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Valverde, el coleccionista

El español consigue su sexta medalla, cuarta de bronce, en un Mundial en el que triunfó el arrojo del polaco Kwiatkowski tras un descenso espectacular bajo la lluvia

Carlos Arribas
Kwiatkowski celebra la victoria mientras que a su izquierda Valverde y Breschel luchan por el podio.
Kwiatkowski celebra la victoria mientras que a su izquierda Valverde y Breschel luchan por el podio.bryn lennon (getty)

No hay nada peor que saberse de memoria una película antes de verla y que el final sorprenda al sabio con un cambio inesperado de protagonista, y que, además, el suyo, su protagonista, termine donde temía. Así le ocurrió, y así lo confesó, a Javier Mínguez, el seleccionador español de ciclismo, que sabía cómo se iba a desarrollar el Mundial de Ponferrada, y así lo anticipaba cada minuto, pero que igual que temía que su Alejandro Valverde volviera a quedarse a un par de peldaños de la gloria, no pudo prever que un polaco de 24 años, cabezón y de un nombre tan difícil de escribir, Michal Kwiatkowski, como de pronunciar (se pronuncia así, dijo él: Mijál Quiviatcouvsqui) atacara en un descenso lluvioso para, con arrojo (“¡Cómo baja este!”, dijo luego Mínguez; “¡Cómo se la ha jugado!”, exclamó luego Purito Rodríguez), llegar a la cima posterior del repecho no con 10 segundos sino con solo 8 segundos que le permitieron mover el mundo y acabar el día, cuando el sol derrotó por fin a las grises nubes a orillas del Sil, vestido de arcoíris.

Clasificación

1. Michal Kwiatkowski (POL) en 6h 29m 07s
2. Simon Gerrans (AUS) a 1s
3. Alejandro Valverde m.t.
4. Matti Breschel (DIN) m.t.
5. Greg Van Avermaet (BEL) m.t.
6. Tony Gallopin (FRA) m.t.
7. Philippe Gilbert (BEL) a 4s
8. Alexander Kristoff (NOR) a 7s
9. John Degenkolb (ALE) m.t.

10. Nacer Bouhanni (FRA) m.t.

La película que anticipaba Mínguez, y en la que idealmente su Valverde habría sido capaz de dejar de rueda a todos en el mínimo repecho para llegar solo a meta, se desarrolló matemática durante seis horas y 20 minutos, hasta nueve minutos antes de su final. La película, como todos los Mundiales, carrera en la que el cansancio golpea por acumulación de pequeños esfuerzos, no por sobredosis súbita, comenzó como un tiovivo de feria, tediosa y aparentemente sin sentido, hasta que, entonces, de repente, como anticipó también Giancarlo Ferretti, el consejero áulico del equipo italiano, un movimiento telúrico de unos cuantos figuras la transformó en una montaña rusa.

El movimiento que daba sentido a las horas de acumulación somnífera (a ritmo de la blanquirroja Polonia, o del primer Polanski, si se prefiere) lo provocó, por supuesto, Italia, quien precipitó el desenlace a cuatro vueltas del final, a más de 70 kilómetros, con un ataque de sus figuras Aru y Visconti (aconsejados desde detrás de las vallas por un director de escena en moto y con barba, llamado Luca Paolini, ciclista del Katusha, conectado vía radio con el jefe técnico, Davide Cassani, según denunció Mínguez: los pinganillos están prohibidos en el Mundial y cada técnico se busca la vida para comunicarse con sus corredores), que, pese a estar avisados, pilló desprevenidos a los españoles, mal colocados en una rotonda estratégica.

Viendo quién me rodeaba, pensé que no lograría medalla” Alejandro Valverde

Pese a que lo lograron neutralizar con el sacrificio temprano de algunas de las fuerzas del atento Purito, el hombre que ve un segundo antes de que suceda lo que los demás tardan una hora en apreciar, y de Herrada, y con el esfuerzo generoso de Dani Navarro. Sin embargo, la carrera ya estaba lanzada y rota, y para pasmo de Valverde, y pánico, ninguno de los sprinters a los que tanto temía se había descolgado, ni tampoco ninguno de los ciclistas capaces de quedarse solos con un ataque explosivo.

