Jordan Spieth ya va camino del Grand Slam
A los 21 años, el golfista de Texas gana el Open de Estados Unidos dos meses después de imponerse en el Masters
Cuando terminó su ronda el sábado, su caddie le dijo a Jason Day: “Tío, esto ha sido épico, la mejor ronda de golf que he visto en mi vida. Algún día harán una película de esto”. Day, tambaleándose por un ataque de vértigo que le impedía doblar el cuello y mirarse la punta de los zapatos, había logrado con una tarjeta de 68 golpes (incluidos cinco birdies en los segundos nueve hoyos) compartir el liderato con Jordan Spieth, Dustin Johnson y Branden Grace. La víspera, el viernes, el vértigo, acrecentado por el alucinante trazado del campo de Chambers Bay, montañas rusas de arena, piedras sueltas y hierba de tonos marrón-verdáceos, había derrumbado al australiano, que se pasó varios minutos caído en el suelo mientras el cielo giraba sin sentido por encima de él. Después de terminar el domingo el 115º Open de Estados Unidos, la batalla de Day, quien no pudo mantener el ritmo, debería convertirse sin más en una subtrama de la pretendida película, cuyo guión, cuyo protagonista, será quizás menos dramático, más aburrido, pero no menos grande, pues fue Jordan Spieth, el mismo chaval de Texas que ganó hace dos meses el Masters de Augusta, los mismos pantalones blancos y su soso niqui azul, quien finalmente alzó la copa de la victoria. Desde 2002, desde el mejor Tiger Woods, ningún golfista ganaba los dos primeros grandes del año, manteniendo, así, en junio, la ilusión de que el Grand Slam puede caer; desde hace 93 años, desde Gene Sarazen, uno de los más grandes de la historia, ningún golfista tan joven (Spieth cumple 22 años en julio) tenía ya dos grandes en su recibidor.
Próxima etapa, el Open en Saint Andrews (al sur de Edimburgo, junto al mar del Norte, en Escocia), el campo links (páramos al borde del mar con poca vegetación y greens que parecen patatas fritas de bolsa por sus ondulaciones) que sirve de referencia a todos los links que se construyeron después, incluido Chambers Bay, que es como un decorado cinematográfico levantado sobre una antigua cantera de arena y piedras junto al Estrecho de Puget, junto a un Pacífico de aguas tranquilas como las de un embalse.
Eran casi las cuatro de la mañana en España, nueve horas menos en el estado de Washington, en la punta noroeste de Estados Unidos, más allá del far west, esas praderas tan lejanas a las que nunca conseguían llegar los vaqueros de las películas, cuando Spieth consiguió el birdie en el 18 que finalmente le daría la victoria. El sol caía ya y la sombra que proyectaba su cuerpo se alargaba hasta cruzar todo el green.
este es un buen comienzo para dejar mi huella en la historia de este deporte”
Él aún no lo sabía, y tenía razones para dudar: marchaba primero con un golpe de ventaja pero aún tenía que llegar a ese 18, un par cinco que jugaba corto, el bombardero Dustin Johnson, quien seguramente lograría un fácil birdie para empatar y obligarles a ambos a jugar el desempate a 18 hoyos el lunes. En el golf hay ocasiones, y los poetas las agradecen pues les inspiran, en las que un solo hoyo, o dos, resumen una vida, una personalidad, dan sentido a un cuadro. En el hoyo 17, un par tres, Spieth, quien marchaba líder con -6 y tres golpes de ventaja sobre Johnson, hizo un doble bogey; un cuarto de hora después, Johnson, que jugaba el último partido con Day, respondió con un birdie. Los dos llegaron al 18 con -4 (y empatado con ellos Louis Oosthuizen, quien esperaba ansioso en la casa club): el Open que hacía nada parecía decidido tendría un último hoyo que le habría gustado filmar y montar a Hitchcock. O a John Ford, un duelo entre dos John Waynes, el contenido del Hombre tranquilo, que sería el Spieth quien nunca pierde la calma acompañado de su fiel caddie Michael Greller; y el fogoso de Centauros del desierto, el impaciente Dustin Johnson.
Bien guiado por Greller, el maestro de matemáticas que vive en el pueblo de al lado y que se había casado dos años antes en el mismo campo de Chambers Bay, y que más que un caddie parece para Spieth una mezcla de padre y sabio profesor, el tejano logró el birdie en el 18. Menos cinco y líder, a falta de Johnson. Este jugó perfectos los tres primeros golpes del 18. En el putt decisivo, entre su bola y el hoyo, y el birdie que le debería conceder el empate había poco más de un metro. Disparó antes de tiempo y la bala, la bola, pasó increíblemente rozando el blanco, un agujero en el que se negó a entrar. Es el cuarto grande que Dustin Johnson pierde en los últimos hoyos.
Hace 60 años, se sabía que se acercaba el Open de Estados Unidos porque todas las revistas de golf empezaban a repetir titulares del tipo: ¿Podrá al fin Sam Snead ganar el grande que le falta? Snead, otro de los más grandes, nunca llegó a ganar los cuatro grandes aun en años diferentes, un logro solo conseguido por Sarazen, Ben Hogan, Jack Nicklaus, Gary Player y Tiger Woods. “Esos nombres son los de los más grandes jugadores de la historia del golf, y, evidentemente, yo no estoy entre ellos aún”, dijo, modesto, Spieth, quien ya ha ganado solo en premios 18 millones de dólares en su corta carrera. “Pero evidentemente este es un buen comienzo para dejar mi huella en la historia de este deporte”.
En el siglo XXI, Sam Snead se llama Phil Mickelson, ganador de los otros tres grandes (Masters, Open y PGA) y seis veces segundo en el Open de su país. El año próximo junto al habitual ¿será 2016 el año de Mickelson?, y el añadido ¿volverá a ser Tiger Woods un tigre?, habrá que sumar algo referente a Spieth, el discreto chaval que a los 21 años va camino del Grand Slam. ¿Cuál será el titular previo? Habrá que esperar.
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