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EL MALECÓN
Columna
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James, el violín y el tambor

El Madrid paga como nadie por lo que le deslumbra de un futbolista sin importarle que luego su papel sea otro

José Sámano
James intenta llevarse el balón ante el acoso de Susaeta.
James intenta llevarse el balón ante el acoso de Susaeta.Juanjo Martín (EFE)

Hay mucho de revolucionario en lo que pretende el Real Madrid. El club más laureado y poderoso del mundo se aleja de los estigmas convencionales. Ya no se trata solo de sus estrellas orbitales, de sus inversiones récord de cada verano. El asunto es más complejo: el Madrid paga como nadie por lo que le deslumbra de un futbolista sin importarle que luego su papel sea otro, no exactamente el cometido por el que se le compró. Ocurrió con Özil, Isco, Bale y, ahora, con James.

El estupendo media punta colombiano que dejó huella en el Mundial de Brasil costó unos 80 millones de euros por ser James; pero en este Madrid tiene que ser otra cosa, tiene otra función y nadie sabe si se podrá amortizar el gasto con el otro James. El club ficha y luego que el técnico y el futbolista se apañen. Lo mismo da que se trate de un violinista al que luego las circunstancias obliguen a tocar el tambor. El reto es tan intrigante como apasionante.

Alguien quiso ver en el internacional cafetero a un relevo del saliente Di María. Ese alguien no fue Carlo Ancelotti, desde luego. Pero el italiano, camaleónico como es, sabe que el dictado del club que le paga no está en discusión y acepta como profesional rascarse el cerebro para que cuadre el mecano. Lo suyo es una encrucijada. Por el camino corre el riesgo de despeñarse en el proceso experimental y si triunfa no le colgarán medallas. El éxito será del buen ojo institucional y, si quedan migas, del propio futbolista.

James aún no ha explotado todo su potencial y no duda en subrayar que el técnico le hace correr de lo lindo

La situación de James evoca la de Isco hace justo una temporada. El técnico italiano tenía un gran futbolista para maniobrar muy cerca del ataque, pero también estaba recién llegado Bale y ya eran inamovibles Cristiano y Benzema. Equilibrar el departamento financiero sería desequilibrar el deportivo. El precio obliga, pero alinear a todos juntos sería desafiar la mínima lógica que le queda al fútbol. Con mano izquierda y amplias espaldas, Ancelotti ganó tiempo y mientras el debate giraba sobre Casillas y Diego López, casi sin ruido se esfumó Isco y poco a poco Bale fue sumando cosido a la banda derecha, la que no quiere Cristiano. Di María, que llegó para ser extremo, se matriculó como interior, y Modric, al que tampoco afiliaron por ser un volante tapón, lo mismo. El acierto de Ancelotti fue total. Las mutaciones del croata y el argentino resultaron capitales para el doblete del Madrid, al igual que la adaptación de Bale, decisivo en la final de Copa y en la Décima. El valor de todos ellos no estaba en la causa que les hizo aterrizar en Chamartín, sino en lo que luego fueron capaces de ser. Quizá porque entre los pocos que fueron captados para ser lo que son está Ancelotti, un tipo que acaba por dar sentido común a lo que parece un sinsentido.

James vive ahora inmerso en el mismo tránsito. Aún no ha explotado todo su potencial y no duda en subrayar que el técnico le hace correr de lo lindo: "Sé qué es lo que quiere el míster y lo haré porque estoy feliz aquí". En ello está, en pleno cambio de traje. Por un lado, debe auxiliar a Kroos —un proyecto de Xabi Alonso sin que jamás haya sido medio centro defensivo— sin que se esfume del todo el James que lleva dentro, el que tira de brújula cerca de la portería rival, el que ventila defensas y arma la pierna con velocidad y destreza. Por esas cualidades llegó el desembolso del club, cuyo presidente, Florentino Pérez, no olvidará jamás que se crió acostumbrado a recitar aquellas alineaciones que concluían con cinco magníficos: Kopa, Rial, Di Stéfano, Puskas y Gento... Y no fueron pocas las historias que Di Stéfano le contó sobre La Máquina de River: Muñoz, Moreno, Pedernera, Labruna y Loustau. Entonces, las simetrías futbolísticas eran otras y no había mejor equilibrio que tocar la corneta con tantos ilustres. Hoy, para conseguir lo que llaman armonía, se precisan violinistas y tamborileros. Según el reparto de la superproducción te puede tocar un papel u otro. O los dos al tiempo. Lo sabe James, que busca al otro James sin olvidar al auténtico.

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Sobre la firma

José Sámano
Licenciado en Periodismo, se incorporó a EL PAÍS en 1990, diario en el que ha trabajado durante 25 años en la sección de Deportes, de la que fue Redactor Jefe entre 2006-2014 y 2018-2022. Ha cubierto seis Eurocopas, cuatro Mundiales y dos Juegos Olímpicos.

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