“Viendo quién me rodeaba en la última vuelta, todos los rápidos, y todos pendientes de mi rueda, llegué a pensar que ni siquiera conseguiría una medalla”, confesó Valverde, quien atacó donde tenía previsto después de que Purito, devoto hasta el final, le preparara el terreno.

El palmarés

2013. Oro: Rui Costa (POR), Plata: Purito Rodríguez, Bronce: Alejandro Valverde.

2012. Oro: Gilbert (BEL), Bronce: A. Valverde.

2011. Oro: Cavendish (R.U.).

2010. Oro: Hushovd (NOR).

2009. Oro: Evans (AUS), Bronce: Purito Rodríguez.

2008. Oro: Ballan (ITA).

2007. Oro: Bettini (ITA).

2006. Oro: Bettini (ITA), Bronce: A. Valverde.

2005. Oro: Boonen (BEL), Plata: A. Valverde.

2004. Oro: Oscar Freire.

2003. Oro: Igor Astarloa, Plata: A. Valverde.

Su ataque en el último repecho, el alto del Mirador, una vez pasado el túnel que cierra el dique del embalse, de todas maneras, tímido —“el terreno no daba para más”, dijeron Mínguez y él al unísono—, no generó ninguno de los beneficios esperados: ni le acercó a Kwiatkowski, quien había sorprendido a todos arriesgando lo que ningún otro osó arriesgar en el descenso previo, consiguiendo delante de todos en una curva tan peligrosa que hasta la Cruz Roja había plantado allí su tienda, los segundos preciosos que le harían inalcanzable, ni le permitió separarse de los demás ciclistas de sus características, Gilbert, Van Avermaet, Gerrans o Gallopin.

Así, un año más, el sexto, el murciano pragmático debió conformarse con prepararse para intentar ganar un pequeño sprint por la medalla de plata en el que, como siempre —“es más rápido que yo”, dijo el murciano—, le derrotó el australiano Simon Gerrans, el mismo que le ganó esta primavera la Lieja. Es el sexto metal del coleccionista Valverde, el cuarto bronce que suma a sus dos platas.

“El ciclismo es injusto con Valverde, al que debe un Mundial, por lo menos”, lamentaba su director en el equipo Movistar, Eusebio Unzue. “Esto es como la lotería”, resumió, filosófico, Mínguez. “No nos ha tocado el gordo ni el segundo premio, sino el tercero. Algo es algo”, cerró.

El bronce apenas fue valorado por la selección en sí: ninguno de los corredores, ni siquiera Valverde, quiso organizar una fiesta en el hotel para celebrarlo.

El ciclismo es injusto con él, le debe al menos un Mundial” Eusebio Unzue

El maillot arcoíris lo vestirá en 2015 Kwiatkowski, del equipo Omega, un ciclista de los que gustan a la afición por su audacia y seriedad. Comenzó su carrera profesional en 2010 en el Caja Rural navarro, donde quiso criarlo Unzue, dueño de su ficha, antes de hacerlo pasar a su Movistar, y vivió en Alsasua. Como Unzue, al año siguiente, no lo consideró válido para su equipo, se movió rápido Johan Bruyneel, quien pese a su gordura (el ciclista pesaba ocho kilos más que en la actualidad), lo fichó para el RadioShack.

Después, en 2012, a la hora de renovarlo, se le anticipó más generoso Lefévère, quien le ató para siempre en un Omega en el que sigue una carrera un tanto indefinida y explotada. Después de un último Tour de Francia frustrante, una estancia en la altitud italiana de Livigno le permitió recuperarse para poder emocionar y ganar el Mundial de Ponferrada, el punto de partida de una carrera de clasicómano que se antoja sin límites para Kwiatkowski, también notable contrarrelojista, habitante de Italia ahora y novio de Agatha, y cuyo nombre, dentro de nada, no sonará tan raro.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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