El regreso del héroe local
La vuelta de Garnett a los Wolves es un consuelo para quien crea que debe haber una conexión entre jugador y equipo
El mes pasado Kevin Garnett hizo valer una de las cláusulas de su contrato para abandonar a los Brooklyn Nets rumbo a Minnesota. En un momento de máxima ebullición del mercado, con prácticamente todos los directivos de las franquicias viéndoselas y deseándoselas para soportar la tensión acumulada, el traspaso pasó bastante desapercibido. Peculiar cuando menos, teniendo en cuenta que hablamos de todo un 15 veces All-Star, MVP de la temporada 2004 y el jugador en activo mejor pagado de la historia (323 millones de dólares frente a los 160 de Pau Gasol, noveno en esa clasificación).
En cierto sentido el poco interés parece razonable. Aunque Garnett sigue siendo eficaz —este año ha contribuido en más victorias por partido que Nene Hilario, Dirk Nowitzki o Josh Smith— probablemente esté demasiado mayor como para tener un impacto significativo en el devenir de cualquier equipo. Otra cosa es lo que pueda suponer para el orgullo de los aficionados de los Timberwolves.
Garnett encaja con la idiosincrasia local y su presencia sirve de contrapeso a la juventud de Wiggins y la rutilancia de Ricky.
Cuando era pequeño yo iba con los Kansas City Royals. Era el equipo de mi ciudad y, al menos en mi cabeza, sus jugadores nos representaban. Eran de Kansas. O, como mínimo, debían de haber ido al instituto allí. Luego descubrí que probablemente muchos de aquellos jugadores hubiesen sido incapaces de localizar Kansas en un mapa antes de jugar en nuestro equipo. Aun así, y pese a mi asunción tan idiota como naif, tampoco estaba tan equivocado: el deporte se profesionalizó cuando la gente decidió que merecía la pena pagar por ver a los deportistas locales midiéndose con otros de ciudades vecinas.
Kevin Garnett nació en Carolina del Sur, todo lo lejos de Minnesota que permite la geografía estadounidense. Pero aun así representa lo más cerca que un aficionado actual de los Timberwolves nunca estará de un héroe local. Allí jugó sus 12 primeras temporadas como profesional. Además, encaja con la idiosincrasia local. La forma de entender su profesión (desde la competencia) le resulta familiar a los descendientes de los inmigrantes alemanes y escandinavos que se instalaron originalmente en Minnesota. Además, su presencia sirve de contrapeso a la juventud de Andrew Wiggins y la rutilancia de Ricky Rubio.
Por supuesto que la luna de miel terminará en fugaz satisfacción. Garnett está a punto de cumplir los 39 y los Timberwolves no pueden evitar tener que jugar en la brutal Conferencia Oeste. Su aportación no solucionará los problemas del equipo de forma sostenible a menos que compre la franquicia (un rumor que está cobrando fuerza).
En cualquier caso, nada de eso importa. La vuelta del hombre de la casa ayuda a dar sentido al equipo. Y en una NBA dominada por el dinero, las estadísticas y los traspasos de agentes libres, que algo tenga sentido es un consuelo tan inusual como dichoso (al menos para mí, para los fans de los Timberwolves y para cualquiera que alguna vez haya pensado que sería bueno que los jugadores tuviesen algún tipo de conexión, aunque sea de forma tangencial, con los equipos en los que juegan).
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