Ni toda Kenia unida puede con el imbatible Farah
El británico consigue su segundo Mundial de 10.000 metros con un devastador final que acaba con las esperanzas kenianas
Definitivamente, algo ha cambiado en Kenia. El país del valle del Rif cuenta con el mejor lanzador de jabalina del mundo y con dos extraordinarios especialistas de 400m vallas, pero, disputados el maratón y el 10.000m, pruebas caras a su corazón y a su habilidad extraordinaria, aún no han ganado ninguna medalla de oro en Pekín. En maratón les derrotó la desidia de sus figuras, Kimetto y Kipsang, que abandonaron; en los 10.000, donde por primera vez en muchos años corrieron como un equipo, les ganó el habitual Mo Farah, quien en una noche cálida y ruidosa –rítmicos tambores acompañaron las zancadas de los fondistas—, y tras una carrera rapidísima (27m 1,13s, su tiempo, el segundo 10.000 más rápido de todos los Mundiales) prosiguió la racha de victorias iniciada en los Juegos de Londres con paradas en los Mundiales de Moscú y en los Europeos de Zúrich. Solo la plata del Mundial de Daegu 2011 es una sombra en un historial de triunfos iniciado en los Europeos de Barcelona 2010 que le ha convertido en el heredero natural de Haile Gebrselassie y de Kenenisa Bekele y, además, inevitablemente, en sospechoso.
Como su entrenador, el cubano-norteamericano Alberto Salazar, no despierta muchas simpatías en el atletismo mundial, sobre todo después de que un informe de la BBC reflejara que supuestamente había inducido al dopaje a uno de sus atletas, Galen Rupp, a la tierna edad de 16 años, los románticos del atletismo, unos cuantos, soñaban con que el último gran keniano llegado a las pistas, Geoffrey Kamworor, de 22 años, acabara con su reinado. Kamworor gusta porque es campeón mundial de Cross y de medio maratón y pese a eso no desprecia el tartán como algunos de sus mejores compatriotas, que huyen al más lucrativo maratón. Y Kamworor asumió el desafío a manos llenas.
Contaba Mirus Yifter, un etíope campeón olímpico en Moscú 1980, que la mejor forma de acabar con los atletas de rápido final es cansarlos durante las 25 vueltas con constantes cambios de ritmo, acelerones y frenazos, para que llegado un momento su organismo no sea capaz de tamponar el ácido láctico que obligatoriamente termina paralizando sus piernas. Una versión reducida de tal táctica la practicaron los tres kenianos en la pista. A relevos marcaron entre Kamworor, Tanui y Muchiri un ritmo tan elevado (2m 42s el kilómetro casi metronómicamente) como inútil, pues le faltó el cambio y le sobró la regularidad. Fue un ritmo en el que Farah, uno que corre los 10.000m en 26m 50s, se encontraba tan a gusto como San Lorenzo en su parrilla, el que decía a sus martirizadores que le dieran la vuelta pues su carne ya estaba muy hecha por un lado. Similarmente Farah de vez en cuando se acercaba a la cabeza y casi como sin querer aceleraba por delante de Kamworor, lo que, para regocijo del británico, desconcertaba y picaba al keniano, que insistía en seguir marcando el ritmo. Corriendo así, a tal velocidad, la carrera se redujo de los 27 corredores que la iniciaron a una pugna simbólica y real entre cinco, los tres kenianos y los dos muchachos de Salazar, Farah y Rupp, que le echó una mano cuando lo precisaba.
A 500m del final Farah decidió que se había acabado la historia. Cambió en la curva y esta vez Kamworor no pudo replicar. Imparable (Farah es uno de 3m 28s en los 1.500m), tras un último 1.000 de 2m 27s y un 400m en 55s, el británico voló hacia la victoria y hacia su discurso reivindicativo en la sala de prensa. “No ha sido un año muy fácil, la verdad, y esta victoria significa muchísimo”, dijo Farah, residente en Oregón (EE UU), quien, después de un baño en agua helada y una buena cena de recuperación comenzará a pensar en el 5.000m, la carrera que también suele ganar en Juegos y Mundiales. “Además, este oro me convierte en el atleta británico que más medallas para su país, y hacer historia es magnífico. Le dedico la victoria también a mi mujer, que vuelve a estar embarazada, y a mis tres hijos”.
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