Aduriz castiga al Valencia y rescata al Athletic
El gol del deantero define el pase de los rojiblancos a cuartos de final
Hasta el final. Solo al final se decidió el duelo español de la Liga Europa. Un partido disputado con nubosidad variable en el fútbol, alternativo, que acabó sonriendo al Athletic por obra y gracia de la imaginación de Raúl García y la picardía de Aduriz. La veteranía salió al rescate de un Athletic que vivió a merced de un Valencia superior, abrasador mientras le duró la gasolina, y que le valió al equipo de Valverde el pase a los cuartos de final.
Como en los buenos bailes de disfraces, nadie era reconocible. Nadie podía saber que aquel grupo de futbolistas asustados, abrumados, desconcertados era el Athletic del atrevimiento, de la osadía, el galán impetuoso del fútbol que muestra sus virtudes y esconde sus defectos. Nadie podía imaginarse que aquellos tipos eléctricos, a punto de fundir los plomos del partido, generosos en el esfuerzo, asociados como nunca eran el Valencia, habitualmente apocado, desordenado y triste de la Liga, el equipo de los líos en el banquillo, en la propiedad, en los fichajes, en el hartazgo del público. En realidad, el Valencia se disfrazó de equipo atrevido, es decir, de los de buzo y chaqué, firme en la cadena de producción del fútbol pero intacto en el tacto con el balón. El Athletic se disfrazó tanto y tan bien que era imposible reconocer a ningún futbolista.
Hasta el minuto 13, solo el Athletic sabía quién era quién, quien habitaba bajo el disfraz en espera de quitarse el capirote y enseñar su verdadero aspecto. Pero el 13, como un mal fario, haciendo gala a su mitología le desnudo del todo. Un remate de Negredo lo repelió Herrerín y Santi Mina lo envió la red. A la defensa del Athletic le ocurrió el efecto suflé: apretó y se derrumbó cuando le fue a meter la cucharilla.
Al Valencia, el gol le dio la fe que necesitaba. Cuando te asaltan las dudas, un gol es como el chivatazo de la solución a los problemas. Consiguió el equipo de Neville encoger el campo de Mestalla a apenas unos 30 o 40 metros en los que se amontonaban los futbolistas, pero siempre los del Valencia llegaban antes, achicaban antes, centraban antes. Cuando el Athletic pierde la batalla de la intensidad, pierde tres cuartas partes del partido. Y en la primera parte, rindió armas. Le obligaron Javi Fuego y Danilo, cerrando los pasillos interiores y agobiando a Beñat, y tapando a los laterales rojiblancos, los mejor disfrazados del equipo: ni parecían defensas, ni parecían atacantes. En el Valencia, sin embargo, brillaba Gayà, arrasando su banda y la solidaridad de todos los centrocampistas para convertir Mestalla en un campo de futbito.
El gol de Santi Mina minó la psicología del Athletic y elevó la autoestima valencianista. Suele ser así. Necesitaba el Valencia ese gol para tocar el cielo. Y lo tocó cuando Santos aprovechó la desconexión defensiva del Athletic para cabecear a placer, entre cuatro rivales, un centro de Santi tras un córner. Definitivamente, el Valencia jugaba a otro voltaje que el del Athletic. Se diría que el equipo de Neville circulaba por una autopista bien iluminada y el de Valverde por una comarcal oscura y mal asfaltada. Además, un pinchazo le obligó a Muniain a bajarse del coche. Susaeta ocupó su lugar y Balenziaga, disfrazado de futbolista agotado, lo agradeció.
La vida le sonreía al Valencia, a sabiendas de que aquel ritmo infernal no podía ser eterno, pero dicen las leyes del fútbol que se corre más cuando vas ganando que cuando vas perdiendo, que se sufre menos y se disfruta más con el esfuerzo. A fin de cuentas, el Athletic solo había aportado un remate de Laporte, con la derecha, que repelió Ryan en un acto reflejo de mucho mérito.
Y el Valencia pagó el esfuerzo. Y entonces suele ocurrir el homenaje a los pasos perdidos, a los goles fallados, a los anotados y a las ocasiones que no se olvidan. Andaba el Athletic digiriendo una ocasión fallada por Gayà cuando el Athletic tocó el balón cuatro veces seguidas, cierto que una de ellas dio en el brazo de Susaeta antes de caer a los pies de De Marcos, cuyo centro lo tocó de tacón Raúl García para que... Aduriz lo enviara a la red a botepronto. Aduriz, siempre Aduriz, bien amarrado hasta entonces por los centrales, bien controlado por los vigilantes hasta entonces, pero ahí se escurrió hacia el área pequeña porque se entiende con Raúl García con la mirada. Ya no había disfraces. Ya era cada uno tal cual es. Y, sí, al Athletic le tocó resistir, con cinco defensas (San José se incrustó entre los centrales), entregando el balón. Y llegaron los pasos perdidos. Se acordaba el Athletic de aquella ocasión fallada por Aduriz en el descuento en San Mamés y se acordará Mestalla del paradón de Herrerín a un cabezazo a bocajarro de Alcácer. Y para que la emoción fuera completa, el partido murió cuando coincidió el silbato final del árbitro con un empujón a Susaeta en el área. El Athletic celebró el final sin importarle el penalti. Tanto tiempo eliminado, bien valía un silbato...
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