Messi y Suárez, pura química
“Además de su relación futbolística está la personal”, recalca de ellos Luis Enrique
Planteó el Villarreal un duelo conservador porque se limitó –con la dificultad que eso conlleva— a aguardar en el balcón del área para luego salir a la contra, siempre con el correcaminos Cheryshev como recurso, secundado después por las llegadas inmediatas de Vietto y Giovani. Para frenar la única rampa hacia el gol rival, Alves no se prodigó en exceso en ataque y cuando se entregó de forma alocada a la presión fue Mascherano quien le cogió la espalda. Pero con su táctica restó el Villarreal potencial ofensivo del Barça, también porque apretujó las tres líneas, regalando las bandas y confiado a que por centímetros no les ganarían en el remate. Las incursiones de Alba parecían una buena solución, pero Messi, bien secundado por Luis Suárez, encontró la mejor: la química. “Los buenos jugadores tienen facilidad para relacionarse entre ellos. Y tenemos la suerte de que además de la relación futbolística existe la personal, y eso también ayuda”, reflexionó Luis Enrique.
Pegado a la banda porque entendió el argentino hace unos meses que así mezclaría mejor con Luis Suárez y Neymar, habitúa el 10 este año a explotar su velocidad y quiebro desde ahí, siempre con una diagonal eléctrica. Algo posible porque en el ala no le atan tanto como cuando actuaba de punta, enjaulado por los centrales y pivotes. Con Suárez como paraguas, que se lleva a dos, eso ya no ocurre. Aunque el Villarreal, tan atrás y empeñado en restar las líneas de pase, le negó a Messi de inicio los espacios que exige para expresarse. Pero éste se resistió a la imposibilidad. Lo mismo le dio pegarse a la línea de cal que situarse de ariete o incluso de volante, al libre albedrío. “Puede moverse por donde quiera si no se rompe el equilibrio”, dice Luis Enrique. Circunstancia que no ocurrió porque, generosos, Luis Suárez y Rafinha ocuparon con presteza el hueco que dejaba. “Es que la relación se da entre todos, no sólo de los delanteros”, defendió Luis Enrique.
“Los buenos jugadores tienen facilidad para asociarse”, comenta el técnico azulgrana
La solución la encontró Messi con dos vías. Por un lado, se retrasaba para actuar de quarterback, casi siempre con la irrupción de Alba como hoja de ruta; por otro, pisaba con su llegada desde la segunda línea el borde del área para reclamar el pase atrás, quizá el arma que prefiere. Tuvo cuatro ocasiones: un disparo al muro defensivo rival; otro tibio que atrapó Asenjo; uno más que se marchó alto y uno último que no esperaba y que apenas pudo dirigir. Pero encontró después Messi en Luis Suárez a un socio estupendo. “Quizá no hace un juego tan vistoso, pero ofrece muchas facilidades a todos sus compañeros. Es difícil pararle”, esgrimió Asenjo. Y el extraterrestre del balón –así se lo reconoció un socio vestido de alien que le pidió la camiseta por venir de su planeta— no falló.
Se ganó el cuero Luis Suárez en una presión, en un robo, en una posterior conducción y en un pase final hacia la incorporación de Leo. Y el 10, afilado, cruzó el esférico para festejar el primer gol del Barça.
Quizá por primera vez no se coreó el nombre de Messi sino que se reconoció el esfuerzo de Suárez, que ya contabiliza nueve asistencias. “Las asociaciones entre ellos se están viendo y están en una buena línea”, expuso el técnico. No se detuvo, sin embargo, el uruguayo en su brega porque se hartó de presionar y de generar oportunidades. Como esa en la que casi cuela el esférico desde el centro del campo, o como en la que trató de llevarse un balón que después le cayó a Iniesta para el segundo gol. Ni siquiera paró con el 3 a 1 de Piqué (un pase de Messi, en esta ocasión), sino que buscó y halló de nuevo sobre el césped, en el área rival, a Messi hasta provocar el penalti de Musacchio. Le dejó La Pulga que lo ejecutara (y fallara) Neymar. Anoche la solución química era otra, la de Suárez y Messi.
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