco para gobernar. Lo suyo es la caballería, la que regresó en el segundo acto, con CR al frente.

Hasta entonces, por momentos, el Madrid dio vida a su rival, se encogió más de la cuenta y no encontró salida. Bale, que hizo un lío a Vierinha en la ida, se enquistó en la otra banda y solo Benzema advertía las fugas rivales. Caído a la izquierda, el francés destapó sus esencias, que no son pocas. De vuelta del paréntesis del intermedio, el Madrid ya fue otro, lo más parecido al que había arrancado. Con otra marcha y la zaga más adelantada acorraló de nuevo a su oponente. Percutían los laterales, Casemiro hacía de guardián, Cristiano mantenía la mecha… No había ida y vuelta, con el Wolfsburgo proclive a la prórroga o la inspiración divina. No la precisa CR, que brindó con la hinchada con una falta directa, en la que enhebró la pelota entre Naldo y Guilavogui, que dejaron un boquete en la barrera. Antes, Ramos cabeceó al poste y el rebote no entró de milagro, o eso pareció.

El tercero de CR llevó el éxtasis a la grada. Solo se imponía la lógica, pero el fútbol es un motor de emociones, y no digamos la Copa de Europa en Chamartín. Benzema y Jesé forzaron a Benaglio, que respondió de maravilla ante ambos. Un gol llevaba al paraíso al Wolfsburgo, pero no hubo concesiones locales. El Real Madrid cerró la puerta, sin fisuras. Era lo que procedía, una vez que Cristiano, un huracán, ya había tirado los dados.

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Sobre la firma

José Sámano
Licenciado en Periodismo, se incorporó a EL PAÍS en 1990, diario en el que ha trabajado durante 25 años en la sección de Deportes, de la que fue Redactor Jefe entre 2006-2014 y 2018-2022. Ha cubierto seis Eurocopas, cuatro Mundiales y dos Juegos Olímpicos.

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