López gana el oro en los 20 kilómetros marcha
El marchador murciano se impone magnífico en la prueba de 20 kilómetros consiguiendo el primer oro para el atletismo masculino español desde 1999
“Llegaste tú”, le escribió su novia, Daniela, en una medalla de oro que en forma de pequeño pergamino cuelga del cuello de Miguel Ángel López, quien cruza la meta y la besa, enamorado. A su lado, también diminutas, cuelgan y golpean su pecho a cada paso veloz una medalla de bautizo y una cruz de Caravaca a la que le falta un brazo y que así, rota, es su amuleto. Llegó López, de Llano de Brujas (Murcia), a Pekín y, como sabía con íntimo convencimiento, después de 20 kilómetros de marcha elegante y serena, ganó otra medalla, otro oro de peso al que deberán abrir hueco los oros tan sentimentales que ya brillan en su pecho. También en ella el atletismo español agradecido podría pedir que inscribieran la misma ansia, “llegaste tú…”. Es el segundo oro de España en los 20 kilómetros marcha, el primero desde el de Valentí Massana en Stuttgart 1993. El primero de todo el atletismo masculino español en un Mundial desde el maratón de Abel Antón en Sevilla 99.
Bromeaba Miguel Ángel López unos días antes y prometía que Pekín no sería Zúrich, donde hace un año ganó el campeonato de Europa en un agónico sprint mientras su entrenador, el volcánico José Antonio Carrillo, masticaba orfidales. “Este año ganaré más fácil”, dijo. “No quiero hacer sufrir tanto a la gente”. Fiel a su palabra, a su seriedad infinita de chico bueno siempre bien peinado, López, de 27 años recién cumplidos, no esperó hasta los últimos 100 metros para desembarazarse del último chino que se le resistía, sino que al toque de campana que anunciaba el último kilómetro abandonó las espaldas anchas de Zhen Wang, el medallista de bronce olímpico, que le aspiraban y atraían como un imán y salió disparado a por la medalla que quería, que sabía que ganaría. Entró solo en el estadio como soñaba y levantando el puño victorioso para intentar expresar mínimamente su placer único: “He podido saborear el final y encima he ganado con mi mejor marca personal”. Ganó con un tiempo de 1h 19m 14s, 15s después llegó Wang, segundo, y 43s más tarde el sorprendente canadiense Benjamin Thorne, bronce. “Dada mi trayectoria, mi bronce en el anterior Mundial, mi oro europeo, no me planteaba más que ganar. No me conformaba con otra cosa que no fuera ganar, porque si te conformas de antemano nunca puedes llegar al máximo. Si quieres ganar no puedes empezar con excusas”, dijo el nuevo campeón del mundo, quien a los 20 años ya fue campeón de Europa sub 23. “Para mí, intentar ganar es lo normal”.
La cadena de la marcha no se detiene
La pedanía murciana de Miguel Ángel López, Llano de Brujas, está a apenas dos kilómetros de la de Alejandro Valverde, Las Lumbreras, y cuando el marchador hace trabajo en cuesta cerca del chalet del ciclista a veces se encuentra con este que le adelanta y le anima. Valverde era hasta el domingo el campeón murciano por excelencia, título que deberá compartir al menos con López, quien, sin embargo, cuando era un chaval, no vibraba con las carreras ciclistas, sino viendo a los marchadores españoles triunfar en las competiciones. “Y supongo que este título mundial sea una motivación extra para los demás marchadores españoles, para los jóvenes, que seguro que viéndome cazar al chino habrán experimentado el mismo subidón que experimentaba yo viendo a Massana o a Plaza”, dice López, quien también habla de los dos jóvenes de la escuela de José Antonio Quintana en Madrid, Álvaro Martín, de 21 años, y Diego García, de 19, que también tomaron parte en la prueba y acabaron ligeramente decepcionados con su actuación (Martín terminó 17º y García, 30º), pero también contentos por ver cómo ganaba su compatriota. “Diego y Álvaro son dos grandes campeones, pero necesitan tiempo, como lo necesité yo”.
Martín, de Llerena (Badajoz), es reflexivo y analítico. Lamenta que una prueba que llevaba perfecta para acabar entre los 10 primeros, su objetivo, se torciera a falta de tres kilómetros, pero se muestra orgulloso de que otro español la ganara. “Miguel Ángel no so es el mejor campeón del mundo, sino que es también una buena persona que nos ha demostrado que el que quiere conseguir algo puede lograrlo si lucha por ello, y eso es un extra de motivación para Diego y para mí, que somos aún muy jóvenes”, dice Martín, que ha mejorado en siete puestos su actuación en Moscú 2013. “Entre la generación de López y la nuestra hay un hueco de seis años, una generación perdida, y eso pesa en nuestra contra”.
