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Un Madrid de consolación

Acostumbrado al apocalipsis, el equipo tiene ahora una buena excusa para desintegrarse de una vez por todas.

Manuel Jabois

Al clásico más desangelado respondió el peor Madrid posible, lleno de jugadores que siempre tienen a mano la promesa de esos viejos conocidos que te dicen que hay que verse. Esa loca expectativa de los clásicos empezó a demolerla el Madrid temprano con un comportamiento cansino, apático y fuera de lugar. Lo devoró el Barça como los leones a sus piezas, primero con suavidad y luego entrando al fondo de las tripas, desguazando el último mecano del Madrid. Lo hizo con paciencia de cirujano sabio, sin prisas, con un once que lo primero que hizo en el Bernabéu fue plantarse ordenado en el campo, que fue más de lo que hizo el Madrid, que se plantó del revés.

El partido supone un delicadísimo punto de inflexión en la temporada del Real. Relacionado no con el juego sino con la psicología. Aspectos que tienen que ver con las relaciones del vestuario, con el asentamiento del técnico, con el desánimo y el cansancio anímico con que el Madrid salió al Bernabéu a hacerse un harakiri monumental ante una afición pasmada. Fue un equipo roto que salió a jugar una final de consolación.

Durante los últimos 10 años se repitió como una letanía en el Bernabéu que Lionel Messi era el terror y el primer culpable de todas las desgracias (desaparecido Ronaldinho): la llave maestra y el genio que levantaba la lámpara del juego maestro del Barça. Sin Messi, el Barcelona le colocó al Madrid tres goles en su cara en 50 minutos, con Suárez rematando todo el rato ante una defensa ensimismada y aturdida. Un equipo, el Madrid, que salió del túnel con la derrota pintada en la frente.

Fue el peor Madrid y el Barça más afortunado, un Madrid al que se le encasquillaron las balas que nunca tuvo y un Barça que después del primer gol destapó el tarro, abrió el balón y masacró al Madrid con una arrogancia que convirtió al mismo equipo de la victoria al PSG en lo que realmente fue entonces: un baño del rival, una danza asesina de la que el Madrid salió indemne contra el Paris St. Germain y depilado contra el Barça, apalizados todos como no se recuerda. O sí, peor: sí se recuerda.

La goleada deja todo temblando una vez más. Acostumbrado al apocalipsis, el Madrid tiene ahora una buena excusa para desintegrarse de una vez por todas. Se avecinan tiempos divertidos: va a sonar para el banquillo cualquier cosa que se ponga por delante. El único refugio del madridismo es noviembre, cuando aún está todo por hacer. Pero no va a escapar de media liga perdida y un golpe monumental que ha dejado todo abierto y descosido, como los frankenstein a medio acabar.

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Sobre la firma

Manuel Jabois
Es de Sanxenxo (Pontevedra) y aprendió el oficio de escribir en el periodismo local gracias a Diario de Pontevedra. Ha trabajado en El Mundo y Onda Cero. Colabora a diario en la Cadena Ser. Su última novela es 'Mirafiori' (2023). En EL PAÍS firma reportajes, crónicas, entrevistas y columnas.

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