El primer clásico
Cuando éramos pequeños Cataluña era independiente. Sabíamos de ella porque el nombre del estadio era en catalán, un idioma que a los gallegos nos sonaba a un continente tan lejano como el continente en que se hablaba gallego. De repente el Madrid dejaba de viajar a una cosa tan burgalesa como El Plantío para irse directamente al Camp Nou, que sonaba a Gelsenkirchen. Un amigo estaba obsesionado con la idea de que Cataluña estaba al otro lado del muro de Berlín.
Yo recuerdo que el primer clásico que vi en un bar salí de casa entre susurros de "qué mayor está, que ya se atreve con Cruyff sin su papá delante". Nos enviaron a los bares de los primeros clásicos como a soldados bañados en colonia y un día nos devolvió Romario como si nos hubiese atropellado un tren. Hubo un momento del Dream Team en que mi padre prefirió que saliese con malas compañías antes que ver a Pep: "¿No te sale mejor ir al poblado?". De entonces sobrevive un ritual: no repito bares en que se producen derrotas ni tampoco amigos, con los que dejo de quedar de forma fulminante. Durante el sextete aproveché para preguntar "¿quedamos para el clásico?" a un familiar muy pesado o una novia que no sabía cómo dejar mientras veía de reojo en la tele a Juande dando instrucciones a Palanca en Valdebebas.
El fútbol, con sus bajezas, sigue siendo el deporte que más se parece a nosotros
Entonces los clásicos se llamaban Madrid-Barça o Barça-Madrid. Cuando el partido empezó a llamarse clásico se produjeron algunos desajustes. Un amigo decía a veces “el mítico”: "Dónde vamos a ver el mítico". Espero que fuese el mismo amigo que el del muro de Berlín, porque sino menuda pandilla. El Madrid era nuestro equipo por una de esas cosas que el universo impone, como la ley de la gravedad. Yo recuerdo saberme el nombre de los tres barcelonistas del pueblo, por ejemplo. Barcelona estaba tan lejos que dudábamos de si Milla se adaptaría o no a los horarios y la comida de Madrid. No sabíamos que mientras Barcelona se ponia a tres horas de Madrid en Ave nosotros nos quedábamos a seis: de día estábamos más cerca de poder ir a un partido a La Bombonera que al Calderón.
Mi ritual es no repetir bar ni compañía si el Real Madrid pierde
El fútbol, con sus bajezas, sigue siendo el deporte que más se parece a nosotros; el que se permite engañar a la justicia y celebrarlo con euforia. El Madrid aspira a iniciar su Liga maragata, como aquel personaje de Valle que empezaba el cortejo haciendo el amor y terminaba con un orgasmo vestidos los dos hasta el cuello, pasando las cuentas del rosario. Cataluña ya no es independiente y hemos vuelto de los bares a casa, y en todo ese proceso el Madrid sigue sin moverse: arde por los dos extremos y no durará toda la noche, como la poeta, pero produce una luz extraordinaria. Como las grandes hogueras, que ya da igual lo que arda dentro.
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