García, campeón de Europa y subcampeón del mundo júnior, tiene un estilo único. Marcha con un swing musical, rítmico, hermoso de contemplar –“aunque lo de hoy no ha sido muy swing que digamos”, dice—y vivió la prueba, la primera salida con los mayores, con chinos y australianos y ecuatorianos, no con rusos, que se quedaron castigados en casa, como un choque con la realidad del que salió un poco extrañado. “Estaba acostumbrado a que me saliera todo bien y es la primera vez que algo me sale mal, y me tendré que ir acostumbrando”, dice el madrileño nacido en 1996, el más joven de todos los participantes y cuyo ídolo es Chuso García Bragado, quien a los 45 años, una edad para ser su padre, aún sigue en activo dando guerra. “pero, de todas maneras, lo importante es haber coincidido en la carrera que ha hecho campeón a Miguel Ángel, quien ya era nuestro faro, nuestro referente, y que ahora nos ha demostrado que no hay imposibles. El camino está marcado en España. En marcha no estamos a años luz de los mejores, como en otras especialidades”.
En la banda, manejando los hielos, machacándolos ante la mesa de avituallamiento como para hacer mojitos, Carrillo aparentaba estar más tranquilo que de costumbre y ni siquiera tiraba de ansiolíticos químicos para encontrar la calma, aunque le rodeara la impaciencia, el deseo de que lo que estaba escrito de antemano se cumpliera. Brillaba el sol, los árboles que sombreaban el circuito se agitaban movidos por una brisa fresquita y a las 8.30 la temperatura era agradable, 23 grados, y la humedad no excesiva, 67%. Unas condiciones demasiado buenas para su gusto. “Dureza, queremos dureza”, exigía el entrenador, el padre deportivo de López, quien tenía escondida una preocupación: el jueves su chico hizo un entrenamiento muy largo y duro y se olvidó llevar una toalla, por lo que no se secó el sudor. Regresaron andando al hotel y el sudor se enfrío y se resfrió el marchador, que se levantó acatarrado el viernes, su nariz una fábrica mucosa. Santiago Pérez, el responsable nacional de marcha, lo sabe, y también lo sufre. Y sufre de impaciencia cuando ve, vuelta tras vuelta, que los atletas marchan agrupados, pues desea que se estiren y los jueces puedan observar las irregularidades de los que corren. “Es que en grupo no se puede observar nada”, lamenta. Y nadie parece escucharle. Pasan los kilómetros y ni los chinos temidos, ni los japoneses, que se esconden porque su figura Suzuki está lesionada (y no tardará en abandonar), parecen dispuestos a acelerar el ritmo.
A veces, en los entrenamientos, Carrillo se mosquea con López y amistosamente discute con él. “Le veo tan sereno, tan imperturbable cuando le mando series duras que da la impresión de que no da el máximo. Y yo se lo digo, y le exijo, venga, podías haberlo hecho dos segundos más rápido”, cuenta el entrenador que en Cieza ha creado una de las mejores escuelas del mundo y que hace 10 años ya había ganado una medalla de bronce con Juanma Molina. “Y él me contesta que no, que aunque no lo parezca sí que va al máximo”. “Y claro que sufro aunque no lo parezca, sufro mucho”, dice López, quien, en efecto, cuando los chinos finalmente, entre vómitos y carreras, se desatan marcha extrañamente sereno, imperturbable, y seguro. Es pura apariencia, claro. “Se trata de saber estar”, dice López, que une su nombre al de los grandes que han hecho de la especialidad el granero de campeones en España: Marín, Llopart, Massana, Chuso García Bragado, Plaza… “Lo importante es la psicología. Yo antes fallaba por la cabeza, pero he trabajado ese aspecto y he convertido mi flaqueza en mi mayor fuerza”. Y saber estar significa ver al chino Wang acelerar y marcharse mientras sus compatriotas pinchan, y oír voces alrededor que dudan de su capacidad, y mantenerse tranquilo y poco a poco, sufrir y alcanzarlo. “Me dejé la vida en los últimos cinco kilómetros y cuando le alcancé resistí otro cambio suyo y me reservé para la última vuelta”, dice. Y cuando sonó la campana y el chino se paró un segundo para coger un botellín de agua, López aceleró definitivo. “Me volví y ya vi que no me seguía y ya me he visto arriba”.
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