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FÚTBOL | FC BARCELONA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Sálvese quien pueda

El autor reflexiona sobre el cese de Zubizarreta y la figura del secretario técnico en el Barcelona

Enrique Vila-Matas
Bartomeu, Luis Enrique y Zubizarreta, en una foto de archivo.
Bartomeu, Luis Enrique y Zubizarreta, en una foto de archivo.ALBERT GEA (REUTERS)

El mito entre los melancólicos seguidores del Barça de la figura del “secretario técnico” viene casi de la noche de los tiempos. Creo saber quién fue el genio que un buen día añadió el críptico adjetivo “técnico” a la palabra “secretario”, lo cual fue un buen truco, porque el impreciso adjetivo le dio empaque, enigma y sabiduría al cargo. ¿O se trató simplemente de un modo original de traducir manager?

Sospecho de Pep Samitier. Baste recordar que era muy listo y en 1945, tras ganar como entrenador la Liga española, dijo que el banquillo del Barça “quemaba mucho” y le cedió su cargo a Enrique Fernández para pasar él a llevar la “secretaría técnica”. Es curioso observar cómo de algún modo, con setenta años de antelación, le mostró al otro Pep —a Guardiola, que, por cierto, como entrenador también observó que su banquillo ardía—, una estrategia para no hundirse a la primera de cambio en el club más complicado del mundo.

Samitier fue un técnico partidario de la felicidad y amigo a tiempo completo de la farándula (entre sus grandes amigos, Josephine Baker y Carlos Gardel), lo que no le impidió tanto construir una plantilla del Barça cargada de futuro (contactó con Kubala) como a continuación, también de “secretario técnico”, montar el gran Real Madrid de Bernabéu y Di Stéfano.

Que Zubi estaba cansado, ya nadie lo duda. Se ha cansado de aguantar que todos los ataques fueran para él

Para el barcelonismo, Samitier creó el mito del secretario técnico que se divierte con la misma facilidad que ficha bien. Es una leyenda que origina una nostalgia muy arraigada en el Barça y que fustiga a los que la tienen presente y que, a tenor de lo que ha ocurrido con Zubizarreta —que no ha resistido comparaciones—, parece que afecta a muchos. Por si fuera poco, Zubi ha sido un director deportivo lastrado por la necesidad en muchas ocasiones de tener que ocuparse más de asuntos administrativos que futbolísticos: ha debido atender a reuniones sobre renovaciones o situaciones contractuales, resolver cuestiones con los scoutings (antes ojeadores), pagar facturas…, ya sólo le faltó poner una ventanilla para la devolución de impresos.

Para Zubi, el fútbol es el juego de lo imprevisto, es donde sucede aquello que no iba a pasar. Esta impresión la ha visto él mismo confirmada recientemente, cuando ha ocurrido algo que iba a pasar, pero que ha terminado sucediendo meses antes de cuando iba a tener lugar: su destitución. Sabía que sería cesado por el presidente a final de temporada, pero no en enero. Tras su adiós, se escucha a todas horas el profundo silencio que sigue a toda injusticia. Porque hay una corresponsabilidad enorme en los errores, pero no salen nunca a la luz.

La absurda, por precipitada, decisión la justifica ahora Bartomeu por el hecho de que Zubi cada día estaba más cansado de los palos que recibía… ¿Y ahora qué? ¿Va a venir alguien que aceptará una secretaría sin futuro? Que Zubi estaba cansado, ya nadie lo duda. Íntegro como pocos, se ha cansado de aguantar que todos los ataques fueran para él. Desde aquí le mandamos un afectuoso abrazo de despedida y toda nuestra admiración. No queremos que personas valiosas sigan saliendo del club de esta forma.

Me impresionó ver cómo después del partido con el Atlético los medios estuvieron sólo pendientes de si Messi ama o no a su club

¿A quién culparán ahora los acosadores mediáticos? Me impresionó mucho ver cómo después de un partido de Liga tan extraordinario como el del Barcelona con el Atlético del domingo pasado, los medios no se hubieran dedicado a comentar exhaustivamente los riquísimos y múltiples detalles estratégicos que dejó el partido, sino que hubieran estado sólo pendientes de si Messi ama o no a su club, y de hallar la pregunta que pudiera sacar definitivamente de quicio a Luis Enrique.

Sergi Pàmies no lo pudo decir mejor el otro día: si él fuera Messi, se iría del club. No le daría más vueltas: se iría.

Recuerdo que Pep Guardiola, a la hora de explicar en Munich las causas por las que se fue del Barça, habló de “la presión, por parte de la prensa y de los aficionados; cada vez que dejaba a Messi en el banquillo, por ejemplo, se armaba el lío en Barcelona”.

Es curioso, pero ese lío se reprodujo exacto el otro día en San Sebastián, cuando Luis Enrique simplemente reservó a Messi. Y desde entonces caminamos tutelados por la industria del lío más gordo, como si nos guiara el grito de un juguete roto. Como decía muy sensatamente James Joyce: “Pase lo que pase, lo correcto es marcharse”.

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