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Este golf ya no es el suyo

Mala primera jornada de Olazabal y Jiménez, que tendrán que sudar mucho el viernes para pasar el corte

Carlos Arribas
José María Olazabal, de rosa chicle, encabeza su grupo de juego en la calle del primer hoyo de Augusta.
José María Olazabal, de rosa chicle, encabeza su grupo de juego en la calle del primer hoyo de Augusta.BRIAN SNYDER (REUTERS)

El golf es un deporte en el que expertos de pelo blanco, trajes de raya diplomática y boca triste disertan en televisiones mudas sobre deportistas que cuando acaban de jugar corren a coger sus bebés en brazos y a besar a sus rubias esposas. Los aficionados lo observan todo con los ojos turbios de cerveza y la mirada salaz clavada en los culos y los escotes de las camareras del Hooters vecino. Esta, el desmadre muy controlado de los miles de espectadores que aprovechan la semana del Masters para romper su rutina, es la única transgresión visible en un deporte que en vez de crear ídolos juveniles parece empeñado en generar personajes ñoños, sin compasión ni respeto. Al juego se prestan igual Tiger Woods, el jugador negro que llegó para liderar la revolución y que cuando ya huele los 40 prefiere la imagen de padre de familia que la de deportista egoísta y campeón que Bubba Watson, ganador de dos de las tres últimas chaquetas verdes y que, desde su altura y su fuerza zurda, hace no solo creíbles sino inevitables a los personajes esos que definió De Quincey, esos que consideraban más pecado faltar a misa los domingos que matar a un semejante. Desde el mismo Hooters, enmarcados en fotografías de época, los campeones de la edad de oro del golf, el mismo Arnold Palmer con el cigarrillo en la boca y mirada matadora de Elvis Presley, recuerdan lo que fue un deporte con una carga sexual tan grande casi como las caderas de James Brown, nacido en Augusta en una casa de putas, y muerto como padrino del soul. De Arnold Palmer nadie se preguntaba si tenía mujer e hijos, ni nadie, quizás, lo deseaba, mataban el ideal del jugador.

 En este universo pasteurizado que tan bien representa el campo de Augusta, más un jardín que una cancha, la transgresión también puede llamarse José María Olazabal, quien es el de casa, la inapagable llama de su pasión aparentemente incomprensible, su admirable empeño, indomable a los 49 años, para luchar, la cabeza echada hacia adelante, la zancada amplia y rápida como la de quien carga contra un obstáculo invisible, en un mundo que ya no es el suyo, que empezó a escurrírsele entre los dedos cuando enterraron los drivers de madera y cualquier atleta podía sacarle 50 metros y ganarle en precisión con las maderas de carbono y titanio. Cuando murió el toque.

Hace nueve años que Olazabal, ganador de dos chaquetas verdes, no puede con el par del campo de Augusta, y los 79 golpes (+7) con los que terminó la primera ronda convierten en quizás optimista su objetivo de pasar el corte. Es su peor tarjeta en Augusta desde la tercera ronda de 2004.

Feliz cumpleaños, Seve

Severiano Ballesteros habría cumplido el jueves, 9 de abril, 58 años, y, avanzada la tarde luminosa dos golfistas hicieron recordar al desaparecido genio cántabro, uno por español e inspirado, Sergio García; el otro, por joven y precoz, el estadounidense Jordan Spieth, quien, antes de cumplir los 22 años, hizo la mejor ronda del día, 64 golpes, que le colocan como líder destacado.

Sergio García fue el mejor español. Al cierre de esta edición, cuando había embocado un par en el hoyo 16, el jugador de Castellón marchaba sexto con -4, un resultado espléndido que debía, como le habría gustado a Seve, a un par de toques mágicos con su juego corto. Uno de ellos, un putt complicado desde el borde del precipicio que es el green del 10, le sirvió para salvar el par en uno de los hoyos más complicados del Augusta National Golf Club. Con el otro, un globito desde el rough del green del 14 logró un extraordinario birdie, inesperado después de lo que le había costado llegar allí con los hierros largos.

Antes de que Tiger Woods (quien tuvo un regreso “extraño”, como repetían los comentaristas televisivos y acabó con +1) reventara su marca, Ballesteros había sido el más joven ganador del Masters, justo al cumplir los 23 años. El año pasado, Spieth, tejano de Dallas, educado en los jesuitas, callado y sencillo, a punto estuvo de ganar el Masters antes de cumplir los 21, lo que habría privado a Woods de uno de sus motivos de orgullo. Terminó segundo tras el zurdo Bubba Watson, y lo hizo como dejando la puerta abierta a su regreso, que ayer hizo a lo grande. Sus 64 golpes de ayer son la segunda mejor primera ronda de la historia, tras los 63 que no le permitieron a Greg Norman ganar en 1996.

En el hoyo nueve su golpe de salida se fue a la derecha, entre los pinos enfermos de tanto riego. Su segundo golpe, de apaño, le dejó aún a 100 metros del green, que se elevaba en la distancia, con la pendiente de un puerto de montaña. El tercer golpe botó en el green, pero retrocedió maligno y acelerado hasta el pie del talud. Desde allí, el cuarto golpe del golfista de Hondarribia, un chip delicado, partió sutil y aparentemente preciso, pero volvió a quedarse corto y la bola, tan tozuda como el jugador de granito en el juego de voluntades, retomó el camino de descenso por un green que parecía de cemento y no de suave hierba bent hacia la casilla de partida. Finalmente el jugador cedió, tiró para adelante y logró salvar la situación con un doble bogey, que se sumaba a los bogeys en los dos pares tres de los primeros nueve y al del hoyo siete para terminar los primeros nueve con +4. Y no fueron +5 porque casi tres horas antes, cuando el calor aún no asfixiaba ni los greens habían empezado a cocerse, Olazabal había comenzado la jornada con un birdie, un gigantesco putt, 10 metros si no más, en el primer hoyo lanzado con decisión y temple. Fue el único chispazo de genio de un día que terminó, cinco horas de deshidratación más tarde, con un nuevo doble bogey en el hoyo 18, el primo hermano del nueve.

En el calor húmedo, tan pegajoso como un lapo, que invadió tropical el bosque de Augusta también se fundieron las esperanzas de Miguel Ángel Jiménez, transgresor de puro habano y vasito de escocés con dos hielos y, como Olazabal ,jugador de toque y juego corto, perdido en un campo de pegadores, quien quizás batió el récord negativo de los segundos nueve hoyos del Augusta National Golf Club vestido de Masters. Después de terminar al par los primeros nueve, en el camino de vuelta que pasaba por el Amen Corner, donde el clásico de jazz decía que había que gritar y los golfistas que acuden al Masters como quien entra en una catedral de pinos prefieren rezar para salir indemnes del encadenado de los hoyos 11, 12 y 13, un largo par cuatro, un tres y un cinco. Jiménez, quien a los 51 años ya ha visto de todo en la vida, no debió de rozar lo suficiente pues encadenó, uno tras otro, un bogey, otro bogey y un doble bogey en el acuático 13, par cinco. En los primeros hoyos de los segundos nueve hizo +7. Solo un birdie en el 16 endulzó la amargura de terminar con 78 golpes (+6). "Ha sido un cúmulo de circunstancias negativas. He jugado como apajarado. No me han funcionado los hierros. No me he dado tiempo para pensar y se me ha ido el santo al cielo", dijo el malagueño. "pero estoy tranquilo. Sé que si le juego bien al campo y le saco un bajo par, paso el corte. Si no, tendré un week end off, pero no se acaba el mundo".

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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