El día que Simeone pudo volverse loco
Como buena metáfora de la vida, el fútbol depara días para cambiar a cualquiera
Como buena metáfora de la vida, el fútbol depara días para volver loco a cualquiera, cruces de caminos para sufrir una ventolera crónica. Le ocurrió el domingo a Simeone. Si el Calderón destilaba un ambiente guerracivilista, en el banquillo local había un argentino con una encrucijada emocional de aúpa. Tenía un choque entre la afición, otro en el césped y dos en Buenos Aires. Por si fuera poco, como guiño del destino, el joven Vietto, al que el Cholo hizo debutar en Racing con solo 17 años en octubre de 2011, acudió rápido a saludar a su mecenas. Esta vez no era partido a partido, sino muchos al tiempo.
Con menos cholismo que de costumbre en el estadio, por el cerco policial a los ultras del Frente, el Atlético sucumbió ante el Villarreal tras 27 partidos invictos en su estadio, un año y medio de recorrido glorioso. Para colmo, el gol fue de Vietto. Sin más remedio, con la derrota en la mochila, por infrecuente que fuera, a Simeone le quedaba por delante una noche toledana. Su amado Racing, al que dirigió en 34 partidos —también jugó 23 con La Academia—, se disputaba el título con River, al que no solo entrenó en 44 encuentros, sino en el que juega su hijo Giovanni. Al final, el Cholo tuvo que brindar con su corazón racinguista y por el éxito de su ahijado Vietto. Ah, y se da por hecho que también por el incipiente triunfo del Atlético con sus ultras, cuestión en la que Simeone se ha mostrado más tibio de lo que debiera. Quizá porque en Argentina se ha metabolizado la violencia hasta el hueso. Sin ir más lejos, el River-Quilmes del domingo no pudo concluir por el asalto de las barras visitantes. En un día de risas y llantos, el tema ultra es el único reproche que merece Simeone. Porque a alguien mesiánico como él cabe pedirle mucha más contundencia.
En lo deportivo, el traspié con el Villarreal merece una mirada por el retrovisor para comprobar la magnitud de la obra de este argentino, que es mucho más que un entrenador. Solo Luis Aragonés está en condiciones de disputarle el primer trono del olimpo colchonero. Simeone logró que rugiera el viejo Atlético, el que se sentía grande, el que nunca bajaba la guardia ante nadie. Fuera coartadas presupuestarias y otros victimismos. No caben con Simeone, un gladiador, un líder desde que ya capitaneara a la selección argentina con solo 24 años. Nunca se le puso nada por delante, ni siquiera el Atlético resignado que heredó, el que iba de tumbo en tumbo.
Simeone ha conquistado algo más que títulos. Ha devuelto el orgullo a las gentes colchoneras, que ya creen en todo, hasta en levantarle trofeos al Madrid y al Barça en su propio estadio, en las narices de CR y Messi. Empezó siendo un equipo de finales. Le faltaba plantilla, se decía. Hasta que fue capaz de afrontar una aventura colosal como ganar la Liga mientras se quedaba a un dedo de entronizarse en la Champions.
El traspié con el Villarreal merece una mirada por el retrovisor para comprobar la magnitud de la obra de este argentino
Y todo ello lo ha hecho con un equipo a su medida, con centuriones de primera y recuperando algunas señas de identidad que en sus años de gloria encumbraron al club. En este Atlético hay mucho más del Atlético que flirteaba con los títulos año tras año que del episódico del doblete. Por ejemplo, una defensa de hormigón, con caciques sudamericanos, una estirpe en la línea de Griffa, Ovejero (Godín), Benegas, Heredia, Panadero, Luiz Pereira (Miranda). Toda comparación es odiosa, por moderada o excesiva, pero ahí está Koke, que sin ser zapatones la pega como un Luis. Y Raúl García o Gabi, que de puntillas evocan a un Adelardo. Otra de las grandes cualidades de Simeone es que la inmensa mayoría de sus futbolistas se revaloriza por encima de todas las expectativas iniciales. Con él despegaron hasta la élite Falcao, Diego Costa, Courtois y Filipe. Con él resucitó un Tiago de ida y vuelta, se asentó Arda como si hubiera nacido en Hortaleza y con Juanfran, mutado de extremo a lateral, hay que rebobinar a Rivilla.
Simeone, al que han ninguneado de mala manera algunos pomposos que dan esos premios de cartón piedra, tiene todos los rasgos del genuino Atlético. No en vano, es un argentino por cuyas venas discurre el Manzanares. Conviene recordarlo cuando acaba de perder, por más que el domingo ganara algún que otro duelo. Ahora, solo resta que partido a partido ayude a ganar al fútbol español el gran reto que tiene en las gradas.
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