Solía ser un pez gordo
Hay historias a las que el final feliz les llega tarde, y se sabe al cabo de años. En el fondo, acabaron de vísperas, mientras algunos creíamos que aún faltaba lo mejor. Cuando Jorge Lorenzo cruzó con agonía la línea de meta del último gran premio, y se proclamaba campeón del mundo de MotoGP, tuvimos la impresión de que la fiesta para celebrar el título había finalizado hacía horas, incluso días. Es una sensación conocida. Ya saben de qué les hablo. Todos hemos llegado tarde a una fiesta, y cuando abrimos la puerta, nos encontramos la música apagada, las botellas tumbadas y vacías, la gente en el suelo durmiendo la mona con las camisas por fuera, y varias hileras de ropa interior abandonada que, si las seguimos, conducen a los dormitorios, donde es tan tarde que ya nadie hace el amor porque ya se hizo todo.
En Sepang, hace dos semanas, habían ocurrido cosas tan horribles y fascinantes que si no se repetían en Cheste el título iba a despertar una de esas alegrías inmensas que apenas se diferencian de la tristeza. No se repitieron. Lorenzo corrió todo el tiempo en primera posición, Márquez continuamente en segunda, Pedrosa en tercera, y Valentino Rossi siempre por detrás de los tres. Entremedias, no se registró ni siquiera un milagro. La emoción radicó en averiguar si el gran premio carecería de emoción hasta el final. El italiano tuvo una carrera vagamente plácida. Al alcanzar la cuarta plaza se sentó a rezar para que Márquez y Pedrosa doblegasen a Lorenzo, aun a riesgo de que provocasen su caída. Pero siempre pasa lo que sucede, y eso a veces significa que no ocurre nada.
La esperanza de Rossi recordaba mucho a Los violentos años 20. Humphrey Bogart, en el papel de George Gally, se da cuenta de que puede acabar con su enemigo, el gánster Eddie Bartlett, esperando a que lo asesine un tercero, interesado también en que Bartlett desaparezca del mapa. “Si tienes algo que hacer —afirma Bogart— deja que lo hagan otros”. Es una gran frase, de aplicación más allá del hampa. La diferencia es que los terceros en los que confiaba Rossi para que le regalasen el mundial no eran los enemigos de Lorenzo; eran los suyos propios. Los moldeó a conciencia durante la temporada, con patada a Márquez incluida. Me temo que no actuó como cabe esperar de un viejo zorro. En el momento de la verdad, cuando quiso que sus enemigos le hicieran un favor delicado, estos optaron por no meterse en líos. En último término, el motociclismo no va de motos, sino de la vida.
Rossi no fue Bogart, que sí se salió con la suya. A quien sí se parece Valentino, que no supo admitir la derrota, es a Eddie Bartlett, que después de ser un gánster irreductible, cayó dando tumbos por la escalera de una iglesia tras recibir varios disparos. Segundos después moría en los brazos de la mujer que lo amaba, que pronuncia la última frase de la película: “Solía ser un pez gordo”. Exactamente igual que Rossi.
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